La revista digital Spiked ha publicado una serie de artículos sobre el paternalismo. En uno de ellos, la escritora estadounidense Nancy McDermott critica un nuevo estilo de paternalismo que pide un trato especial para las mujeres mientras pone bajo sospecha a los hombres.
Fuente: Spiked
Aunque no comparte todas sus tesis, McDermott elogia el empeño de la periodista Hanna Rosin –autora del libro The End of Men: and the Rise of Women– por mostrar que las mujeres están alcanzando la igualdad con los hombres en muchos campos, llegando incluso a adelantarlos en la economía y la educación, al menos en algunos países occidentales y asiáticos. (
Pero algunas feministas creen que el libro de Rosin hace un flaco favor a las mujeres. “Para ciertas activistas –sostiene McDermott–, la igualdad ante la ley solo disimula la discriminación que todavía persiste en la sociedad, como herencia de la opresión. Eso justifica que los miembros de grupos que han sido discriminados reciban ahora un trato diferente que compense esa opresión histórica”.
Cuidado con el hombre
Es tentador creer que los hombres están hoy en baja por algunos defectos inherentes a la masculinidad o que las mujeres suben por estar mejor adaptadas a los tiempos actuales. A McDermott ninguna de las dos cosas le convencen. “Lo que parece ser una igualación entre el estatus de hombres y mujeres realmente es la degradación del potencial humano de ambos. En el caso de los hombres, no se trata solo de que ya no personifiquen la autoridad; es su propia masculinidad la que es inherentemente problemática. En el mejor de los casos se dice que la masculinidad hace a los hombres inflexibles; en el peor, que los convierte en peligrosos autómatas sin sentimientos, aislados de sí mismos y de los demás, inclinados a ver a las mujeres como objetos y predispuestos a la violencia sexual”.
“En cambio, a las mujeres se las presenta como seres vulnerables, también por principio. Siempre están en peligro, ya sea porque tienen una cita con un hombre que puede utilizar el alcohol como un arma para violarlas, o porque pueden desarrollar un trastorno alimenticio desencadenado por las imágenes de las revistas de moda”.
Lo cierto es que estas visiones caricaturescas que critica McDermott “socavan los fundamentos para lograr la igualdad y la cooperación mutua. Cuando los hombres son vistos como inútiles o peligrosos, y las mujeres como indefensas frente a los privilegios masculinos, ¿resulta tan sorprendente que el matrimonio –la institución donde los hombres y las mujeres se comprometen para toda la vida– se haya vuelto tan conflictivo como para que valga la pena?”.
Que nadie nos discuta
Para McDermott, las únicas personas que se benefician de la lucha de poder entre mujeres y hombres son las que denomina “feministas zombis”, que intentan resucitar una doctrina que se daba por muerta. “Como su nombre indica, sus ideas no son novedosas ni originales: básicamente, se limitan a hacer un refrito del académico y tosco ‘feminismo de género’, que se puso de moda hace 30 años”.
Pese a los aires de libertad que se dan las “feministas zombis”, su mensaje –la masculinidad es el problema– sigue siendo tan paternalista como lo fue entonces. Lo que pasa es que ahora está calando la idea de que cualquiera que se atreva a refutar sus tesis está perpetuando la opresión patriarcal. “Consiguen que nadie les discuta. Y no porque la mayoría esté de acuerdo con ellas –de hecho, las encuestas revelan que muchas mujeres se desmarcan enérgicamente de las activistas feministas–, sino porque quizá prefieren que nadie les tache de antimujeres”.