Con tu mano metida en su costado,
compruebas con asombro la certeza
que no logró acomodo en tu cabeza
hasta ver a Jesús resucitado.
Para siempre en la historia han quedado
tus palabras en boca del que reza
“ Señor mío y Dios mío”, y la dureza
con quienes te lo habían avisado.
Alimenta mi fe tu incertidumbre
cuando metes en las llagas tus dedos
y mis sombras encuentran quien alumbre
la verdad más profunda de mi Credo;
tus dudas para mí son reciedumbre
que aleja los fantasmas de mi miedo.