El Open Arms y las migraciones

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Las peripecia mediterranea del buque «Open Arms» y su feliz desenlace, nos obliga profundizar un poco más en el complejo problema de las causas de la inmigración hacia las costas meridionales de Europa.

Está claro que la causa principal, al margen del factor multiplicador del número de emigrantes que supone la presencia de las mafias, es la falta de condiciones mínimas de subsistencia en los países de origen. Por ello una de las soluciones que se plantean, con frecuencia, es la actuación en dichos países de origen por parte de las economías occidentales para tratar de paliar, en alguna medida, la falta de recursos especialmente alimenticios.

Pero esa posible actuación también es compleja y puede producir efectos indeseables. Pongamos un ejemplo: la introducción de cereales transgénicos. Si bien no hay comprobación contundente acerca del daño que podrían causar estos cereales transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas.

En muchos lugares, tras la introducción de estos cultivos, se constata una concentración de tierras productivas en manos de pocos debido a la progresiva desaparición de pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción directa. Los más frágiles se convierten en trabajadores precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades o a lugares más lejanos donde las mafias les intentan convencer de las virtualidades el pretendido paraiso europeo.

La expansión de la frontera de estos cultivos arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta el presente y el futuro de las economías regionales. En varios países se advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios en la producción de granos y de otros productos necesarios para su cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos estériles que terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas productoras.

Necesitamos una reacción global más responsable, que implica encarar el desarrollo de los países y regiones pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar.

Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, «para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial».

En esta perspectiva, la diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más graves que terminan afectando a todos.

Fuente: laudato Si

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