Una vez que las tropas occientales han abandonado Afganistán, las dudas sobre la conveniencia, en un futuro, del reconocimiento del nuevo régimen o al menos el inicio de un diálogo fluido con los talibanes, están inquietando a los sistemas democráticos de occidente.
La discusión y el diálogo son síntomas de salud democrática, sin duda, pero por muy demócrata que sea, ningún parlamento democrático cuestiona, por ejemplo, la ilegalidad e inmoralidad de la tortura o el trato vejatorio a las mujeres, prácticas que se van a generalizar en e nuevo Afganistán. Los Derechos fundamentales –los que fundan el Estado de Derecho y en valores morales profundos– no se proclaman democráticamente, sino que se reconocen.
Pero Europa y norteámerica han caído hace tiempo en una dinámica relativista, que exhibe con orgullo triunfalista su audacia para meterle mano a todo lo intocable, y esa es una de las causas del fracaso en el intento democratizador del país afgano.
El relativismo y la cultura europea contemporánea han «sacralizado» la desacralización. Es tal el timbre de grandeza con el que se acredita a quienes con más ironía deconstruyen lo que en otras épocas se consideraba sagrado o intocable.
En la cultura islámica talibán los valores para ellos intocables han permanecido inalterables, mientras que en la civilización accidental se ponen en tela de juicio los valores cristianos que historicamente la han conformado.
Sólo dos mitos han sido elevados a una categoría cuasi-sacral son la ciencia y la democracia. Son dos cosas muy valiosas, sin lugar a duda, pero en Europa se ha convertido en un auténtico tótem la idea de un progreso de la humanidad basado en la racionalidad científico-técnica y en la eticidad inmanente a la ley de las mayorías.
Hemos sustituido la inmensa riqueza del humanismo cristiano, por un lado por el paradigma empirista, que rige el discurso científico-técnico, según el cual solo tiene valor cognoscitivo lo empirícamente verificabley por otro lado por la ética consensualista (o «democrática») es decir que solo es bueno y justo lo que decidimos consesuadamente.
He aquí los rasgos que caraterizan la extrema debilidad de nuestra cultura occidental que van a hacer muy dificil, cualquier intento democratizador de los regímenes islámicos.