¿Quién de nosotros no ha amanecido algún día triste?. En esas circunstancias cuanto sucede en ese día es percibido con tonos oscuros. ¿Quién no se ha levantado alguna vez aquejado por un dolor? Con la dolencia a cuestas , es necesario esfuerzo., si no querremos que se refleje en el gesto.
¡Que levante la mano quien no haya tenido a lo largo del día un contratiempo! ¿Quién no ha caminado alguna vez por la calle, algo encovado, bajo el peso de otras preocupaciones, provocadas por el deterioro físico de un miembro de la familia; por contrariedades graves en el trabajo; averías en electrodomésticos o en equipos informáticos; recursos económicos que “no alcanzan” , ayudas que no llegan , solicitudes denegadas…
No falta quienes discurren así por otras motivaciones derivadas de rupturas familiares, obligaciones no atendidas, hijos distanciados, faltas de entendimiento, o de afecto, en el propio ambiente…
Una sola bastaría para justificar una sombra de tristeza en el rostro, pero además hay temporadas en las que se acumulan las contrariedades una tras otra. Durante esas fases se desea tener al lado, alguien que entienda, comprenda y consuele. Y es que lo peor es… la indiferencia, la soledad, el aislamiento.
Hay personas que, a estas u otras preocupaciones similares, han de añadir las producidas por carencias básicas, imprescindibles para una vida digna. ¿Nos hacemos idea de cómo se tienen que sentir?. Pues con esta carga de dolor y sufrimiento caminan por la vida, por tanto ¿Tiene algo de extraño que su aspecto sea menos grato?. ¿Que su gesto no sea expresivo a la hora de mostrar agradecimiento?
Son iguales a los demás: sensibles, afectuosas, con corazón que siente y sufre, ¡aunque no se note! porque la dureza de la vida le haya puesto una coraza. Pero son como los demás y como las demás, necesitan y esperan, ayuda. Necesitan ayuda material y, también, en forma de delicada solidaridad, la que les manifiestamos a través de la comprensión y del afecto.