Reproducimos a continuación un excelente artículo que sirve para ilustrar el espectacular partido de la final de «Champions».
El 25 de julio de 1908 la reina consorte de Inglaterra, Alejandra de Dinamarca, se disponía a entregar desde su palco de honor en el majestuoso Shepherd’s Bush Stadium las medallas del primer maratón de los Juegos Olímpicos modernos. Más de 75.000 personas abarrotaban las gradas, desde las que habían presenciado una de las finales más épicas de la historia de esta carrera.
La Reina colgó las preseas del cuello de los estadounidenses Hayes, campeón olímpico, y Forshaw y al británico de origen sudafricano Hefferon, segundo clasificado. Pero esa ceremonia deparó una sorpresa. La reina Alejandra había preparado una copa de plata para uno de los perdedores, el italiano Dorando Pietri, que había cruzado la meta en primer lugar. Sin embargo, su esfuerzo había sido tan intenso que entró en el estadio desorientado, corriendo en sentido contrario a la meta y se cayó un par de veces. Los jueces le ayudaron para que pudiera concluir la prueba, lo que provocó una reclamación de EE.UU. Pietri fue descalificado y Hayes ganó la carrera. El resto es parte de la historia del atletismo.
El deporte está lleno de grandes lecciones humanas donde el esfuerzo y generosidad son los protagonistas. Historias con un mensaje de valor, de entrega, de conquista. En palabras del director de la Academia Olímpica Española, Conrado Durántez: “Si el deporte no sirve para la mejora del hombre, para nada sirve”. Para que eso ocurra es necesario descubrir el potencial educativo de la práctica deportiva y comunicarlo.
En la sociedad actual el deporte es un elemento de consenso –la gran mayoría comparte su aportación positiva– y fuente de salud. Pero además tiene una gran influencia en el comportamiento de las personas. Millones de aficionados de todas las razas y condición social siguen con pasión a deportistas como Rafael Nadal, Leo Messi o Usain Bolt. Muchos de esos seguidores son universitarios que saben que hay elementos de la cultura con un peso decisivo en sus vidas. En la Grecia clásica la literatura, la geometría o la retórica cultivaban el intelecto y el cuerpo se esculpía con deporte. Su ejemplo pervive en las mejores universidades del mundo, como Harvard, Georgetown o Yale. Allí nadie entiende una educación sin deporte, al igual que casi ningún atleta de élite de los Estados Unidos entiende el deporte sin educación.
Más de un siglo después de los Juegos de Dorando Pietri, Londres organizó de nuevo una Olimpiada. Desconozco si la delegación italiana de 1908 tuvo la misma suerte que la de Londres 2012, que fue recibida por el entonces papa Benedicto XVI. El pontífice se dirigió a ellos con estas palabras: “La Iglesia se interesa por el deporte porque le importa el ser humano en su totalidad y reconoce que la actividad deportiva repercute también en la educación, la formación de la persona, las relaciones y la espiritualidad (…). El atleta que vive integralmente su experiencia está atento al proyecto de Dios sobre su vida, aprende a escuchar su voz en los largos tiempos de entrenamiento, a reconocerlo en el rostro del compañero y también del adversario (…) vosotros, queridos atletas, [tenéis] una misión que cumplir: ser, para los que os admiran, modelos válidos (…), maestros de una práctica deportiva siempre leal”.
Dorando Pietri ya es historia pero su mensaje es más actual que nunca. En el deporte, como en la vida, cuando se lucha, la derrota se convierte en victoria.
Javier Trigo