¡Mucho ruido, mucha actividad, no parar! Ruidos involuntarios en la grandes ciudades: de motores, semáforos, ambulancias, bomberos, policía, obras, voces que se unen a otras y que forman un murmullo informe y ruidoso. A ello se unen los provocados y buscados: música, televisión, cine, discotecas, fiestas…
Los primeros, no nos gustan, nos agobian, nos producen nerviosismo, incluso influyen en nuestra salud y en nuestra capacidad para conciliar el sueño. Sin embargo, parece que los “elegidos” por nosotros nos liberan y en ellos tendemos más que a oír a escuchar: buena música (pero también simple percusión más o menos rítmica); buenos programas o ruido de fondo en nuestra casa; grupos de amigos o conocidos, que al quedarse en “grupo” y perder la individualidad de escuchar a cada uno, dejan de ser amigos y conocidos…
Nuestra capacidad auditiva, no es siempre la que nos facilita la “mejor escucha”. Podemos ser “escuchadores” de los demás, pero sólo eso, pues también lo hace una grabadora, sino nos esforzamos por “escuchar” lo que no se dice… entonces nos quedamos cortos.
Como se suele decir que la mejor caridad “empieza por uno mismo”, utilicemos el símil para nuestra capacidad de escucha. En primer lugar ¿nos escuchamos a nosotros mismos? No es que hablemos solos, que de vez en cuando tampoco pasa nada.. Pero con tanto ruido externo, ¿será posible escuchar algo de lo que nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nos quieren decir? Hay muchas interferencias, hay que ajustar la “frecuencia” muy a menudo, como en los aparatos de radio.
Quizás tengamos miedo a escucharnos a nosotros mismos. Por eso, huimos del silencio. ¡Hermosa palabra y de profundo contenido! Difícil de encontrar en nuestros tiempos y por ello más valorado. ¿Te atreves a estar sin televisión durante una hora en tu casa, solo, sin música, sin Ipod, sin móvil, sin portátil? La valentía de enfrentarnos con el quehacer y las relaciones personales cotidianas, nos la da el saber enfrentarnos, en primer lugar, con nuestros sentimientos, temores, aspiraciones, ambiciones y limitaciones… Pero, para ello, hemos de conocer cuáles son, dar una oportunidad al silencio para que entre en nuestra vida, y pueda ser un silencio elocuente y precioso.
El frenesí diario, si no lo controlamos, no facilita esos encuentros personales con nosotros mismos, en los que dejamos que nuestro interior nos hable. Pues no tenemos sólo vida, digamos, exterior “de puertas (en este caso de piel) para fuera”, sino también interior, y el silencio, como dice un autor contemporáneo “es el portero de la vida interior”. Sin él, lo único válido, será lo noticiable, en periódicos, cadenas de televisión, radio, pero ¿sé cuál es mi criterio, el por qué de mis reacciones ante determinados estímulos?
Tenemos una gran potencialidad en nuestras facultades internas que se puede desarrollar. No puede limitarnos a leer o escuchar lo que está de moda y seguirlo, puede y debe crear, podemos y debemos interpretar el entorno, los acontecimientos, formar nuestra opinión, enriqueciéndonos y enriqueciendo a los demás con nuestras aportaciones.
¡EscúchaTE, deja hablar al silencio, que no te defraudará!