Conservar el alma limpia significa cuidar la intimidad, los afectos, ser prudentes para que la ternura no se desborde donde y cuando no debe, ser consecuentes con la propia vocación y estado. Quienes han sido llamados por el camino del matrimonio deben guardar su corazón para conservarlo siempre entregado a la persona con quien se casaron; y esto en los comienzos y cuando pasen los años. Y para ello es necesario encauzar la afectividad con perseverancia, vigilarla para no dejar que se enrede en compensaciones reales o imaginarias. A los esposos será necesario recordarles «que el secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños», y que han de poner todos los medios para lograr «que se quieran siempre, que se quieran con el amor ilusionado que se tuvieron cuando eran novios.
Pobre concepto tiene del matrimonio, el que piensa que el amor se acaba cuando empiezan las penas y los contratiempos, que la vida lleva siempre consigo. Sería un lamentable engaño dejar el corazón enredado en pequeñeces que ahogarían, como el tallo frágil entre espinas, el amor. En determinadas ocasiones, quien aconseja a los matrimonios deberá ayudar a rectificar la intención, enseñando a quererse también con auténtico amor de amistad, tratando de depurar el afecto. Así se engrandece, se espiritualiza; porque se queman las escorias, los puntos de vista egoístas, las consideraciones excesivamente carnales
Una persona desamorada en lo humano, difícilmente podrá impedir que penetren en su alma deseos y afán de compensaciones, pues el corazón fue hecho para amar y no se resigna a la sequedad y al hastío. La guarda del corazón comenzará, en muchas ocasiones, por la guarda de la vista. Entonces, el sentido común pone como un filtro delante de los ojos, para no fijarse en lo que no se debe mirar. Y esto con naturalidad y sencillez, sin hacer cosas raras, pero con reciedumbre, sabiendo bien lo que se guarda: por la calle, en el trabajo, en las relaciones sociales…
No se trata de «no ver» –porque necesitamos la vista para andar en medio del mundo, para trabajar, para relacionarnos–, sino de «no mirar» lo que no se debe mirar, de ser limpios de corazón, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento. Y esto al ir por la calle, en el ambiente en el que nos movemos, en las relaciones sociales. En definitiva tener mirada limpia. Para evitar que el corazón se quede apegado a lo que no deba, será necesario mantener una prudente distancia con aquellas personas con las que es más fácil que esto suceda y por amor a la esposa o al esposo no conviene que suceda. Se trata de esa distancia moral, espiritual, afectiva, que se manifiesta en evitar confidencias indebidas, desahogos de penas o disgustos…
Suele haber circunstancias en las que la prudencia aconseje incluso poner por medio una distancia física… Si hay rectitud , la persona descubrirá en el examen interior atento y sincero una intención menos recta en esa compañía o en esos desahogos: lo que parece quererse y lo que, en realidad, se busca. Hay que tener corazón grande y bien encauzado, un amor fuerte y limpio a la persona con la que hemos decidido libremente compartir la vida.