El ser humano no es sólo física y química

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En el Museo de Historia Natural de Washington, transparentes vasijas de diversos tamaños contienen los productos naturales y químicos que se encuentran en un organismo humano de proporciones semejantes: 40 kilos de agua, 17 de grasa, 4 de fosfato de cal, 1 de albúmina, 5 de gelatina. Otros frascos de menor capacidad contienen carbonato cálcico, almidón, azúcar, cloruro de calcio y de sodio, etc. Ante esa representación puede surgir en el visitante una pregunta inquietante: ¿está todo lo humano contenido en esos recipientes?

El pensamiento mecanicista responderá que sí, pues considera que los seres vivos son mecanismos integrados por elementos y fuerzas fisicoquímicas. Pero no parece que la mera suma de elementos de la tabla de Mendeleiev haya producido nunca un ser vivo, como tampoco las piedras levantan un muro por sí solas. ¿Acaso se puede explicar un edificio solo por sus ladrillos? Además, los elementos de un ser vivo no bastan para explicar aspectos fundamentales como el automovimiento, la coordinación funcional, la sensación o el comportamiento instintivo. No bastan porque, siendo comunes a lo vivo y a lo inerte, tienen propiedades diferentes —y algunas veces contrarias— según estén formando parte del ser vivo o libres en su estado natural.

Esto se pone de manifiesto en la muerte: lo que antes formaba un organismo donde todas las partes eran interdependientes en virtud de un plan unificador, al perder la vida pierde cada parte no solo su condición de parte, sino su misma existencia. De hecho, el cuerpo vivo no puede ser cuerpo si no está vivo. Sin vida, lo que fue cuerpo se descompone en pulvis, cinis et nihil, como reza un famoso epitafio. Se puede explicar cualquier cosa —también los seres vivos— atendiendo solo a sus componentes materiales, pero no conviene olvidar que todo lo que existe ha requerido, además de su materialidad, un diseño previo. Las causas inteligentes de los seres vivos no están a la vista, pero eso no nos permite negarlas, pues están a la vista sus resultados.

La explicación mecanicista puede ser suficiente dentro de un planteamiento estrictamente empírico, pero el científico sabe que la realidad no se agota a ese nivel.

En palabras de Marcus Jacobson «podemos conocer la química cerebral que explica el movimiento de un dedo, pero eso jamás explicará por qué ese movimiento se usa para tocar el piano o apretar un gatillo».

Ya Platón había hecho pronunciarse a Sócrates en ese sentido: «Admito que, si no tuviera huesos ni músculos, no podría moverme, pero decir que ellos son la causa de mis acciones me parece un gran absurdo». Más allá de la explicación mecanicista está la explicación filosófica, entre cuyas consideraciones destacamos tres: Que el orden es una cualidad no material que se da en lo material, hasta tal punto que el desarrollo de la ciencia moderna se halla ligado a la convicción profunda de que el universo es profundamente racional: No existen científicos sin esa convicción.

Que el orden solo puede ser concebido por una inteligencia. Si nada sale de nuestras manos sin una idea previa, se impone considerar qué manos inteligentes habrán moldeado la admirable arquitectura del universo. Esta es la última de las preguntas que puede formularse un científico, para la cual ya no hay respuesta científica. Que el orden se busca con vistas a un fin: la perfección del conjunto. Sus efectos son bien visibles: las estructuras de los seres, tanto orgánicos como inorgánicos.

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