Cinco mujeres contrastan 5 dogmas feministas con 5 principios que son verdad y hacen más feliz

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FUENTE: REL

En su radicalización y creciente agresividad, el feminismo ha asumido como lema una acusación generalizada a todos los hombres por el hecho de serlo: «El violador eres tú». Prácticamente nadie dentro del movimiento se ha atrevido a discrepar.
El mensual católico italiano de apologética Il Timone consagra un cuadernillo especial de su número de marzo a contrarrestar la ideología feminista dominante. Para ello da voz a mujeres relevantes del ámbito periodístico, cultural y político que no la comparten.

En particular, cinco colaboradoras habituales de sus páginas abordan sendos apriorismos que definen la mentalidad ambiente y los contraponen a ideas que, inspiradas en la naturaleza humana y en la realidad del amor humano y divino, consideran liberadoras y más apropiadas para alcanzar una existencia racionalmente feliz que el agresivo radicalismo feminista.

«Somos iguales a los hombres» vs «Somos complementarios»

Caterina Giojelli.

El axioma «la revolución devora a sus hijos» es ya un clásico. Dos ejemplos paradigmáticos son la Revolución Francesa con el ajusticiamiento de Robespierre en la guillotina y la Revolución Bolchevique con el apiolamiento de Trotsky (o incluso, como sostenía Ángel Maestro, experto en la historia y el pensamiento comunistas, con el asesinato de Lenin a manos de Stalin).

Caterina Giojelli trae a colación dicho axioma tras leer en The New York Times un artículo de Stephanie Coontz publicado la víspera de San Valentín que explica «cómo hacer tu matrimonio más gay». La base es la supuesta mayor felicidad de las parejas del mismo sexo sobre el matrimonio, porque aquéllas reparten mejor las tareas del hogar y porque ‘sus’ hijos son «verdaderamente queridos» porque no hay «embarazos no deseados». A eso ha conducido el feminismo: al machismo extremo de tomar como modelo para las mujeres una relación entre hombres, y además entre hombres que no se sienten atraídos por ellas.

Las «liturgias de la emancipación», señala Giojelli, han llevado a la mayor parte de las feministas -no a todas- a pasar del «mi útero es mío» a ser cómplices de los hombres que se los alquilan para obtener, mediante maternidad subrogada, lo que la naturaleza no puede darles.

Porque «a eso llega la trampa», subraya, «a la homologación, a la uniformización, a la asimilación de las diferencias, para que colapse el corazón de la sociedad, que es la necesaria complementariedad entre esos dos elementos tan distintos llamados hombre y mujer. Los únicos que, unidos, pueden engendrar».

«Hombre y mujer los creó Dios», añade Caterina, «definidos, limitados»: «Y precisamente por ser limitados se ven constantemente impulsados hacia fuera de sí mismos, obligados a pensar más allá de sí mismos, a reconocer como tal a otro ser inaccesible, esencialmente similar, deseable y sin embargo nunca comprensible del todo».

Frente a «la impostura feminista de la igualdad» se alza la «evidencia de la complementariedad» capaz de concebir «desde la exterioridad» un nuevo ser para ser recibido «en el espacio de la interioridad», la familia. Un lugar «lleno de platos y de problemas conyugales, y sin embargo un lugar concreto para la ética y el destino del mundo».

«Quiero ser independiente» vs «El límite es liberador»

Benedetta Frigerio.

«Cuando era soltera podía hacer todo lo que quería», se ha dicho alguna vez toda mujer con marido e hijos, confiesa Benedetta Frigerio. Tan comprensible expansión en momentos de agobio doméstico, elevada a dogma por «los predicadores de la independencia femenina» y por «los paladines de su emancipación», priva a la mujer de la conciencia liberadora de sus propias limitaciones.

¿Liberador, reconocer límites? Sí, porque, por un lado, valora justamente lo que supone «contar para el resto de tu vida con alguien que ha elegido estar para siempre a tu lado», incluso cuando la edad te pase factura. Además, «desde el punto de vista económico, de la salud, de las decisiones cotidianas, contar con alguien es liberador», como lo es también «compartir las angustias».

Pero además, Benedetta añade una reflexión interesante. «Contrariamente al dogma feminista, el matrimonio salva a la mujer» de considerarse «la gran cruzada del universo, con una perpetua (y orgullosa) mala conciencia por no haber conseguido resolver ella sola todos los problemas»: «Puede parecer paradójico, pero la mujer solo empieza a descansar realmente (al menos mentalmente) cuando se delimita el territorio en el que está llamada a actuar», cuando el hogar la libera, «circunscribiendo su campo de acción», del «pesado lastre de la heroína que quiere ser».

Se pasa así de la «gratificación de sentirse perfecta» y de las angustias de intentar serlo o parecerlo, a la «capacidad de dejarse amar en el detalle». Y también con ese sentido del límite, «las mujeres se ven conducidas a recordar su necesidad de Dios, dejando entrar a lo infinito en lo finito y dando así un respiro vital a su matrimonio, a sus hijos y a sus relaciones».

«Puedo tener un hijo cuando y como quiera» vs «Los hijos son un don»

Giulia Tanel.

Fue en los años 70, recuerda Giulia Tanel, cuando se popularizaron lemas como Queremos decidir cuándo ser madres o La maternidad es una decisión libre, no una imposición. Pero la «autodeterminación» no era «sobre el propio cuerpo», sino sobre aquello que «la neolengua» (ese concepto acuñado por George Orwell en su novela 1984 para definir la expresión suma del totalitarismo, que es la imposición del pensamiento a través del lenguaje) empezó a denominar «producto de la concepción» como excusa para eliminarlo sin remordimientos.

