Uno de los Senadores recién elegidos en USA, siendo gobernador de su Estado sancionó una ley que llevó al cierre de muchos abortorios. Al firmarla comentó: “En la historia del mundo, la verdadera prueba de la civilización es cómo se trata a los más vulnerables y desasistidos de la sociedad. Quienes apoyan esta ley creen que el aborto está mal porque los niños no nacidos son las personas más vulnerables y más desasistidas en nuestra sociedad. Estoy de acuerdo con ellos”.
Otro de los elegidos al Senado, también en USA, propuso en su momento que las mujeres dispuestas a abortar oyeran el latir del corazón del ser humano que vivía en su vientre. El palpitar del corazón es el clamor de Vida más perenne en nuestro vivir en la tierra.
Clamores de Vida, con mayúscula que muchas personas, por desgracia, no quieren oír y cierran su espíritu a la invitación de gozar de las grandezas de la vida, de la belleza de la naturaleza, del amor y de la alegría de saberse amadas.
Un clamor de Vida, que se alzará en las calles de muchas ciudades el próximo sábado 22 de noviembre, y que anhela convertirse en la primera nota de una sinfonía.
La sociedad que no cuida de sus hijos está condenada a la extinción; y no sólo la extinción demográfica -los análisis lo están señalando desde hace años-, también a la extinción artística, vital, moral. En otras palabras, se está suicidando lentamente.
Es lógico y natural que la sociedad se queje de la corrupción, del engaño, del robo, de la traición a la que le someten sus gobernantes, los hombres y mujeres encargados de servirla haciendo el bien, y que se venden al dinero, al poder, pierden la conciencia ante la opinión de unos cuantos, engañan en sus programas electorales, etc., etc.
Pero esa queja queda sin la menor eficacia, cuando permite siga vivo y operante uno de los orígenes más claros del ambiente de corrupción: el aborto. Un asesinato legalizado, el asesinato sostenido y pagado con los impuestos de todos los ciudadanos.
Clamores de Vida que mantienen vivo tantas familias que reciben con alegría y paz los hijos, también los que manifiestan alguna discapacidad, porque saben los tesoros ocultos que esa discapacidad encierra para el bien de la familia. Y con esas familias, tantas asociaciones pro-vida que empeñan sus esfuerzos en ayudar a madres abandonadas, a abrirles un horizonte de vida cuando son tentadas de matar a sus hijos indefensos en su vientre y que están abandonados confiadamente en su amor maternal.
Desde Estados Unidos han llegado a Europa muchos mensajes nefastos contra la familia, contra la vida. Hoy nos hacen llegar esa respuesta de muchos votantes que han elegido candidatos que defienden la Vida, que quieren acabar con los abortorios, para cambiar la mayoría del Senado y poder, así, hacer una oposición clara y eficaz a las medidas abortivas que el presidente sigue empeñado en promover.
Aquí esos votantes, ante la traición de los partidos, no tienen otro cauce que el de la manifestación en la calle. Es el clamor de los nacidos en espera de salir del vientre de sus madres, es el clamor de los que todavía no tienen voz. Es el clamor que mueve al mundo.
Ernesto Juliá