El mundo ha despedido al cofundador de Apple como al empresario más admirado en esta época de la sociedad de la información. El hombre que sabe abrirse paso empezando en un garaje y que encandila al mundo con su capacidad para crear productos innovadores que responden a necesidades del público y se adelantan a sus gustos. El jefe con el que muchos querrían trabajar. Con empresarios como él, el capitalismo despliega su fuerza de innovación, el mercado consagra los productos de más calidad y la libertad de empresa se utiliza para establecer una sintonía con los clientes como pocos lo lograron antes de Apple.
Fuente: IGNACIO ARÉCHAGA- Aceprensa
En cambio, los congregados por “Ocupa Wall Street” y los indignados de otros países protestan contra los desmanes del capitalismo financiero que están en el origen de la crisis económica. Amparado en una creciente desregulación, el sector financiero asumió riesgos crediticios cada vez mayores, con “inventos” que aumentaron enormemente el volumen de transacciones con el que los bancos podían hacer dinero. No era el riesgo del empresario que apuesta por un producto innovador. Era el riesgo del especulador, del que busca una ganancia máxima a corto plazo sin preocuparse de lo que vendrá después.
Steve Jobs ha sabido ofrecer al público productos que respondían con nuevas soluciones a necesidades reales, instrumentos fiables, bien hechos. Y logró que esos productos fueran sencillos de utilizar, una tecnología “con rostro humano” y atractivo diseño.
El capitalismo financiero también ha hecho gala de una gran innovación en la misma época en que Apple se desarrollaba. Incluso demasiada. Pero sus productos no han estado al servicio de las necesidades del cliente, sino de la multiplicación de las ganancias de los financieros, a menudo sobre activos tóxicos.
Así como los productos de Apple se caracterizan por su sencillez de manejo, los de las finanzas eran cada vez más opacos y complejos, para disfrazar muchas veces el engaño. Con sofisticados instrumentos financieros que cada vez menos entendían (swaps, obligaciones de deuda colateralizadas, derivados, …) se hacían circular cantidades de dinero superiores al PIB de la economía real. Al final, el “apalancamiento” se hundió, revelando la magnitud de la ficción financiera.
Lo más hiriente y lo que atiza la indignación es que muchos de los que llevaron al desastre al sector financiero han salido muy bien librados, con suculentos bonus y generosas indemnizaciones, que no pocas veces se han otorgado a sí mismos.
También Steve Jobs era un multimillonario, pero había hecho su dinero vendiendo productos de excelencia, no hipotecas sub prime. Si en la última década las acciones de Apple subieron un 3.500% en el Nasdaq no fue por simples maniobras financieras, sino por la confianza de los inversores en unos productos reales que el público esperaba con avidez.