El tiempo ha pasado y lo primero que se hizo «patrimonio común» fue la idea de que «traer un hijo al mundo es o debe ser una decisión que responde a una serie precisa de parámetros», so pena de aborto. Tanto ha calado esta «mentalidad de tipo ‘anticonceptivo'» según la cual «un hijo debe ser planificado, programado», sostiene Giulia, que ahora, a quien decide introducirse en el camino de ser padre, no se le puede poner cortapisa alguna. En consecuencia, «los hijos se convierten en ‘un derecho’ y son concebidos como ‘objetos’ que se pueden fabricar a voluntad y con las características deseadas», ya sea mediante fecundación artificial, comprando esperma u óvulos o alquilando un vientre ajeno.

Pero «no todas las mujeres comparten estas ideas», recuerda Tanel a quienes, en estas fechas, pretenden hablar en nombre de todas. Para ellas (y para quienes tienen hijos con ellas), «un hijo, en su unicidad y especificidad, es un don», no un derecho, y por tanto consideran que «acoger una nueva vida implica morir a sí mismo y a los propios proyectos, asumiendo la capacidad de hacerse don, esto es, de aceptar lo imprevisible que surge de la relación», ya sea «verticalmente» (en cuanto recibido de Dios), ya sea «horizontalmente».

«La libertad de la mujer», concluye, «no puede disociarse de su personal y concreto fiat», su propio «hágase Tu voluntad» que tiene su modelo en la Virgen María.

«Queremos hacer carrera» vs «Queremos tiempo para la familia»

Costanza Signorelli.

Basta asomarse a una guardería a las cuatro de la tarde «para darse cuenta de que pasar la tarde con sus hijos es un privilegio del que disfrutan hoy poquísimas mujeres». No se trata de buscar ‘culpables’, dice Costanza Signorelli, ya se acuse al sistema económico o al deseo de promoción profesional, porque en cualquier caso ese debate «le hace el juego» al «prejuicio feminista que ha dividido a las mujeres entre casa (e iglesia) por una parte y trabajo (y éxito) por otro».

La «ideología sesentayochista», añade, «ha dividido a la mujer en sí misma, hasta su raíz más profunda, empobreciéndola en el plano humano aún más que en el social» al contraponer ambos ámbitos de su desarrollo personal. Por eso Costanza considera que «defender a las mujeres que eligen ocuparse de su familia… es la cosa más feminista que puede hacerse», y aboga por «reencontrar una profunda unidad de vida, hacia dentro y hacia fuera».

Para ello propone una maestra «que consiguió ser madre siendo monja…, misionera viviendo en clausura… y maestra de modernidad profundizando en la tradición»: Santa Teresita del Niño Jesús, quien murió con 24 años y ha sido proclamada doctora de la Iglesia. Porque, «¡cuánto bien haría hoy a todas las mujeres descubrir que la principal y auténtica maternidad es la espiritual!».

De ahí que -concluye Signorelli- la cuestión no sea «estar en la cima o en las calles más humildes, trabajar o quedarse en casa, ni siquiera tener más o menos hijos», porque nada de eso «llena plenamente el corazón de la mujer». La cuestión es que, «dentro de cada circunstancia particular que le haya tocado vivir, la mujer diga ‘sí’ al Amor que la reclama».

«La Iglesia es machista» vs «El cristianismo valoró de verdad a la mujer»

Luisella Scrosati.

La propaganda feminista, lamenta Luisella Scrosati, ha conseguido convencer a sus seguidoras de que la Iglesia «impide a las mujeres realizarse» y las considera «una máquina productora de hijos sustancialmente inferior al varón».

Pero la doctora Scrosati, profesora de propedéutica e historia de la Filosofía, recuerda cuál era la situación de la mujer en el mundo romano o helénico en el momento en el que nació Jesucristo: «No se pedía el consentimiento de una joven antes de darla en matrimonio… En ocasiones el matrimonio se consumaba en su edad preadolescente… El repudio solo podía hacerlo el marido, mientras que para que lo hiciese la esposa tenía que intervenir su padre o un pariente varón, que también podían imponérselo a ella sin su consentimiento… El marido tenía derecho a obligar a la mujer a abortar… o incluso matar a un recién nacido no deseado (con mayor frecuencia si era niña)… El adulterio femenino estaba castigado seriamente, el masculino era algo normal. El marido podía mantener relaciones sexuales con las esclavas o esclavos de su casa, porque la esposa era para garantizar la descendencia y los demás para el placer. No entraba en el horizonte de una mujer la decisión de permanecer virgen».

Y entonces nació, vivió y murió Jesucristo, y dejó un mensaje para que su Iglesia custodiase y pusiese en práctica. Luisella recoge sus palabras contra el repudio y el divorcio, la simetría en el matrimonio establecida por San Pablo o el rechazo de San Justino Mártir a discriminar en la vida de un neonato.

«El problema hoy», lamenta, «es que el adulterio, el divorcio y el aborto se entienden como derechos, se practica el infanticidio con los niños no considerados normales, avanzan la pedofilia y la efebofilia mediante la sexualización precoz de los niños…». Y ante todo ello, «las feministas, ¿dónde están?»

Scrosati no responde la pregunta con la que cierra el artículo, pero la respuesta será fácil de encontrar escudriñando los objetivos de las manifestaciones del 8-M.

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