El estancamiento económico, los problemas migratorios internos, el caótico proceso de urbanización y, en fin, el crecimiento imparable de la contaminación atmosférica, presagian un futuro distinto a los énfasis de grandeza del Partido chino de los últimos años. Como señalaba hace unos meses Xulio Ríos, “la población china envejece con mayor rapidez que con la que se enriquece. Esto no tiene antecedentes históricos y sus implicaciones son impredecibles”. El número de ciudadanos con más de 65 años crecerá un 85% de aquí a 2030.
Tal vez Pekín no cuenta con el cambio real de costumbres producido entre la población –especialmente la urbana después de años de opresión. Muy probablemente, aunque por razones distintas a las de la mayor parte de los países de Europa, los ciudadanos no están dispuestos a sacrificar el presente en aras de un futuro incierto, máxime con el aumento del coste de la vida, y sobre todo de la sanidad y la educación.
De momento, las estadísticas señalan tasas de mortalidad crecientes (como en la antigua URSS), y previsión de incremento del déficit de habitantes. El problema se agrava con un matiz local de máxima entidad: la notabilísima diferencia entre el nacimiento de varones y de mujeres. Al comienzo de la mitad del siglo, el número de varones de 15-49 años superará en 40-50 millones al de féminas.
Dentro del control estatal de la población, único en el mundo, establecido por Deng Xiaoping tres años después de la muerte de Mao, China dispone de un dato estadístico peculiar: el número de hijos únicos (simbolizado en el emperador mimado por dos padres y cuatro abuelos). Actualmente son unos 160 millones: el 12% de la población total; dos de cada tres niños con más de 15 años en las ciudades; uno de cada tres en el campo.
Ahora se plantean los efectos negativos a corto y medio plazo para la segunda potencia económica del mundo. “Este cambio viene por lo menos diez años más tarde de lo necesario”, a juicio de Cai Yong, profesor de la Universidad de Carolina del Norte. Otro experto, Mei Fong, miembro de la New America Foundation, estima que la reforma es demasiado modesta y demasiado tardía: la excepcionalidad de China no sería tanto el número de personas mayores como la velocidad a la que envejece la población.
Pero apenas se comentan, o se silencian por completo, las consecuencias que ha tenido para las viejas tradiciones familiares del medio rural: han sufrido durante años los excesos de las autoridades, auténticos abusos y tragedias humanas, con millones de esterilizaciones y abortos forzados y la eliminación sistemática de muchísimas niñas.
El gran sueño de Xi Jinping exige liquidar el legado de Deng. Hace falta diseñar nuevos modelos económicos y sociales. El futuro no puede seguir basándose en las exportaciones facilitadas por una mano de obra demasiado barata. También porque los ciudadanos pugnan por aumentar su nivel de vida y el correspondiente consumo, mediante la elevación de salarios. El capitalismo chino es demasiado salvaje, aunque pocos se atrevan a decirlo, con una mínima política social, y un gran déficit de prestaciones en materia de educación y sanidad, que condicionan en la práctica la deseada inversión demográfica.
Aunque no sea una pretensión masiva de los ciudadanos, también como consecuencia de la evidente represión, siguen pendientes en China reformas políticas de entidad. Las actuales medidas demográficas no son democráticas: evocan el viejo despotismo ilustrado, que pretende conseguir objetivos populares, pero sin contar con el pueblo. Muy probablemente, las nuevas tecnologías, cada vez más presentes en el continente amarillo, impulsarán una evolución que por ahora no está entre las prioridades de los dirigentes.
Salvador Bernal