Una persona joven explicaba, no hace mucho, por qué los mayores “no le convencían”. Daba una razón: cada día se daba más cuenta de que “había demasiadas contradicciones en sus vidas”. ¿Tenía razón?
Sin necesidad de profundos estudios, hay que reconocer, que no andaba descaminada, porque…. ¿Quién, en algún momento de su vida no deseó ser protagonista de una asequible y gran empresa y sin embargo optó por la comodidad, que le condenó a estar “pegado” al sillón?
Nos gustaría que nos invitaran, que contaran con nuestra ayuda, para sacar adelante un hermoso proyecto… pero preferimos esperar a que adivinen nuestros deseos y, entonces, nos vengan a buscar.
En alguna ocasión fuimos capaces de hilvanar una gran idea que beneficiaría a muchos, pero se quedó, “sólo”, en idea… por no querer compartirla con nadie.
La mayoría defendemos, con ardor, la libertad, pero nos pasamos la vida poniendo límites a sus manifestaciones en los demás: “no hagas eso”, “calla” o “lo digo yo, y punto”. Nos sentimos capaces de emular a grandes héroes de la historia, pero nos negamos a prestar el coche al amigo que lo necesita. O hablamos de lealtades y nos falta fortaleza para mantener la palabra dada…
Es verdad que no se puede generalizar: no todos somos iguales, ni reaccionamos de igual manera, ante las mismas situaciones. Pero tampoco podemos dejar de admitir que en toda regla hay excepciones.
Hecha esta aclaración, basta con prestar un poco de atención para descubrir cómo las situaciones apuntadas y, otras muchas a las que no hemos hecho referencia, son más frecuentes de lo que parecen y confirman la opinión de este joven amigo.
He aquí alguna de sus experiencias:
Una persona se “llena la boca” hablando de libertad ante sus amigos y esa misma persona, a continuación y ante el mismo auditorio, critica a un compañero de trabajo que no puede defenderse por no estar presente. Acaba su intervención, mandando callar “de aquella manera”, a quien, tímidamente, manifiesta su desacuerdo.
En un lugar concreto, una persona con un gran sentido práctico, intuye que un problema surgido, que le afecta, se podría arreglar de una determinada manera…, pero prefiere callar su ocurrencia: no quiere complicarse. Tampoco desea exponerse a un fracaso y menos, que otros se atribuyan la autoría de la idea, si resultaba positiva. Además, piensa que como no es cosa suya…, “que lo solucionen quienes ahora son responsables”.
Estas situaciones harto frecuentes, ¿no parecen faltas de coherencia ? ¿Qué causas determinan, estos comportamientos?
En muchos casos son consecuencia de la comodidad, la pereza, la cobardía o el egoísmo, aunque tampoco suele faltar una personal interpretación de la libertad, un afán de llamar la atención en unos casos o un pasotismo desmedido en otros. En síntesis una total ausencia de generosidad que es la enfermedad típica en épocas de individualismo, como la que actualmente vivimos.