Cooperación sostenible

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Hay veces en que a los que nos ha tocado vivir en el hemisferio más desarrollado nos parece que tenemos el remedio de los problemas de los países más pobres. No obstante, en cooperación internacional —si las propuestas no han contado con la participación de los beneficiarios— se corre el riesgo de invertir fondos en caminos sin salida. En un pueblo de África, por ejemplo, se construyó un pozo para que las mujeres pudieran sacar agua y lavar la ropa; sin embargo, apenas lo usaban. Preferían caminar hasta el río, que estaba mucho más lejos, porque allí coincidían con otras mujeres y socializaban. Creemos tener la llave mágica que conduce hacia una nueva vida, pero no somos capaces de meternos en la piel de las personas a las que pretendemos ayudar para conocerlas a fondo. ¿Acaso somos nosotros los que decidimos qué es la pobreza? ¿Qué sabemos de la cultura y de las costumbres de cada etnia?

La solución no está en hacer pozos en África que luego no se utilicen. La clave del éxito de la cooperación radica en identificar qué proyectos van a significar un verdadero avance para una comunidad, algo que solo se podrá conseguir si se les involucra en el proceso a sus protagonistas.

Para descubrir sus necesidades reales, para que las ayudas nutran la raíz del desarrollo de las zonas más deprimidas de Centroamérica o de África, resulta imprescindible poner en contacto a las ONG españolas con entidades locales. Pero, además, es preciso facilitar a las organizaciones sociales que trabajan sobre el terreno las herramientas para que puedan andar solas después de recibir la financiación internacional. Este es el propósito de los talleres de gestión de proyectos que se celebran en diversos países, desde Guatemala a Nairobi, muchos de ellos con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Fruto de esos encuentros, profesionales con una gran experiencia unen fuerzas, crean sinergias y establecen redes de trabajo. Se trata de favorecer la colaboración entre unos y otros para lograr que la cooperación adquiera mayor impacto.

Como en otros ámbitos, las ONG deben gestionar sus proyectos con un enfoque de resultados; solo con la orientación correcta serán sostenibles en el tiempo. Carece de sentido levantar un hospital si luego no se garantiza que cuente con un equipo médico y que disponga de los medios adecuados. Por este motivo, lamentablemente, algunos planes se quedan a medias y no llegan a cumplir su misión; un efecto que se vio acusado por la crisis económica; incluso numerosas ONG han desaparecido en la última década debido al recorte de fondos públicos.

Una vez garantizada la financiación necesaria para el mantenimiento de los proyectos, su viabilidad depende de haber conseguido involucrar a las personas beneficiarias, las principales protagonistas: que las ideas hayan surgido de ellas representa el mejor aval de éxito. Muchas familias necesitadas experimentan la solidaridad como una gota de esperanza que les abre las puertas al progreso, y sería una pena desperdiciar tanta ayuda externa en iniciativas que no contribuyen a mejorar sus vidas.

En ese sentido, la hoja de ruta que define el rumbo de los programas de desarrollo internacionales viene marcada por los diecisiete objetivos que la ONU acordó hace dos años. Poner fin a la pobreza en el mundo, erradicar el hambre, garantizar una vida sana y una educación de calidad son los cuatro compromisos que encabezan la Agenda 2030.

Personalmente, como he podido comprobar, me parece que conviene poner énfasis en la educación como piedra angular para que los países más vulnerables salgan adelante. Movilizar los medios necesarios en favor de esta meta hará que los niños y los jóvenes puedan tejerse ellos mismos su propio futuro con una mejor formación.

Iñaki Díaz Knörr -Revista Nuestro Tiempo

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