Para que una persona salga de una situación, cuando menos negativa, se necesitan dos cosas: que una persona o un grupo de ellas, junto a su voluntad de ayuda, cuenten con recursos suficientes para hacerlo posible y que la persona interesada, la que está en esa situación, quiera dejarse ayudar.
Dejarse ayudar. Es importante no sólo por el beneficio inmediato que puede reportar la ayuda: también porque abre la puerta a futuras posibilidades.
Sin embargo, muchas personas han vivido la experiencia contraria: han querido ayudar a alguien y ese alguien, no ha aceptado la ayuda. No porque le moleste “esa”, concreta, sino porque rechaza todas.
Rechazar una ayuda, además de ser manifestación de falta: de capacidad para valorar el interés que algunas personas, muestran por él; de interés por cuanto le proponen; de respeto hacia su esfuerzo y de sensibilidad ante el afecto que le muestran,- de lo que, seguramente, no es culpable en solitario -, aboca, a quien así se comporta, a encerrarse aún más en sí mismo, en sus dificultades y problemas.
Las causas de este no dejarse ayudar, pueden ser varias: desde creer que la solución al problema, la tiene que dar el interesado, hasta el conformismo, pasando por la desconfianza hacia todo y todos, la falta de inquietudes o de ilusión.
Para ayudar a estas personas a cambiar el signo de esas situaciones que tanta angustia producen y, así, dejarse ayudar, sería preciso recuperar, al menos, dos cosas de leve apariencia, en las que puede estar la clave: la ilusión y el afecto, casi ausentes, una y otro de los tiempos y la sociedad en que vivimos.
No es cosa de niños: todos sabemos que necesitamos su compañía. Por ello, ¿no sería interesante hacer lo posible por recuperarlos cada uno para su entorno?