En 2016, posverdad fue elegida palabra del año por el Diccionario Oxford. Según explica el Diccionario, surge la posverdad cuando «los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales». Es lo que determinó, según parece, la aparatosa victoria de Donald Trump y del Brexit. A poco que se piense, la novedad de la palabra posverdad no va más allá de la palabra, pues la situación a la que nombra es tan vieja como la humanidad.
Tucídides observó que la primera víctima de toda guerra es la verdad, y lo mismo podríamos decir de los conflictos económicos, raciales, políticos, emocionales, culturales, jurídicos… Sócrates se enfrentó durante toda su vida a la posverdad de los sofistas. Si queremos imitarle, chocaremos, como él, contra una mayoría que siempre ha preferido dejar de indagar y declarar que la verdad no existe. Los griegos llamaron a esa postura escepticismo. «¿Por qué no dejo de destrozar mi vida buscando respuestas que jamás voy a encontrar, y me dedico a disfrutarla mientras dure?», se pregunta el escéptico Woody Allen.
Y es que llegar a verdades importantes, además de requerir tiempo y esfuerzo, es algo que no está garantizado. Un repaso a la Historia pone de manifiesto que, a menudo, los seres humanos hemos aceptado como verdades lo que no eran sino errores, y a veces disparates. Por eso, lo que ahora llamamos posverdad viene a ser el viejo puerto donde ese buscador frustrado se ha refugiado a menudo, tras el duro combate por aclararse en la vida.
La posverdad es lo que queda de la verdad en los tiempos posmodernos, donde se han vuelto líquidos los sólidos pilares que habían sostenido hasta entonces la identidad del individuo: estado fuerte, familia estable, empleo indefinido, finalidades claras… La sustancia de la sociedad posmoderna es una mezcla de movilidad, incertidumbre y valores relativos, con acuerdos temporales y pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso. Ese «fin de la era del compromiso mutuo» obliga al individuo a adaptarse constantemente, a reinventarse varias veces a lo largo de su vida, a sufrir la provisionalidad crónica de su personalidad.