A la hora de establecer límites en la conducta de los hijos muy importante que haya una igualdad de criterios en los diferentes ambientes en los que nuestro hijo convive. En la familia es fundamental que el padre y la madre tengan los mismos criterios y que no sea uno más permisivo que el otro. Si ocurre esto, a la larga se acaban creando “bandos” enfrentados dentro de la familia, y eso, evidentemente, no es bueno.
Pero también es importante que, en la medida de lo posible, compartan esos mismos límites los abuelos o la chica que viene a cuidar de ellos, y también que en el colegio se enseñe en una línea lo más parecida posible a la nuestra. De esa manera, el niño no recibe mensajes contradictorios ni, lo que es peor, asume conductas diferentes dependiendo de dónde y con quiénes esté.
Y, ya por último, vamos a señalar algunas ideas que pueden ser útiles a los padres, aunque algunas de ellas han aparecido ya señaladas:
• Por favor, no tengan miedo a ser exigentes. Es lo que sus hijos más quieren y necesitan. Cuando sean mayores, se lo agradecerán infinitamente. No caigan en el error de pensar que por exigirles van a serles antipáticos y a perder su afecto. Y, sobre todo, recuerden que es imposible educar sin exigir.
• Ser exigente no implica ser autoritario o injusto, ni tampoco enfadarse, gritar y regañar a todas horas.
• Tal vez lo más difícil de todo para nosotros, los padres: ser consecuentes y firmes, dentro siempre de un marco de sentido común y flexibilidad. Si no lo somos, perdemos prestigio y credibilidad ante ellos. Ello se puede concretar en tres principios muy básicos: lo que se dice, se hace; lo que se promete, se cumple; lo que no se puede hacer, no se hace.
• Estar preparados para afrontar las quejas, las protestas, los “por fa” y demás de nuestros hijos. No todos los niños (en realidad, casi ninguno) aceptan de buen grado un NO por respuesta.
• Castigar lo menos posible y resaltar siempre que podamos lo positivo que hacen.
• Enseñarles a asumir las consecuencias negativas que a veces puedan derivarse de sus actos, sin que ello tenga por qué suponer un castigo. Eso es educar en responsabilidad.
• No pasar por alto sus posibles malas conductas como si no tuvieran importancia. Recordemos que, sobre todo si son aún muy pequeños, el hecho de que los padres no censuren una mala conducta significa, para los niños que dicha conducta es buena: esa es la idea que se asentará en su interior (¿recuerdan la “teoría del teatro”?).
• Digan NO a sus hijos siempre que sea necesario, pero ofrézcanles alguna alternativa que sea atractiva e interesante y que sea capaz de sustituir a la que les han negado.
• En la medida de lo posible, hay que intentar adelantarse a los problemas (ya que muchas veces son bastante predecibles) y tener pensada una salida airosa.
• No plantear las cosas en términos de una especie de “lucha de poder” contra ellos del tipo “Ya veremos quién se sale con la suya”. Nunca los padres debemos descender a ese terreno. Tenemos que estar muy por encima de los problemas y no sumergirnos en ellos. Si lo hacemos, acabamos por perder la necesaria objetividad.
• Si se ponen muy brutos y cabezones, recordemos que, en casa, la última palabra siempre la tienen los padres. Cuando se les haya pasado el enfado, se les podrá explicar el porqué de nuestra decisión, y seguro que lo entienden. No lo duden.
• Los niños necesitan que hablemos con ellos y que les escuchemos, no que les sermoneemos. Si asumen conductas anómalas o inusuales, preguntémonos cuál es el motivo de ellas. Dejemos que se expliquen a su nivel y no actuemos hasta haberles escuchado. Tal vez nos sorprenderemos al comprobar que están actuando así porque han tenido algún problema en el colegio o porque están llamando nuestra atención y necesitan más cariño de nuestra parte. Y, si el niño es un poco mayor debe colaborar él mismo en la resolución de los problemas que acarrea con sus conducta, no lo olvidemos.
• Y, por último: los padres debemos tener paciencia con los hijos. Son normales los retrocesos en algunas ocasiones. A veces, pensamos que ya tienen consolidado determinado hábito, pero pasan por un pequeño bache y parece que no es así… Pero luego, superado este lapso, las aguas lo normal es que vuelvan a su cauce.
Pablo Garrido