Parece el contenido de un consultorio sentimental “mi mujer, mi marido, mi suegra, mi jefe, mis hijos, el tedio, el miedo….me dominan”, aunque con gran dosis de exotismo en este caso, pues como mucho, como mucho, el alma de la agenda es una batería de litio que hay que recargar.
Demasiado frecuente escuchar: “No me da tiempo a nada”, “voy corriendo a todas partes”, “hace un año que no veo a mis amigos”, “apenas convivo con mi familia”, etc, etc. Y esto dicho por muchas personas que son capaces de llevar a cabo grandes proyectos, tanto económicos como sociales, sin embargo, no son capaces de gestionar su propia vida.
¿Somos esclavos del tiempo? Creo que más bien somos esclavos de “la agenda”. Tan vinculados estamos a ella que se podría decir que tiene vida propia. Incluso algunas de nuestras modernas expresiones pueden dar lugar a creer en ello: “no me lo permite mi agenda, etc.”, “por necesidades de agenda”… Vamos como si la pobre tuviera muchas necesidades… Aunque ya sabemos que son frases hechas, que en sí mismas no significan más que no puedo incluir más actividades en mi día, quizás reflejen esa “delegación de funciones” que ponemos en manos de una hoja de papel, una pantalla electrónica, o un teléfono móvil, que usamos como agenda guía de nuestra actividad diaria.
Y es que escuchando estos comentarios o echando una ojeada a nuestra agenda o a la de otros, cualquiera diría que nos la ha organizado el tiempo nuestro peor enemigo. Son esas: citas, reuniones, recordatorios de actividades quienes guían mi vida. ¡Vaya! Nosotros que creíamos que éramos dueños de nuestro tiempo… ¡qué chasco!
¿Quién es dueño de mi tiempo, yo o la agenda? Si en nuestro trabajo habitual, en nuestros negocios, ponderamos los objetivos a obtener y los medios para conseguirlos, ¿no tendríamos que poner ese mismo orden o ¡más aún! al mejor negocio que es nuestra vida? Un claro orden de prioridades que tiene en cuenta que el tiempo no es ilimitado, ayuda mucho a no “frustrarse” y a no “estresarse” (palabritas muy a la moda), pues en este caso ambas son consecuencia de empeñarse en llenar las 48 horas que el día ¡no tiene! Si de antemano sabemos que sólo tiene 24, y de ellas, al menos 7 u 8 son para dormir y 2 para comer… nuestra salud física y mental nos lo agradecerán.
Me parece que la publicidad nos puede llevar a pensar que podemos (y tenemos el derecho) a hacer en la vida todo lo que queramos. ¡Craso error! ¡Que no nos tenemos que creer lo que nos cuenta la publicidad, que no es verdad!
Si planeo y organizo mi vida conforme a lo que deseo y puedo hacer, no será el contenido de mi agenda mi prioridad, sino que la agenda “será sometida” a mis prioridades vitales. El problema es por dónde se recorta (aunque duela, pues esa cura ayudará a mantener la salud), y ahí es donde hemos de decidir con realismo y madurez. Tenemos una capacidad de raciocinio, de elección, que sería una pena desperdiciar rebajando nuestra condición a la de “barquito velero” que se mueve en función de los vientos, en este caso de la agenda.
¿Seremos capaces de reescribir “nuestra agenda”, quitarle la vida propia que le hemos otorgado y, más que organizar nuestro tiempo, organizarnos nosotros mismos? ¿Valoraremos más la relación con la familia, con los amigos, el hacer favores, el poner un límite al tiempo de trabajo, que el batir consecutivos récords en hacer cada vez más cosas en menos tiempo? ¡Gran reto el que se nos presenta!