La imagen del clon humano arraigó con fuerza en el imaginario colectivo a finales del siglo XX, cuando en febrero de 1997 irrumpió en nuestras vidas la oveja Dolly: el primer mamífero clonado mediante la técnica de cambiar el núcleo de un óvulo por el núcleo de una célula del organismo de un animal adulto. Tras su activación esa célula manipulada —rejuvenecida artificialmente— se convirtió en un embrión que se transfirió al útero de otra oveja para el desarrollo del clon. Nunca más se ha logrado repetir.
Fuente: Natalia López Moratalla – Nuestro tiempo
Desde ese día se ha debatido con intensidad si debíamos o no introducir la clonación como sistema de reproducción humana. El temor a que diera lugar a ejércitos de hombres esclavos, o a copias de seres humanos sin identidad, ha crecido paralelo a una fe ciega en el poder ilimitado de la biotecnología y en sus beneficios.
Muy pocos nos hemos planteado que es más bien un tema de ciencia ficción, ya que en realidad se han logrado unos pocos clones de mamíferos, ninguno de ellos un primate. Las barreras naturales que hacen que un mamífero sea siempre hijo de uno y una son potentes, no se saltan fácilmente, y es probable que, como sucedió con Dolly, los clones conseguidos sean estériles. Cuando se trata de primates, tan cercanos a los humanos, las barreras se hacen infranqueables a la manipulación. Podrá conseguirse, tal vez, el clon de un mono. De un humano, no.
A pesar de ello en marzo de 1999 el Encuentro Quiral de científicos, filósofos y políticos concluyó que “la sociedad y sus representantes deben regular y ordenar que la posible experimentación sobre clonación no vulnere principios de respeto a la dignidad humana. Después de todo, podemos tener frente a nosotros uno de los primeros principios de la mitología judeocristiana: Y Dios hizo a Eva de una costilla de Adán”. Posiblemente esa idea de la aparición de Eva como clon de Adán tenga tanto de demagogia atea como de desconocimiento del mensaje que encierra El Génesis. Ni la primera pareja ni ningún hombre proviene de un trozo de otro.
Dios sopló su aliento en el barro amasado por el proceso evolutivo y llegaron a ser vivientes el primer varón y la primera mujer, del mismo modo que nos llama a la existencia a cada uno de nosotros al soplar su aliento en la materia resultante de la fecundación de los gametos de nuestros padres, in vivo o in vitro. Solo entonces arrancamos a vivir.
Pero mis razones también son científicas. He estudiado a fondo lo que se conoce hasta ahora sobre el comienzo de la vida y el desarrollo del embrión y puedo afirmar que no se ha logrado un embrión clónico. Hay mucho interés ideológico en llamar embrión a cualquier masa de células que proceda de la multiplicación de un óvulo, ya que de esa forma el verdadero embrión puede ser tratado como una mera masa de células sin individualidad y, por tanto, sin el carácter propio de la especie humana.
La experiencia reciente es reveladora. Apoyada en un gran despliegue de medios de comunicación, la profecía de los clones humanos retornó en 2005, cuando se anunció el logro de la llamada “clonación terapéutica”, denominada así porque planteba el uso de estas células para curar al enfermo del que el embrión sería su clon. Sin embargo, el supuesto hallazgo resultó ser un fraude que obedecía al interés de ciertas empresas de biotecnología.
Tras el engaño parecía que la sociedad era más consciente de que la clonación no solo era difícil sino poco racional como terapia, ya que requeriría hacer un clon de cada paciente. Para ello se necesitarían varias mujeres donantes de óvulos sometidas a las consecuencias nefastas de la estimulación ovárica.
Con todo ello la clonación terapéutica parecía olvidada, pero han bastado unos pocos años para que en 2013 los medios de comunicación hayan vuelto a sacar a la palestra un trabajo que describe la obtención de células embrionarias desde un embrión clónico producido a partir de óvulos de donantes. A estas alturas sabemos que esas células del tipo embrionario no servirán para curar ni para competir en investigación con otras células.
De hecho han bastado un par de días para que los autores hayan reconocido que el trabajo contiene errores graves y que las figuras utilizadas están trucadas. Pero esto ya no es noticia. Habrá que seguir insistiendo en que la Ciencia sí sabe que un embrión es un individuo y no una masa de células; y que no toda masa de células es un individuo en estado embrionario.