El cambio más evidente en las temperaturas y el clima en general es el día y las estaciones, es decir los cambios producidos por los movimientos de rotación y traslación de la Tierra respecto del sol y la inclinación del eje terrestre. Esta inclinación determina en ángulo de incidencia con el que los rayos solares llegan a los distintos lugares de nuestro planeta. Cuando los rayos solares caen en forma oblicua sobre el hemisferio sur, el clima es frío y los días son más cortos: es invierno. En cambio a la vez, en el hemisferio norte se recibe más luz solar, los días son más cálidos y largos: es verano.
La mínima distancia entre la tierra y el Sol se llama perihelio y la mínima distancia es el afelio. Es una curiosidad que el perihelio se produzca durante el invierno en el hemisferio norte. Por ello, la posición más cercana al sol (perihelio) no hace que suban las temperaturas del planeta. La causa no es la distancia sino la inclinación.
Por otro lado la energía producida en el interior del Sol es una cantidad más o menos constante, al menos así lo ha sido en los últimos mil millones de años. Se han comprobado variaciones cíclicas de la cantidad de energía emitida por el Sol denominadas ciclos de actividad solar. Estos pequeños cambios en las propiedades físicas del Sol han tenido, efectos enormes en el clima y la vida en nuestro planeta.
Las manchas son consecuencia de intensos campos magnéticos que se producen al incrementarse la actividad solar. El astrónomo británico Edward Maunder observó en 1893 un periodo en el que apenas hubo manchas solares visibles. Fue llamado este periodo el mínimo de Maunder (1645 a 1715 d.C) que coincidió con la parte más fría de la llamada pequeña edad de hielo durante la que Europa, América del Norte y quizás el resto del mundo, sufrió inviernos muy crudos.
Si el Sol es nuestra fuente energética ¿No será razonable pensar que variaciones en las emisiones solares puedan inducir cambios climáticos en la Tierra?
Además el sol afecta a la temperatura de la Tierra indirectamente a través de las nubes que tienen un importante efecto enfriador. Los rayos cósmicos contribuyen a condensar las nubes. Sin embargo el viento solar procedente de la actividad del sol barre parte de los rayos cómicos y esto provoca la ausencia de nubes. Siguiendo este razonamiento el clima es controlado por las nubes, las nubes son formadas por los rayos cósmicos que a su vez son controlados por el sol.
Finalmente las corrientes marinas se caracterizan por movimientos horizontales en los que el viento juega un importante papel y por movimientos verticales dependientes de la salinidad y las temperaturas (circulación termohalina). Las corrientes superficiales que son mejor conocidas, están vinculadas a movimientos convectivos de agua, procedente de corrientes profundas de características mucho menos conocidas.
Parece existir un ciclo térmico de calentamiento y enfriamiento en las aguas superficiales del Atlántico Norte, entre 0º y 70º N, denominado AMO (Atlantic Multidecadal Oscillation), con un período de 65/80 años y una amplitud de unos 0,5º C. Esta oscilación parece estar relacionada con las variaciones en la intensidad de la circulación termohalina y su efecto es el aumento alternativo del caudal de una u otra fuente (norte o sur). Es posible que durante el siglo XX la producción de agua profunda en los Mares del Sur haya disminuido notablemente, lo que se corresponde con un aumento de la producción de agua profunda en el norte del Atlántico. Esto provocaría un mayor empuje de la Corriente del Golfo y, por lo tanto, un calentamiento del Atlántico Norte.
A modo de conclusión
Aunque parezca obvio, habrá que afirmar que el clima siempre ha estado cambiando. Este “siempre” se refiere a los últimos 4.500 millones de años. Lo que pasa es que la escala geológica de los tiempos es inabarcable para una vida humana que apenas cubre un siglo. Esta reflexión, en clave de humildad, significa que muchos de los profundos cambios que se han producido en la Tierra han tenido lugar sin la contribución del ser humano. Ahí están las glaciaciones del periodo cuaternario, cinco en poco más de un millón de años, o las extinciones masivas de hasta el 90% de las especies, de las que destaca por la notoriedad mediática alcanzada la extinción del cretácico, hace unos 65 millones de años. Todo ello ha sucedido sin la mediación humana, dada nuestra reciente capacidad tecnológica.
Cambios ha habido y habrá en un planeta que, además, no depende de sí mismo. Son evidentes las influencias sobre la Tierra del Sol y de la Luna. Tal vez se descubran otras interacciones ahora desconocidas. Puede ser útil reflexionar sobre la auténtica dimensión del ser humano en ese tremendo conjunto espacio-temporal constituido por el Sistema Solar que a su vez es apenas una mota de polvo en el espacio que por inabordable, llamamos “universo observable”.
Bienvenida sea la sensibilización actual hacia el cambio climático si sirve para empujar la búsqueda de energías limpias y accesibles también a los pueblos en desarrollo, energías alternativas al uso de otros combustibles más contaminantes. Bienvenida sea esta sensibilización si contribuye a la mejora de la convivencia humana y a la extensión del respeto a un entorno que no es nuestro, sino de nuestros hijos.