Agua, un compuesto tan sencillo y a la vez tan complejo, pero esencial para la vida. De hecho, la vida, tal como la conocemos, sería imposible sin agua. Hace unos tres mil quinientos millones de años, en un caldo de cultivo caliente formado fundamentalmente por agua y otros compuestos químicos sencillos —como metano, amonio, nucleótidos y aminoácidos— aparecieron las primeras células. El binomio agua-vida también quedó plasmado millones de años después, cuando las principales civilizaciones se asentaron junto a importantes cursos de agua, terrenos asociados a una gran prosperidad y riqueza.
El agua es, asimismo, un factor básico en el clima, ya que delimita la hidrosfera. El incremento del efecto invernadero y, por tanto, el incremento de la temperatura media del Planeta, tiene consecuencias directas sobre el ciclo hidrológico. Un informe publicado recientemente por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) —titulado Cambio climático 2014: Impactos, adaptación y vulnerabilidad— advierte de que una ligera subida en la temperatura media desencadenará cambios de tendencia en las precipitaciones en forma de lluvia, reducirá el permafrost (capa del suelo que permanece congelada en las regiones polares), disminuirá las precipitaciones en forma de nieve y menguará los glaciares.
El informe también indica que la subida de la temperatura disparará el riesgo de inundaciones —en especial en Europa y Asia—, acentuará la escasez de agua en países que ya tienen déficit de ella y elevará el nivel del mar, un aspecto crítico en las poblaciones asentadas cerca de la costa y en pequeños Estados insulares.
En la actualidad asistimos a numerosos conflictos ambientales asociados a la escasez y la contaminación del agua. En determinadas regiones del planeta, sobre todo aquellas donde escasea, suele haber una estrecha relación entre los grupos que dominan el agua y los que dominan al pueblo. En estos lugares —casi siempre países subdesarrollados o en desarrollo— el agua presenta niveles de calidad tan bajos, que se observan efectos devastadores en las zonas donde se consume. Además, para asegurar mínimamente la disponibilidad, se almacena en pésimas condiciones y se convierte en caldo de cultivo de graves enfermedades.
Por el contrario, en las regiones donde este recurso vital no es tan escaso, tampoco se valora como merece. En los países desarrollados se tiende a despilfarrar el agua. Además, tras el uso masivo queda un elemento muy contaminado, de forma que es necesario gestionarlo bien para reducir el impacto ambiental que supondría. En general, el tratamiento del agua residual implica unos costes energéticos, y por tanto económicos, muy elevados, que a su vez suponen un impacto ambiental negativo por el propio consumo energético que requiere.
El planeta en el que vivimos se comporta como un gran ser vivo de complejas interacciones, como lo definió el químico James Lovelock en 1969. Relacionado con el concepto holístico de la Tierra —en el que cada realidad es un todo distinto de la suma de las partes que lo componen—, el conocido proverbio chino afirma que el aleteo de las alas de una mariposa «puede sentirse al otro lado del mundo». Quizás es poco probable, pero ilustra gráficamente una conexión muy real. Desde esta perspectiva los conflictos ambientales deben verse como problemas globales que necesitan soluciones locales.
En el caso del agua, resulta fundamental la conservación del recurso mediante tres pasos: no alterar en exceso los parámetros de calidad del agua de partida, consumir la mínima cantidad necesaria y evitar el tratamiento posterior del agua residual, por el consiguiente impacto que causa la producción de energía empleada en su descontaminación. No podemos asegurar que estas medidas provean de agua los lugares donde escasea, pero con toda probabilidad harían que el problema en estas zonas del globo no empeorara. Una cuestión que sí es responsabilidad de todos.
Juana Fernández es profesora del departamento de Química y Edafología de la Universidad de Navarra