La Fundación Bill & Melinda Gates tiene mucho dinero. La salud de la humanidad, principalmente en los países en desarrollo, tiene muchos problemas. ¿No se podría inyectar una fuerte dosis de lo primero para resolver, con un invento revolucionario, algunos de los más graves y apremiantes entre los segundos?
Fuente: The New York Times
Eso pensó Bill Gates en 2005. Convocó un concurso de ideas que pudieran producir avances decisivos en la lucha contra la malaria u otras epidemias, o contra la desnutrición. Llegaron unos 1.600 proyectos, y la fundación escogió 43, a los que dio en total 450 millones de dólares en ayudas por cinco años.
El plazo se ha cumplido, y los científicos beneficiarios han sido convocados para revisar los resultados y decidir qué proyectos seguirán recibiendo fondos. El balance es sobrio: “Cuando empezamos, fuimos unos ingenuos”, ha dicho Gates en declaraciones al New York Times. La revolución deseada está lejos. Las investigaciones realizadas con el dinero de la fundación no han sido un fracaso. Pero Gates ha descubierto que lo que se puede conseguir en cinco años, aun con mucho dinero, no es una solución radical, sino un avance más o menos importante en un camino mucho más largo. Si se trata de un nuevo fármaco, se requieren no pocos quinquenios para que un descubrimiento se pruebe en ensayos clínicos y después se produzca a bajo costo para los países en desarrollo.
El caso quizá más aleccionador es el de la investigación en vacunas termoestables, que pueden conservarse sin necesidad de refrigeradores, escasos en los dispensarios de los países pobres. Sería un progreso realmente espectacular que facilitaría la vacunación de millones de personas. Ese era el sueño hace cinco años. “En aquel entonces –dice ahora Bill Gates– pensé: ¡qué bien!, en 2010 tendremos un puñado de vacunas termoestables. Pero ni siquiera estamos cerca de conseguirlo. Me sorprendería si tuviéramos siquiera una en 2015”.
Ciertamente se ha progresado, pero los proyectos de vacunas termoestables no recibirán más subvenciones de la Fundación Gates. Visto el largo tiempo que se requiere y los elevados costos, resulta más eficiente pagar refrigeradores para los países en desarrollo. Además, ¿qué se gana con una vacuna termoestable –la antitetánica es la que va más avanzada– si seguirá habiendo que conservar en frío las demás?
Otras investigaciones, en cambio, seguirán recibiendo ayudas. Una de ellas, la que progresa más deprisa, busca una manera de evitar que los mosquitos transmitan el dengue. Otra es sobre una banana a la que se ha añadido vitamina A. También es prometedora, aunque muy difícil, la que estudia cómo evitar que las células del sistema inmunitario “se agoten” y dejen de actuar cuando se prolonga la lucha contra una infección.
Pero Gates ya no cree en las soluciones revolucionarias, sino en los pequeños pasos. Ya no da, pues, unas cuantas ayudas multimillonarias, sino muchas de cien mil dólares.