El día de Europa

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El pasado  9 de mayo los 28 países de la Unión Europea celebraron el día de Europa, una jornada en el que las instituciones europeas y representaciones nacionales organizan diversas actividades para promover la transparencia y fomentar el acercamiento entre la Unión Europea y sus ciudadanos.

Desde 1985, los países miembro de la UE celebran el día de Europa el 9 de mayo para conmemorar el discurso que este mismo día en 1950 pronunció Robert Schuman, Ministro de Asuntos Exteriores francés por aquel entonces, para presentar un nuevo modelo de cooperación política y económica de Europa. Un discurso que se conoce como la Declaración Schuman y que supuso el germen de la Comunidad Europea del Acero y el Carbón (CECA) entre Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos, posterior Comunidad Económica Europea y, finalmente, la Unión Europea que actualmente une a 28 países del continente.

Pero Europa es algo más.  Europa está experimentando, desde hace tiempo, una auténtica «prueba de tensión», al margen de las tensiones que nuestro continente deberá afrontar en el futuro. Pero de aquí emerge también, y sobre todo, la responsabilidad que nosotros los europeos debemos asumir en este momento histórico.

Demos una mirada más precisa a la contraposición entre dos culturas que han marcado a Europa. En el debate sobre el preámbulo de la constitución europea, esta contraposición mostró en dos puntos controvertidos: la cuestión de la referencia de Dios en la constitución y la mención de las raíces cristianas de Europa. 

Las razones que se ofrecieron en ese debate público  no fueron superficiales. La afirmación de que la mención de las raíces cristianas de Europa hiere los sentimientos de muchos no cristianos que viven en ella, es poco convincente, ya que se trata antes que nada de un hecho histórico que nadie puede negar seriamente.

Naturalmente esta mención histórica contiene una referencia al presente, pues, al mencionar las raíces, se indican las fuentes remanentes de orientación moral, es decir, un factor de identidad sobre  lo que es Europa. Por tanto , ¿a quién se ofendería? ¿la identidad de quién quedaría amenazada? Los musulmanes, que con frecuencia son llamados en causa, no se sienten amenazados por nuestros fundamentos morales cristianos, sino por el cinismo de una cultura secularizada que niega sus propios fundamentos. Y tampoco se ofenden nuestros conciudadanos judíos por la referencia a las raíces cristianas de Europa, en cuanto estas raíces se remontan al monte Sinaí: llevan la marca de la voz que se hizo sentir sobre el monte de Dios y nos unen en las grandes orientaciones fundamentales que el decálogo ha donado a la humanidad. Lo mismo se puede decir de la referencia a Dios: la mención de Dios no ofende a los pertenecientes a otras religiones, lo que les ofende es más bien el intento de construir la comunidad humana sin Dios.

Las motivaciones de este doble no son más profundas de lo que dejan pensar los argumentos que se ofrecen. Presuponen la idea de que sólo la cultura ilustrada radical, que ha alcanzado su pleno desarrollo en nuestro tiempo, podría constituir la identidad europea. Junto a ella pueden, por tanto, coexistir diferentes culturas religiosas con sus respectivos derechos, a condición de que y en la medida en que respeten los criterios de la cultura ilustrada y se subordinen a ella.

Esta cultura ilustrada queda sustancialmente definida por los derechos de libertad. Se basa en la libertad como un valor fundamental que lo mide todo: la libertad de elección religiosa, que incluye la neutralidad religiosa del estado; la libertad para expresar la propia opinión, a condición de que no meta en duda justamente este canon; el ordenamiento democrático del estado, es decir, el control parlamentario sobre los organismos estatales; la formación libre de partidos; la independencia de la Justicia; y, finalmente, la tutela de los derechos del hombre y la prohibición de las discriminaciones.

En este caso, el canon está todavía en vías de formación, ya que hay también derechos humanos que resultan contrastantes, como por ejemplo, en el caso del conflicto entre el deseo de libertad de la mujer y el derecho a vivir del que está por nacer.

El concepto de discriminación se amplía cada vez más, y así la prohibición de la discriminación se está transformando progresivamente en una limitación de la libertad de opinión y de la libertad religiosa. Hoy día, por ejemplo, ya no se puede afirmar que las prácticas homosexuales constituyen un desorden objetivo en la estructuración de la existencia humana.

Es evidente que este canon de la cultura ilustrada, que no es definitivo ni mucho menos, contiene valores importantes de los cuales nosotros,  no queremos ni podemos renunciar; sin embargo, es también evidente que la concepción mal definida de libertad, que está en el fundamento de esta cultura, inevitablemente implica contradicciones; y es evidente que precisamente a causa de su uso (un uso que parece radical) implica limitaciones de la libertad que hace una generación ni siquiera podíamos imaginar. Una confusa ideología de la libertad conduce a un dogmatismo que se está revelando cada vez más hostil para la libertad.

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