Cómo leer a Shakespeare

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Lo contó el poeta brasileño Mario Quintana: “Esa manía de leer sobre los autores hizo que, en el último centenario de Shakespeare, se trabase entre una joven profesora del interior y este escriba el siguiente diálogo: —¿Qué debo leer para conocer a Shakespeare? —A Shakespeare”. En este centenario podemos tener la misma tentación que aquella joven profesora. Bastante justificada por los misterios que rodean la biografía del escritor y sus propósitos. Sin embargo, nada (ni nuestra curiosidad por Shakespeare) debería privarnos de leer a Shakespeare.

FUENTE : ACEPRENSA

Si alguien quiere “ir al grano”, existe cierto consenso. Entre sus títulos, destacan, según el príncipe de Lampedusa, los Siete Magníficos: “Así como son siete las maravillas del mundo (y siete los pecados capitales), también son siete (a mi parecer) las cumbres absolutamente supremas alcanzadas por Shakespeare: Enrique IV, Hamlet, Medida por medida, Otelo, El rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra”. Hace trampa el autor de El Gatopardo, porque Enrique IV es, en realidad, una tetralogía. Estamos, pues, ante un decálogo, que también es número simbólico. Por mi parte, añadiría El mercader de Venecia, por gusto de epatar al posmoderno y porque tiene mucho mar de fondo, y los Sonetos, por justicia poética. Doce es otro número redondo.

Limitarse más para una recomendación sería doloroso y sólo puede hacerse bajo las más severas amenazas. Lo dice Lampedusa con una leve sobreactuación siciliana: “Si me dijeran que todas las obras de Shakespeare debían sucumbir, menos una que yo debiera elegir, primero intentaría matar al monstruo que hubiese hecho la propuesta; después, si no resultaba, intentaría suicidarme, y, si ni siquiera pudiera llegar a eso, pues bien, al final de todo, elegiría Medida por medida”.

Por fortuna, ese monstruo antishakesperiano no existe. Es más, Shakespeare requiere ser leído completamente. Las obras consideradas menos grandes explican las mayores. Pondré un ejemplo más extremo y que quiere ser otra recomendación (indirecta) de lectura.

Basta probar para ver que Shakespeare da más de lo que pide y que, a cada nueva vuelta, ofrece perspectivas enriquecedoras
El drama histórico Tomás Moro es una obra menor, con el agravante de haber sido escrita a varias manos. Lo compensa su evidente dimensión novelesca. Por un lado, en su manuscrito se encuentran los mayores autógrafos de Shakespeare, como firmando una obra especialmente discutida, para que no quepan dudas. Por otro, no pasó la censura, y jamás se representó. Eso le da valor histórico, aunque la privó de las sucesivas correcciones literarias que entonces se hacían sobre la marcha, a la vista de los problemas y hallazgos que producía la puesta en escena.

Nada de lo cual debería dejarnos sin la maravilla de los grandes monólogos de Tomás Moro, indubitablemente shakesperianos, o sin la viveza del retrato del autor de Utopía. Ni tampoco sin el evidente sesgo político-religioso que emana de su tema y de su tono. Tomás Moro aporta una prueba más de las simpatías intelectuales de William Shakespeare, y, por tanto, nos ayuda a leerle mejor.

Una lectura total

Del mismo modo que Maquiavelo se vestía con sus ropas de gala para leer a los grandes autores, la lectura de Shakespeare puede emprenderse con cierta parafernalia. Yo recomiendo la lectura total. Consiste en un primer contacto con la obra escogida a través de una buena traducción. Después, como no siempre es posible ir al teatro, ver una adaptación cinematográfica. La filmografía de la obra de Shakespeare es apabullante, tanto en cantidad como en calidad. Habiéndose escrito para ser representada, nada mejor que seguir fielmente las intenciones del autor. Entonces será el momento o de recurrir a la versión original o de repasar el texto en inglés o, si uno no se maneja con suficiente soltura, paladear al menos los momentos más intensos. El inglés de Shakespeare merece el esfuerzo.

Finalmente, lo ideal es comentar la obra con un puñado de amigos con los que nos hayamos confabulado previamente. Esta tertulia puede enriquecerse con algunas opiniones autorizadas. La bibliografía sobre Shakespeare es aún más apabullante que su filmografía. Lampedusa, Harold Bloom, W.H. Auden, René Girard, G.K. Chesterton, entre otros, han escrito ensayos que comentan a Shakespeare título a título. No siempre estaremos de acuerdo con los críticos, como tampoco entre ellos lo están, pero recibiremos un sinfín de sugerencias y vislumbres.

Suena a protocolo imposible, pero no olvidemos que tenemos toda la vida por delante. Basta probar para ver que Shakespeare da más de lo que pide y que, a cada nueva vuelta, ofrece perspectivas enriquecedoras. Enseguida estaremos deseando que, en efecto, fuese una labor infinita, y no sólo poco más de treinta obras. Pero no se preocupen, en el fondo, lo es: infinita, por fortuna.

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