Los medios de comunicación son el libro de texto de millones de españoles. Su rápida difusión da a conocer cuanto acontece casi al instante. Convertido en noticia da, inmediatamente, la vuelta al mundo y sus imágenes le ponen cara y dan vida.
No sólo hacen esto: también realizan…prodigios. Porque prodigio es, que a su través, personajillos mínimos se tornen héroes, o que otros, hábiles para manifestarse ante los medios, se hagan “grandes” aupados sobre su nada. También lo es, la manera en que, estos mismos medios, actúan como “herramienta de su ruina” para quienes, faltos de autenticidad, son dados a la incoherencia. Si no les pueden corregir, al menos, recordatorio incuestionable.
Es lo propio de los audiovisuales, ante los que no cabe el recurso al “se me entendió mal” o al “yo no dije eso”. Lo dicho u ocurrido, grabado en forma de voz o imágenes no perdona: grabado queda, a despecho de sus protagonistas. Y ante el riesgo o de que las palabras se las lleve el viento, estas grabaciones son los testigos fieles que ponen de manifiesto incoherencias, mentiras y falsedades, en palabras y hechos, de sus protagonistas.
Estos hechos tan repetidos, – que en un pasado no muy lejano, hubieran supuesto deshonor para sus “facedores”, como diría D. Quijote, y que ahora utilizan en beneficio propio, con la misma naturalidad con la que se toman un refresco sus protagonistas -, hacen daño. Especialmente a muchas personas sencillas, de buena fe, que confiaban en ellos. También a muchos jóvenes que les toman por referentes, y a adolescentes, cuyos estos comportamientos vacilantes, se pueden alterar al ver los de esos “genios”, del travestí intelectual, por designarlos de alguna manera.
Las incoherencias siempre hacen daño, especialmente cuando proceden de personas de las que se podía esperar cualquier cosa, menos que engañaran con un doble proceder, en beneficio propio. Daño mayor, cuando a través de ellas se descubren mezquindades, – de las que, por supuesto, todos somos capaces -, pero que, por su situación, deberían haber evitado, y que en vez de reconocer con humildad, se empecinan en negar.
Aupados en la soberbia que sostiene su incoherencia, se resisten a reconocer su equivocación y con ello, la posibilidad de una explicación, aunque sea remota,