Él no tiene culpa, pero septiembre es uno de los meses más controvertidos: no satisface todos los gustos. Así, mientras unos desean que llegue, otros querrían lo contrario.
Hay quienes, porque recogen en él sus cosechas, desean que llegue para ponerlas a buen recaudo en sus bodegas, mientras que quienes, por la temporalidad temen la pérdida de su trabajo, preferirían que desapareciese del calendario.
Las madres sueñan con septiembre para que la vuelta al cole de los hijos, devuelva el orden a la casa. En cambio ellos, especialmente los mayores, no votarían por septiembre que les obliga a una disciplina de horarios olvidada en el verano.
Otro tanto podríamos decir de los que esperan septiembre con la esperanza de solución del problema que ralentizó agosto y de tantos y tantos, con opiniones distintas.
Es que septiembre, como muchas personas sometidas al juicio de las demás, se ve sumido en un permanente vaivén de opiniones en función de los criterios esgrimidos. Eso sí, con alguna diferencia: con septiembre no nos molestamos, sabemos que es como es y basta. En cambio sí lo hacemos con las personas, a las que nos cuesta tolerar, al juzgarlas, que tengan criterios y modos de hacer que no coinciden con los nuestros.
La razón debe residir en la conciencia que todos tenemos de que las voluntades son mudables, la nuestra también, y en el deseo que todos tenemos de variar la de los demás para acomodarla a la nuestra. Ocurre que solemos olvidar que en esos “demás”, estamos incluidos cada uno y que esos deseos, como casi todo, se contagian.