¿Qué pasó realmente con Galileo?

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Se ha querido encontrar en el «caso Galileo» una oposición entre ciencia y fe, entre la Iglesia y los científicos, y sobre ello querríamos  aportar algunas opiniones y algunos testimonios que puedan colaborar a desmentir esa suposición y ayudar a esclarecer los hechos.

REDACCIÓN SYM

galileo-galileiPienso que se ha querido magnificar las discusiones de Galileo y sus contrarios por motivos que nada tienen que ver con la ciencia, sino con otras motivaciones. Discusiones semejantes ha habido en otras muchas ocasiones a lo largo de la historia en temas filosóficos, políticos (por ejemplo en Italia era casi endémica la lucha entre güelfos y gibelinos), artísticos, etc. Y estos sucesos no han tenido tanta resonancia. Quizá el carácter polémico y agresivo mostrado en ambas partes ha contribuido a acrecentar el tono de las discusiones.

Dice Geoeges Bené: «Desde hace dos siglos Galileo y su caso interesan, más que como fin, como medio polémico contra la Iglesia Católica y su «oscurantismo» que, obstaculizará la investigación científica».
Me he encontrado con algunos que piensan que Galileo sufrió torturas horribles o que, incluso fue quemado en la hoguera. Nada más lejos de la realidad. Dice Vittorio Messori: «Galileo… había llegado a los setenta años recibiendo siempre honores y ayudas de todos los ambientes religiosos, … Después de la condena pudo volver enseguida a sus investigaciones, … Y pudo condensar lo mejor de su vida de estudio en aquellos «Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias» que es el ápice de su pensamiento científico». (Pág.: 123)

Dice la filósofa Sofia Vanni Rovighi: » No es históricamente correcto ver a Galileo como un mártir de la verdad, que por la verdad lo sacrifica todo, sin contaminarse con ningún otro interés y sin utilizar ningún medio estrateórico para que la verdad triunfe, y ver en el otro lado a hombres que no tienen ningún interés en la verdad, que anhelan el poder y solo utilizan el poder para triunfar sobre Galileo. En realidad existen dos bandos: Galileo y sus adversarios, ambos seguros de la verdad de sus opiniones y con buena fe; pero el uno y el otro utilizan también medios estrateóricos para hacer triunfar la tesis que considera cierta. Sin olvidar que en 1616 la autoridad eclesiástica fue especialmente benévola con Galileo y ni siquiera lo nombró en el decreto de condena; y en 1633, aunque pareciera proceder con severidad, le concedió todo tipo de facilidades materiales. .. Fue alojado y tratado con toda clase de atenciones».

También es conocido que Copérnico, el iniciador de estas investigaciones y defensor de la postura heliocéntrica, es un católico polaco, canónico, que, instala su pequeño observatorio es un torreón de la catedral de Frauenburg. Su obra fundamental: «Las revoluciones de los mundos celestes» está dedicada al Papa Julio III, también astrónomo aficionado. El imprimatur lo concede un Cardenal.
La condena temporal, hasta que sea corregida, de la doctrina heliocéntrica, que era presentada por sus defensores como verdad absoluta, salvaguardaba el principio fundamental según el cual las teorías científicas expresan verdades solo hipotéticas, pero no de modo absoluto.

Dice Walter Branmuller: «Se ha querido convertir a Galileo en un símbolo. Al conjuro de su nombre se ha pretendido identificar su proceso con un inevitable enfrentamiento entre la ciencia – exponente de la libertad, del progreso y de la modernidad- y la Iglesia – a la que se presenta varada a unos criterios petrificados y sin vida -. La investigación histórica se ha encargado de demostrar lo desacertado del planteamiento». «Efectivamente, los eclesiásticos que juzgaron al astrónomo se equivocaron. También Galileo.» «El mismo Galileo aparece ya hoy como un adelantado en la creencia de que la fe cristiana y la investigación científica pueden marchar de la mano en la armonía fecunda de la persona humana. Si hasta aquí ha podido presentarse a Galileo Galilei como un paradigma del conflicto entre la ciencia y la fe, de ahora en adelante podrá invocarse su nombre como el más fiel exponente de la compenetración entre ambas»

También es de constatar que los que juzgaron a Galileo eran científicos de reconocido prestigio. En el proceso de 22 de junio de 1633 Galileo solo presentó como argumento a favor del giro de la tierra alrededor del sol, el movimiento de las mareas (que como todo el mundo sabe es un argumento erróneo). Sus oponentes en la discusión afirmaban que el flujo y reflujo de las mareas es debido a la atracción de la luna (que sí es una explicación acertada)
En aquel año, las dos hipótesis en juego, sistema ptolemaico y sistema copernicano, eran solo hipótesis, sin que ninguna de ellas tuviera a su favor ninguna prueba decisiva.

Tampoco puede extrañar que los contrarios a Galileo en esta polémica tuvieran sospechas sobre la veracidad en las afirmaciones del científico ya que cuando en 1618 aparecieron unos cometas, según Galileo, eran solo ilusiones ópticas. Según los científicos del observatorio romano eran unos objetos celestes reales.
Se da la paradoja de que, con relación al problema planteado, Galileo acertó en el campo teológico (correcta interpretación de la Sagrada Escritura, con sus diversos sentidos) y se equivocó en el terreno científico (no aportó las pruebas, que se le pedían, ni teóricas ni experimentales del movimiento de la tierra alrededor del sol). En cambio, los «teólogos» que juzgaron su caso acertaron en el terreno científico (acertarían las hipótesis como verdaderas si se les mostraban las correspondientes pruebas experimentales) y se equivocaron en el aspecto teológico (se aferraban al sentido literal de la Sagrada Escritura, desconociendo los otros sentidos: alegórico, etc.)

El 10 de noviembre de 1992 Juan Pablo II expresó ante la Academia su deseo de que «teólogos, sabios e historiadores animados de espíritu de colaboración sincera, examinen a fondo el caso de Galileo y, reconociendo lealmente los desaciertos, vengan de la parte que vinieren, hagan desaparecer los recelos que aquel asunto suscita todavía en muchos espíritus contra la concordia provechosa entre ciencia y fe»

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