En tiempos recientes, cuando parece que la posverdad y las fake news son el único horizonte del debate público, algunos han empezado a proponer la posibilidad de reducir la libertad de expresión. El mismo mensaje cristiano sufre, en muchos países, severas limitaciones en la vida pública, que van desde la censura indirecta, con debates parcialmente tendenciosos, hasta auténticas persecuciones.
Como ha dicho el Papa Francisco; “Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros”.
Pero, ¿qué significa crecer en comprensión y respeto en el ámbito de la comunicación pública? Quizá consista primeramente en darnos cuenta de que toda comunicación implica a personas con nombres y apellidos: la persona que comunica, las personas sobre las que se comunica y las personas a las que se dirige esa comunicación. La comprensión comienza cuando tratamos de ver personas concretas (y no “masas”) en el centro de cada relación comunicativa, aunque esas personas no estén físicamente presentes. No las vemos, pero están ahí, con toda su dignidad, especialmente cuando son más vulnerables.
Especialmente en los últimos años, cuando han hecho aparición masiva noticias falsas, comprensión y respeto significa renovar la profesión informativa desde dentro, profundizando en su dimensión de servicio a cada mujer y a cada hombre, porque una persona bien informada es una persona más libre y responsable y, por tanto, más capaz de actuar solidariamente en la sociedad.
Por otra parte, quienes respetan a los demás, la realidad de las cosas y la esencia de la profesión se hacen más “respetables”, mejores interlocutores en los debates públicos. Y tratando de comprender a los demás, de entender sus puntos de vista, se descubren aspectos verdaderos que no se habían considerado, se afinan mejor las propuestas y, en definitiva, se hace uno más “comprensible”. Si, en cambio, el trabajo de comunicación ignora las preguntas o perplejidades del otro, el monólogo suplanta al diálogo.
La dignidad humana exige proteger la capacidad de autodeterminación personal hacia la verdad, sin privaciones ni coacciones.
La velocidad que a veces condiciona las tareas de la comunicación, a la inmediatez con que los periodistas se ven obligados a actuar y a tomar decisiones importantes exige como contrapartida la necesidad que todos tenemos de cultivar amplios espacios interiores de serenidad, para hacer fecundo nuestro trabajo. Un comunicador sereno podrá infundir en el flujo inevitablemente veloz de la opinión pública, el sentido positivo y el sentido moral cristiano, del que está muy necesitado.