Todo el mundo sabe que el matrimonio es la unión estable y comprometida de un hombre y una mujer en orden a amarse y ayudarse mutuamente, así como el ámbito ideal para tener hijos. Extender esta realidad a otro tipo de relaciones, no significa adaptarlo, sino deformarlo, difuminarlo.
En este sentido, es curioso como quienes durante años atacaron la familia y el matrimonio como algo anacrónico, ahora lo quieran extender a otras realidades. Quienes así actúan no defienden el matrimonio y la familia, sencillamente han variado de táctica. Ahora, al comprobar que de esa manera no los dañan, han variado su metodología: “si no puedes con ellos, únete a ellos”.
Estas ideologías contrarias a la familia, en su nueva versión denominada “ideología de género”, han entendido que la mejor manera de acabar con el matrimonio es diluirlo en la nada: si todo es matrimonio nada es matrimonio. Así, con la supuesta extensión de derechos, consiguen aparecer como muy sociales y defensores de algo, y ocultan que van en contra.
Conviene conocer esta realidad para saber argumentar en sociedad. El matrimonio no es un concepto meramente religioso, sino que es el fruto cultural de la experiencia y reflexión humana. Por tanto, la sociedad es la primera interesada en defenderlo. Y lo debe hacer a través de sus instituciones principales: universidades, colegios, tribunales, religiones, etc.
Su esencia, naturaleza, origen y fines, por más que algunos se empeñen, no se pueden cambiar. Si se hiciera ya no hablaríamos de matrimonio, sino de otra cosa.
Ahora que está tan de moda las denominaciones de origen, tenemos que revindicar la Denominación de Origen del Matrimonio. Y es que el matrimonio autentico, el único, es un bien que debe ser protegido, cuidado y blindado.