Aristóteles en su obra “Política”, definía tres sistemas políticos puros: Monarquía, la forma justa de gobierno de un solo hombre; Aristocracia, el gobierno justo de unos pocos, los mejores, y Democracia, la forma justa de gobierno del pueblo.
A la vista de esto, ¿Qué pensaría Aristóteles si observase lo que acontece hoy en España?
Podemos suponer que llegaría a la conclusión de que nuestra forma de Estado no es una Monarquía, puesto que el Rey no gobierna, conforme al artículo 56 de la Constitución, “arbitra y modera”.
También se daría cuenta de que a los gobernantes no se les exige unas pruebas de excelencia que demuestren que son los mejores en el arte de gobernar, algunos con un pírrico curriculum.
Seguramente, tampoco tendría muy claro que lo nuestro fuera su concepto de Democracia, al comprobar que el pueblo español, en el cual reside la soberanía nacional, según el artículo constitucional 1-2, no elige a las personas que han de representarlo, limitándose a votar un paquete confeccionado por alguien que no ha sido designado previamente por el pueblo.
Observaría que se conciertan pactos post-electorales que impiden gobernar al equipo más votado, que se sacan adelante leyes que no satisfacen a la mayoría de los españoles, o que personas nacidas españolas no se sienten como tales, sin embargo ocupan cargos públicos y cobran de los Presupuestos del Estado.
También se preguntaría por qué el Estado se divide en tres poderes, pero sólo el ejecutivo y el legislativo están sometidos a elecciones. Probablemente, le daría la impresión de que de alguna disfunción jurídica adolece nuestro sistema de convivencia, cuando un partido que apoya claramente a los asesinos de casi un millar de españoles, es permitido por el Tribunal Constitucional, cuando el Tribunal Supremo había decidido exactamente lo contrario.
Quizás, Aristóteles se alucinaría de ver un modelo de Estado, único en el mundo, que a veces separa en vez de unir, rompe la unidad de mercado, fomenta la insolidaridad, multiplica por diecisiete la burocracia, y, económicamente, sobre todo ahora en tiempos de crisis, demuestra que es ruinoso en su estructura actual.
Desde luego, Aristóteles advertiría, inmediatamente, que no estaba en Atenas, cuna de la democracia.
Ciertamente, en nuestro mundo no existen democracias ni sociedades perfectas, pero creo que estas son las metas que entre todos debemos tratar de alcanzar, aunque algunos lo consideren como algo utópico y alejado de la realidad política, económica y social.