Dilemas éticos de las neurociencias

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Durante bastantes años hemos asistido a la guerra sin cuartel entre los que, por pura ideología, defendían el uso exclusivo de las células madre embrionarias, frente a los que explicaban la conveniencia de la investigación con las células madre de adulto. Desde el principio había ya suficientes conocimientos para poder plantearse con rigor que las células procedentes de los embriones, por su misma naturaleza, no podrían ser utilizadas para curar. Pero la ideología dominante lanzó promesas y potenció recursos.

Los que pensaron, desde los conocimientos sin prejuicios ideológicos, supieron aguardar. Trabajaron intensamente sin ruido y en breves años la terapia celular empezó a dar sus primeros pasos. Hoy es abrumadora la evidencia de la eficacia de los tratamientos con celulas adultas.

En la misma época conocíamos también ,que la clonación humana y de primates superiores no iba a ser posible. Había suficiente conocimiento sobre cómo un ser vivo comienza a vivir como para profetizar que no lo permitirían las barreras biológicas que blindan la necesaria participación de los gametos de uno y una a ese nivel de primate. Ocurrió entonces un fenómeno que nos mueve a reflexión acerca de la biotecnología. Aparecieron múltiples empresas biotecnológicas necesitadas de atraer inversiones; una característica común fue que para atraerlas el científico tenía que hacer promesas acientíficas, creando expectativas disparatadas y bien orquestadas por los medios de comunicación.

Muchos las creyeron y alimentaron el debate con alarmas sobre los ejércitos de clones y otras utilizaciones. Algunos invirtieron fortunas para «perpetuarse» en su clon, lo que dio a la clonación la aureola de que, si se inviertía tanto dinero, es que se veía posible conseguirlo a más o menos corto plazo. Lógicamente, muchos cintíficos se opusieron a una aplicación tecnológica que, evidentemente, iba en contra de la dignidad de toda persona humana. Pero faltó un análisis riguroso de las barreras biológicas. Ciertamente, saltar límites biológicos es muchas veces cuestión de tiempo para que aparezcan nuevas tecnologías con las que llevarlo a cabo.

Una cuestión diferente es el diseño de las supermáquinas, que actualmente ha conseguido ya muchos logros, que se detienen en el límite de cómo hacerlas libres. Es seguro que sin el avance espectacular de las neurociencias, que requieren tecnologías complejísimas, la velocidad de esos avances no sería la misma.

Esto ha llevado a la idea del Transhumanismo, cosmovisión que pretende diseñar «una singularidad tecnológica» que daría lugar a nueva humanidad muy evolucionada; aunque nadie dice cómo se llevará a cabo, y una vez más vuelven a insistir, como en el caso de la fracasada clonación , en la necesidad de cuantiosas inversiones para conseguir esos super seres humanos.

Es indudable que la tecnología en general, y de modo particular la derivada de las neurociencias, como la Inteligencia Artificial o el Transhumanismo tiene, nuevamente serios límites éticos. La realidad natural, nos impone siempre límites a ser copiada o manipulada. El ser vivo no es una máquina, ni el cerebro del hombre es el cerebro de un chimpancé. Eso lo sabe bien la ciencia.

Sin embargo, si será posible simular el funcionamiento de un cerebro humano en lo que tiene de común con el de primate. Puede esperarse también, que aprender de esas leyes y aplicarlas al progreso tecnológico, permita implantar artefactos en el cerebro de personas y potenciar el funcionamiento cerebral. También se podrán aumentar habilidades cognitivas, y mejorar la calidad de vida en el periodo de la vejez.

En estos momentos de vertiginoso desarrollo de la neurociencia, es preciso contestarnos a la pregunta esencial acerca de nosotros mismos: ¿qué nos hace humanos? ¿Qué hace humano nuestro cerebro? Las respuestas de la ciencia a lo qué es lo genuinamente humano, lo innato y lo alcanzado por cada uno, son cautivadoras. Esas certezas deben orientar racionalmente las profecías sobre lo alcanzable en el futuro próximo.

Si afirmamos radicalmente la libertad de cada ser humano, no será fácil caer en la tentación de considerar que los hombres no son más, en último término, que complicados robots vivientes.

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