Un agosto diferente

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papa-vigilia1Nunca como en el mes de agosto queda tan claro el poder anestesiante de la televisión. Un periodo del año en el  que el encefalograma plano acepta el enésimo pase de las viejas películas con finales sabidos de memoria, reportajes repetidos con reporteros vistiendo abrigo y bufanda, y series desempolvadas a bajo costo.

Sin embargo, este año, de repente, se nos ha sacado de la modorra televisiva. La América de Obama en apuros, Francia se sube al furgón de cola de los mediterráneos, la violencia se desata en el Reino Unido, la hambruna cada vez más cruel del cuerno de África, el nuevo resurgir de la chusma de indignados.

La jerga de la crisis nos pone de los nervios. Primas de riesgo, caídas generalizadas, desplome bursátil, déficit galopante. Los programadores siguen de vacaciones, pero los líderes mundiales han aparcado sus yates y vuelto a los despachos porque el oleaje financiero crece con fuerza.La única cara reconocible de agosto es su cita puntual con el calor agobiante, las playas repletas de veraneantes, las terrazas abarrotadas al filo de la tarde y las tormentas de verano.

Afortunadamente, hemos asistido al éxito sin precedentes de la JMJ de Madrid 2011. Los jóvenes fueron los protagonistas principales. Una juventud cristiana nada ñoña ni beata. Jóvenes normales, alegres, divertidos, multicolores, pacíficos, serios y responsables. Jóvenes con ganas de encontrar sentido a sus vidas en la oferta del Evangelio.

El Papa nos cautivó a todos con su eterna sonrisa y un aguante excepcional para sus 84 años. Nos dejó claro que  amar a Cristo es vivir a plenitud, que el matrimonio es indisoluble, que no quiere manzanas podridas en el clero, que la razón se casa con la fe, que la caridad es el distintivo de los creyentes o que la belleza conduce a Dios.

Con su trasparente humildad y su capacidad gentil para dirigirse a todos, se ha dado a entender no sólo a los fieles católicos. ¡Gracias por tantas cosas, Santo Padre!

Hay que destacar la actitud de los jóvenes, no sólo ante las dificultades de la lluvia y el sol, sino también ante las manifestaciones contrarias. Todo el mundo quedó impactado por la fiesta que había en las calles, por el civismo, la corrección y la ausencia de incidentes.

Los jóvenes regresaron después a sus casas como misioneros del Evangelio, “arraigados y cimentados en Cristo, firmes en la fe”.

Sin duda, el pasado mes de agosto ha sido diferente.

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