Hace algún tiempo presenciamos cómo una persona, que había desempeñado un trabajo importante en una organización del ámbito financiero, exultaba de alegría porque había conseguido el logro de su vida.
– Sólo por este momento, ha merecido la pena tantos años de trabajo, decía orgulloso.
El motivo de tanto regocijo era su propia prejubilación. Y todos le miraban con envidia… Desde luego, no deja de ser asombroso que la mayor alegría profesional para mucha gente sea “conseguir dejar la profesión antes de tiempo”.
Es cierto que la fiebre de las prejubilaciones parece haber remitido un poco; aún así siguen siendo bastante frecuentes en compañías de todos los sectores. Después de hablar con los interesados, es difícil saber si lo que realmente buscan es la prejubilación o tomarse unas buenas vacaciones.
A corto plazo y desde un punto de vista humano, jubilarse anticipadamente tiene mucho atractivo. Sin embargo, no es raro encontrar estudios sociológicos o, incluso, reportajes en la televisión o en la prensa sobre personas que se han prejubilado en los que, detrás del escaparate superficial de bienestar y felicidad que muchas veces se pretende vender, en muchos casos se pueden percibir las consecuencias negativas que, para la vida de esas personas, ha tenido su prejubilación.
Teóricamente es todo perfecto: se va a seguir cobrando; después de más de 30 años fichando a la misma hora todos los días, ya no tendremos que hacerlo nunca más; existe libertad para hacer aquello que más nos plazca; se quita al jefe de en medio; fuera el estrés; los objetivos desaparecen y el futuro aparece como una playa caribeña donde podremos disfrutar placenteramente hasta el final de nuestros días. Indudablemente, todo esto tiene un atractivo grande para todo el mundo. No en vano la palabra jubilación viene de júbilo,¬ alegría.
Después llega la realidad que, a tenor de las conversaciones con estas personas, parece que dista un poco de las playas de las que hemos hablado. Como mínimo, nos damos cuenta de que la imaginación ha jugado un papel importante, como casi siempre, para sacarnos de la realidad.
Para descansar, primero hay que estar cansado. El descanso es placentero en la medida en que supone una recuperación de fuerzas y un alivio de una situación anterior más difícil. Si no hay fuerzas que recuperar, el descanso se convierte en no hacer nada, puede hastiar. No hay nada más cansado que vivir de esa manera.
Después de la prejubilación es posible que todavía haya 30 años de vida por delante. O tenemos esos años muy llenos o podemos llegar a aborrecer la situación de prejubilados. La pregunta es evidente: ¿Qué voy a hacer para llenar la vida? ¿A qué me voy a dedicar?
Nos creemos que las cosas van a ser de una manera. Pero luego las cosas son como son y la sorpresa es mayúscula. Hemos utilizado, otra vez, como forma de conocimiento sólo la razón y ella ha creado idealmente mi forma de vivir. Craso error. Quizás la forma de conocer sea justamente al revés. Primero la realidad, ¿cómo vive la gente que se ha prejubilado?; y luego adecuar la razón, ¿es lo que yo tengo en la cabeza?
-¿Qué vas a hacer cuando te prejubiles?, le preguntó un amigo a un directivo de una gran multinacional.
-Nada, respondió.
Nuestro amigo intentó hacerle ver que eso era imposible. No lo aceptó. Al cabo de unos meses, no sabía qué hacer.