Alemania: heridas sin cerrar

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“Como en el resto de Europa, el copyright expira siete décadas después del año de fallecimiento del autor. Esto se aplica incluso cuando el autor no es otro que Adolf Hitler y la obra es Mein Kampf”. Tal y como sostiene un reciente artículo en The Economist, la pregunta “no es qué hacer con Mein Kampf cuando entre en el dominio público. Más bien, se trata de qué significa Hitler para la Alemania de hoy”.

Desde los llamados Kriegskinder –los “niños de la guerra”, nacidos entre 1928 y 1947–, pasando por los Kriegsenkel–los “nietos de la guerra”, nacidos entre 1955 y 1970–, hasta los jóvenes actuales, el modo en que Alemania ha afrontado los años del nazismo ha ido variando en las sucesivas décadas. A día de hoy, la sombra de aquellos años sigue pesando en el discurso público y el las vidas privadas de los alemanes.

Fuente: The Economist

Silencio, ruptura, fascinación

Según explica The Economist, la sociedad alemana ha pasado por tres estadios, más o menos definidos, a la hora de encarar el nazismo. “A finales de los años 40 y en los años 50 los alemanes evitaban hablar sobre Hitler (…) Muchos estaban traumatizados y no podían soportar hablar de sus experiencias. Vieron que, psicológicamente, era más fácil vivir el presente y mantenerse ocupados con el Wirtschaftswunder, el ‘milagro económico’ de posguerra”. Este silencio quedó roto por varios juicios celebrados a comienzos de los años 60, el de Adolf Eichmann entre ellos. “Por primera vez se empezaron a hacer cuentas con el pasado en las mesas de casa, donde se rompieron muchas familias. Los hijos y las hijas acusaban a sus padres y profesores de complicidad y se rebelaban en sus casas o en el campus”.

La ruptura dio paso a la fascinación en los años 70. “Una fascinación reprimida por Hitler empezó a resurgir (…) Muchos cambiaron su percepción de un modo que quedó expresado en un discurso histórico de Richard von Weizsäcker, entonces presidente de Alemania Occidental, en 1985, durante el 40 aniversario de la rendición de Alemania. «El 8 de mayo de 1945 no fue la fecha de la derrota y el colapso de Alemania, dijo, sino de su liberación”. Tras la reunificación en 1990, «el público alemán buscaba con voracidad más información. Der Spiegel (…) puso a Hitler en portada 16 veces durante la década de los 90. Un libro escrito por un historiador americano, Jonah Goldhagen, que sostenía que los alemanes de a pie eran los ‘ejecutores voluntarios de Hitler’, se convirtió en un éxito».

Alemania, año 2016

Esta falta de cortapisas para abordar el nazismo esconde muchas veces heridas mal cerradas y situaciones complejas. En una entrevista realizada por YouGov, un 75% de los alemanes entrevistados dijeron que los crímenes de Hitler implican que todavía hoy Alemania no puede ser un país ‘normal’. “Esto significa que muchos alemanes combinan de algún modo el orgullo con la culpa. Los intentos por resolver este conflicto interior configuran gran parte de la cultura alemana actual, incluso cuando el tema no tiene nada que ver con Hitler”, afirma The Economist.

El discurso político es un elemento sintomático a este respecto. “El pacifismo impregna los principales partidos políticos”. En el panorama internacional, Alemania “defiende el derecho sobre la fuerza. De ahí su aparente obsesión por las reglas, hasta la exasperación de sus socios (en la crisis europea, por ejemplo). De ahí también su rechazo a actuar como una potencia hegemónica, algo que sus aliados a menudo exigen. Cuando fue preguntado sobre si Merkel es la ‘líder más poderosa de la Unión Europea’, su portavoz respondió indignado: ‘Esas no son las categorías que manejamos’”.

Después de Hitler, los políticos alemanes huyen de los grandes discursos, tan popularizados por figuras como Barack Obama. Esta retórica es impensable, “pues les recordaría al carisma demagógico de Hitler”. Guiada por Merkel, “la clase política alemana emplea una lenguaje aséptico, como de piezas de Lego, tratando de hilar frases prefabricadas hechas de plástico hueco”, afirma Timothy Garton Ash. “A causa de Hitler, la paleta de la retórica política alemana actual es deliberadamente estrecha, cautelosa y aburrida”.

Los alemanes ya “no se atreven a proyectar grandes visiones”, explica Stephan Grünewald, un psicólogo alemán. “Se resisten a entusiasmarse con grandes ideales, no sea que sucumban de nuevo ante alguna obsesión. Así, los alemanes transmiten públicamente una ‘fría indiferencia’, en una atmósfera embrutecedora de corrección política”, concluye The Economist.

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