Asesinato de Ciceron, enorme ataque a la libertad de expresión

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asesinato-de-ciceronAyer 2 de noviembre recordamos a los periodistas y trabajadores de los medios de comunicación que han perdido la vida en acto de servicio. En la última década han resultado muertos más de 700 periodistas, uno cada cinco días, simplemente por llevar al público noticias e información.

Muchos perecen en los conflictos que cubren de forma tan valiente. Pero demasiados han sido silenciados deliberadamente por tratar de decir la verdad. Solo se resuelve el 7% de esos casos, y menos de 1 de cada 10 crímenes se investiga plenamente. Esa impunidad agrava el temor entre los periodistas y permite que los gobiernos censuren con inmunidad.

La Asamblea General proclamó el Día Internacional para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas el pasado 2 de noviembre de 2015, para resaltar la necesidad urgente de proteger a los periodistas, y para conmemorar el asesinato de dos periodistas franceses en Malí el 2 de noviembre de 2013.

Hoy seguimos padeciendo la presión y el ataque constante a medios de comunicación por parte de gobiernos como el de Maduro en Venezuela, pero esta animadversión hacia todo aquel que denuncia las injusticias del poder o que defienda la libertad no es nueva. La historia humana nos muestra casos especialmente llamativos y sangrantes, como el caso del gran Cicerón.

Marco Tulio Cicerón, que fue en su tiempo el principal humanista del reino de Roma, maestro de oratoria y defensor del derecho, consagró durante treinta años sus energías al servicio de la ley y al mantenimiento de la República;  sus discursos están cincelados en los anales de la historia y sus obras literarias forman un constituyente esencial en la lengua latina.

Combatió la anarquía de Catilina y después del asesinato de Julio Cesar, apostó decididamente por Octavio para restablecer la legitimidad de la República y criticó duramente a Marco Antonio que quería restablecer la dictadura. Pero  Octavio, Marco Antonioy Lépido acordaron repartirse el imperio bajo un triunvirato dictatorial.

Quien desea fundar una dictadura debe, ante todo, para salvaguardar su gobierno, silenciar a los perpetuos opositores a la tiranía —los independientes (demasiado pocos en número), los defensores permanentes de esa inextinguible utopía, la libertad espiritual.

Por ello Antonio propuso encabezar la lista con el nombre de Marco Tulio Cicerón. Cicerón era el más peligroso de todos los de su clase, porque tenía energía mental y anhelo de independencia. Se le marcó, pues, para morir. Durante tres días Octavio se resistió a matar a Ciceron al que admiraba, pero al final cedió.

Desarmado y sin oponer resistencia, Cicerón presentó su cabeza gris a los asesinos enviados para asesinarle, diciendo con dignidad: «He sabido siempre ser mortal» Pero los asesinos no querían filosofía; querían el premio prometido. No hubo demora. Con un poderoso golpe, el centurión puso fin a la vida del hombre desarmado.

Así pereció Marco Tulio Cicerón, el último campeón de la libertad romana, más heroico, más poderoso y más leal en esta hora final que lo había sido en los miles y miles de horas que había vivido antes.

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