Modelos humanos

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El carácter, como el arte de pensar bien, no se adquiere tanto con reglas como con modelos: al lado de la regla o del criterio, ha de ir el ejemplo; y al lado del ejemplo, la idea y la manera de llevarla a la práctica.

Todo hombre experimenta con mayor o menor frecuencia un sentimiento de emulación ante algún testimonio humano que se le presenta. Siempre hay momentos en que queda deslumbrado por un aspecto concreto de una persona concreta y, entonces —en mayor o menor medida—, desea ser, en ese aspecto, como esa persona. El hombre —hoy quizá más que en otros tiempos— cree más en los testimonios humanos vivos que en las enseñanzas; cree más en la vida y en los hechos que en las teorías. Se reconoce en los modelos humanos y se siente atraída por ellos.

Todos necesitamos modelos. Todos los buscamos. Hay conductas que nos atraen con una fuerza fascinante. Ante cualquier modelo humano se produce una empatía, una especie de contagio que arrastra. Sólo hombres reales descifran lo que el hombre es y puede llegar a ser.

El problema es que este efecto se produce tanto para bien como para mal. Por eso se ha dicho siempre que el gran reto educativo no está en la elocuencia de palabra —con ser muy importante—, sino en la elocuencia del discurso de las obras, en la grandeza de alma de quien tiene que educar. Las cosas parecen menos difíciles, y más atractivas, cuando las vemos hechas vida en otros.

Por eso es también decisivo que quien está en una fase temprana de la formación de su carácter tenga ante sus ojos modelos humanos atractivos y logrados, que le faciliten adquirir pronto criterios de estimación que luego no resulten ser un barniz, sino que respondan a principios bien asentados. Y esto se refiere tanto a los modelos reales con los que convive como a esos otros, reales o de ficción, que le se presentan en la literatura, el cine o la televisión.

Si una familia, un educador, o incluso una sociedad, presentara el mal como algo que triunfa, o presentara modelos que muchas veces son modelos de valores negativos, estaría perjudicando a todos, pero sobre todo a los más jóvenes, que son los más permeables a esos estímulos.

Si ofreciéramos modelos negativos como metas apetitosas, luego no podríamos quejarnos si los jóvenes parecieran perdidos, sin creencias ni pautas morales. Es preciso inculcar estos sentimientos y esos valores, porque, si no, luego nos quejamos sin razón. Como decía C.S.Lewis, a veces «extirpamos el órgano y exigimos la función. Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud e iniciativa. Nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros. Castramos y exigimos a los castrados que sean fecundos.»

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