Todos conocemos a Gaudí por ser el arquitecto del templo de la Sagrada Familia de Barcelona, entre otras grandes obras, pero no todo el mundo conoce el gran mundo interior y la vida tan peculiar que le ha llevado a estar actualmente en proceso de beatificación.
Gaudí nace en Reus en el año 1852 en el seno de una familia humilde siendo la profesión de su padre la de calderero. Desde una edad muy temprana, el pequeño Gaudí esta marcada por la enfermedad, principalmente por un problema reumático que le impede jugar con normalidad con otros niños en la calle. Tiene que pasar grandes periodos de convalecencia en casa o necesitar de la ayuda de un asno para poder desplazarse. Probablemente esta sea la principal causa de su carácter retraído y reservado.
Su gran pasión por la edificación viene ya de los tiempos escolares en Reus y nada más cumplir 17 años decide trasladarse a Barcelona para poder iniciar la carrera de arquitectura. Durante su época universitaria no destaca por ser un estudiante notable, y obtiene su graduación pasando alguna que otra dificultad. En la universidad deja patente su peculiar carácter, más preocupado de sus propios intereses que de las asignaturas oficiales: en sus trabajos puede dedicar más tiempo a un mero detalle arquitectónico que al conjunto de un proyecto. Es célebre la frase del director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, Elies Rogent, en el momento de otorgarle el título en el año 1878, afirma: “Hemos dado el título a un loco o a un genio, el tiempo lo dirá” Rodríguez (2008)
Como hemos comentado, en su infancia no tiene grandes comodidades materiales y en su etapa de estudiante vive dentro de una relativa pobreza, ya que tiene que trabajar para poder costearse los estudios. Una vez comienza a trabajar como arquitecto, intenta resarcirse de todas las privaciones pasadas convirtiéndose en un auténtico dandy, siempre a la moda. Tenemos que recordar que a finales del siglo XIX, la intelectualidad ha elevado al ideal máximo el aspecto externo.
Su fisonomía es poco común en la España de la época, abundante cabello rubio, ojos azules y una magnífica planta. Sin duda, es difícil que pasara desapercibido en cualquier ambiente.
A lo largo de su vida, su dedicación plena al trabajo le hizo descuidar el poco tiempo libre que pudiera quedarle para su vida privada. Nunca contrae matrimonio.
Poco a poco su pensamiento de ideales socialistas utópicas de juventud evolucionan hacia posiciones más conservadoras y religiosas. Como muy bien explica su amigo el arquitecto César Martinell (1888-1973): “Gaudí sustituyó la filantropía laicista por la caridad cristiana” Martinell (1967, p:48)
Tuvo su proceso de conversión, cuyo punto de inflexión tuvo lugar en la Cuaresma posterior a la adaptación del proyecto de la Sagrada Familia. Quiso prepararse de tal forma, que realizó un estrictísimo ayuno penitencial, llegando a estar tan agotado que flaquearon sus fuerzas. Más tarde, confesó haber querido seguir el consejo de Fra Angélico: «Quien desee pintar a Cristo sólo tiene un camino: vivir con Cristo». Igual que los pintores de iconos se preparan con ayuno y oración, Gaudí quiso preparase para realizar la Sagrada Familia.
Era un gran devoto de la Virgen María y rezaba diariamente el Rosario, devoción que traspasó la intimidad de la oración personal para quedar reflejada en sus obras. […]Gaudí encontró la mejor forma de servir a Dios y a los demás. Decía que «la Iglesia no para de construir, por eso su cabeza es el pontífice, que quiere decir que hace puentes. Los templos son puentes para llegar a la Gloria».”
Tras una serie de desgraciadas muertes de familiares y amigos, decide en 1915 dedicarse por completo a la Sagrada Familia. Como el propio Gaudí confiesa:“Mis grandes amigos están muertos, no tengo familia, ni clientes, ni fortuna, ni nada. Así puedo entregarme totalmente al Templo” Bonet (2001)
A partir de entonces se traslada a vivir al estudio que tiene en la Sagrada Familia para poder estar 24 horas dedicado a las obras. Lleva un modo de vida semejante al de un ermitaño, incluyendo ropas y comidas muy austeras. Gaudí tiene por costumbre asistir a diario a la Iglesia de San Felipe Neri para orar y confesarse con cierta frecuencia, pero el 7 de junio de 1926 es atropellado por un tranvía que lo deja inconsciente. Tendido en el suelo y muy malherido, los viandantes creen que es un mendigo por su aspecto descuidado y por carecer de toda documentación; por esta razón no es socorrido de inmediato e incluso varios taxistas se niegan a llevarle a un hospital, hasta que intervino un guardia civil obligando a uno de ellos a conducirle hasta el Hospital de la Santa Cruz. Al día siguiente, estando hospitalizado, es reconocido por el capellán de la Sagrada Familia, fallece dos días después, a la edad de 74 años.
De vez en cuando decía: “¡Jesús, Dios mío!” Esto hizo creer que conservó el conocimiento, pero también que quiso evitar diálogos con el mundo en aquella hora suprema […] Los balcones de las casas, en las proximidades del Templo, estaban enlutados con impresionante unanimidad. Allí vive gente modesta. Muchos balcones tenían cubrecamas de color y en el centro una tela negra; algunos una mantilla en señal de luto. Era la exteriorización espontánea del duelo que sentía el vecindario de don Antonio, el suyo, que durante cuarenta años lo vio pasar cada día con su aspecto modesto.
Es enterrado el 12 de junio en la capilla de Nuestra Señora del Carmen de la cripta de la Sagrada Familia, con presencia de todas las autoridades y grandes multitudes de personas que quieren darle el último adiós. Tristemente, su tumba es profanada en 1936 durante la guerra civil por el bando republicano, creyendo que, en la cripta dónde esta su tumba y la de la familia Bocabella, pueden esconder armas. Parece ser que una vez abierta su tumba, al encontrar únicamente su féretro, no tocan nada más.