La violencia contra la mujer ha convertido el pasado mes de diciembre en el peor de los últimos años. Un mes negro en el que trece mujeres fueron asesinadas en veinte días. Además, 2022 ha superado en número los asesinatos machistas cometidos en 2021. Y, desgraciadamente, en este año que comienza, ya llevamos varias víctimas como consecuencia de estas agresiones.
Nunca hubo más foco, ni más recursos para acabar con esta lacra, sin embargo la tendencia empeora en vez de mejorar, mostrando una vez más el fracaso de nuestro sistema de prevención y la incompetencia de sus responsables en el Ministerio de Igualdad.
La violencia machista puede adquirir diferentes vertientes: física, verbal, psicológica, sexual y socioeconómica. En lo que se refiere a la violencia sexual, se echa en falta una mención explícita a la pornografía. Psicólogos, pedagogos y sexólogos coinciden en señalar que la pornografía transmite referentes que favorecen la violencia machista. Este daño moral lo señalan también colectivos feministas, materialistas y ateos. Ante la tendencia al alza de la violencia contra la mujer, no podemos dejar de tener en cuenta todos los factores que la pueden provocar.
En la publicación de María Sharpe, directora ejecutiva de The Reward Foundation, titulada Problematic Pornography Use: Legal and Health Policy Considerations, se denuncia un incremento simultáneo en el mundo entre el uso problemático de la pornografía y la prevalencia de la violencia sexual, sobre todo contra las mujeres y los niños.
También para Amanda Rodríguez, jefa del Departamento de Afectividad y Sexualidad del Instituto de La Familia, el consumo de la pornografía normaliza la violencia contra las mujeres, provocando en el consumidor el deseo de reproducir los contenidos de la pornografía dura y de agredir en otros escenarios a la mujer. Para la profesora Rodríguez, “La pornografía naturaliza la violencia, la degradación y la cosificación del otro, deshumanizando el encuentro sexual en las relaciones románticas.”
Otro estudio de Save The Children corrobora dicha afirmación, pues el 47.4 % de 1.753 adolescentes, entre los 13 y los 17 años, respondió haber llevado a la práctica el contenido pornográfico que había visto.
En la misma línea, el ensayo “Pornografía. El placer del poder”, la feminista y profesora Rosa Cobo de la Universidad de La Coruña, defiende la hipótesis de que no se trata de una “fuente de autosatisfacción sexual y una parte inocua de la industria del ocio”, sino que “crea un espacio simbólico poderoso que contribuye a legitimar la violencia sexual y el discurso de odio contra las mujeres”.
Para entender la dimensión de la influencia de la industria pornográfica en la actualidad, se debe considerar que es una de las más rentables del mundo. Según The Telegraph, en un artículo publicado en el año 2017, se cree que la pornografía online es un sector cuya facturación anual ronda los 15 mil millones de dólares al año.
Otro dato escalofriante es que uno de los sitios web dispuesto para compartir videos pornográficos más grandes del mundo, recibió 42 mil millones de visitas en 2019, cerca de cinco veces la población mundial.
Ante estas evidencias, debemos reconocer que nos estamos enfrentando a una perniciosa cultura a la que de momento no estamos prestando la debida atención. Ha de llegar el día en el que se incluya de forma explícita la pornografía entre las modalidades de violencia contra la mujer a condenar con base científica.
Para debilitarla es esencial el impulso de acciones legales y de salud pública que limiten su consumo y concienticen sobre sus efectos. Una responsabilidad claramente política, ya que es quien permite la existencia de estos negocios que se nutren de la desigualdad, la vulnerabilidad y la violencia contra las mujeres.
En relación a la violencia machista en España, es indudable que se necesita un cambio profundo en su sistema de prevención, que hasta ahora ha sido un fracaso estrepitoso en su función más importante, en aquella que justifica su presupuesto y los cargos: salvar vidas. Desde luego, con simplezas como los bancos pintados de morado, decir niñes, promocionar el hombre blandengue, insultos a la oposición, ataques a los jueces, renegar del color rosa, viajar a Estados Unidos, juguetes sin género, y su ley estrella del “sólo sí es sí” que ha dejado en la calle o reducido la pena a más de 130 condenados por delitos sexuales, de momento, está claro que no vamos a ningún sitio.