* Artículo sobre «la amistad».
* Documento «Los amigos». Capítulo VI. Tu hijo de 13 a 14 años. Colección «Hacer familia». Vidal Sánchez- M.A. Esparza.
* Carta de un alumno a su antiguo orientador.
* Cuestionario sobre compañerismo.
Querido don José:
¡Qué sorpresa recibir su carta! Me alegra ver que se acuerda de mí y de mis «aventuras». Yo también me acuerdo de usted y más de una vez me hubiera gustado tenerle por aquí.
Los estudios me van como siempre, peleándome con las matemáticas y con el peñazo de las ciencias naturales, de lo de los cristales con los ejes y todo eso no me entero, menos mal que Fede se vendrá a casa hoy y me lo explicará. Estudio tan poco como siempre, pero tendré que hacerme a la idea, si no… la llevo clara.
Mis padres, bien, como siempre, dándome la «vara» con que estudie más y lea menos comics. Papá está emocionado con el coche nuevo, y no me extraña, el otro estaba hecho polvo.
Después de contestar a sus preguntas, al grano: estoy hecho polvo, hecho un lío, no sé qué hacer. Me estoy dando cuenta de que no tengo amigos, bueno, sí que tengo, pero no son amigos-amigos. No sé si me entiende, porque no me entiendo ni yo.
Hasta antes del verano seguía yendo con Nacho, Rafa, Pedro y Antonio –éste no es del colegio, es mi vecino–, pero me aburría muchísimo: siempre al cine, a dar vueltas y a jugar a las maquinitas. Me parece que son muy críos, y siguen así. Me llaman aún de vez en cuando, pero les digo que no tengo ganas de salir o les pongo cualquier excusa.
En el verano empecé a ir con Carlos y unos amigos suyos que usted no conoce. Carlos es un lanzado, y empecé a ir a People´s a bailar y a ligar. Me lo pasaba bien, aunque ya me iba aburriendo de ir siempre al mismo sitio. A veces me hacía el loco y me volvía a casa porque Carlos y su pandilla hacían cosas que no están bien, que sé que no se deben hacer; a veces me daban muchas ganas de quedarme, no crea, pero pensaba que luego sería peor. La verdad es que al principio de ir con ellos no pensaba así, lo he pensado hace poco; para ser más exactos, después de llegar a casa cagoncete perdido. ¡Qué lío!: yo hecho polvo, que no me enteraba de nada, mi madre llorando, mi hermano mayor riéndose y mi padre que me veía ya poco menos que en el infierno. Pero me puse a recapacitar y eso tampoco me gusta.
He ido algunos días a casa de Iñaki, es muy majo, pero casi no sale. Está colgadísimo del ordenador. Tiene casi todos los juegos del mundo, y sólo sale de casa a copiarse más juegos o a jugar a casa de otro. Algún día, se pasa bien jugando, pero siempre lo mismo…
Vaya lío ¿eh?, le doy muchas vueltas pero no sé qué hacer. Si voy con unos, otros hablan mal y no me dejan ir con ellos, si voy con Paco o con Fede, que me van a comer el coco los del club; si voy con Manu, que soy un macarra heavy… También tengo yo la culpa, porque sólo quiero salir y pasármelo bien, y ando siempre a ver quiénes me dejan ir con ellos, y claro, voy a lo que ellos hagan, nunca monto yo ningún plan.
La verdad es que amigo de confianza, de los de verdad, sólo tengo a Fede, que me ayuda en Matemáticas y en Ciencias, me gusta hablar con él, porque luego no lo cuenta por ahí y también me gusta que no hable mal de la gente. No crea, voy poco con él y nos peleamos de vez en cuando, sobre todo cuando me dice que soy un gandul y que me creo mayor porque fumo y cosas así.
Me decía en su carta que tuviese confianza con mi orientador nuevo. Es simpático y me cae bien, pero me da mucho corte decirle estas cosas, igual se piensa que soy un estúpido.
Escríbame pronto, que este tema me corre prisa. Además, acuérdese que me dijo que teníamos que seguir siendo amigos y que no había que perder el contacto. Me dice Nacho que le dé recuerdos y que le escriba también a él. Se sienta a mi lado y ha visto cómo estoy escribiéndole, porque estoy en clase, bueno, en el estudio. Está don Francisco, si me caza me machaca.
Escriba pronto. Adiós,
Luis
A continuación encontrarás una serie de rasgos que definen a un buen compañero. En el cuadrado que hay delante de cada uno, pon tu valoración de 0 a 10 según la importancia que tú le das.
No critica. Habla bien de los demás.
Ayuda explicando asignaturas difíciles.
No deja a nadie marginado.
Se porta bien en clase.
Saca buenas notas.
Te anima cuando estás triste.
Te alienta a estudiar más y a portarte mejor.
Es sincero.
Presta los apuntes.
Guarda los secretos.
Te visita cuando estás enfermo.
Te escucha cuando necesitas hablar.
Cuenta contigo para sus planes.
Es alegre y se alegra con los éxitos de otros.
Para centrarnos en el tema hemos de considerar que la amistad significa el amor a las personas con las que mantenemos ese trato de confianza. Sin embargo, no basta estar junto a las personas, podemos trabajar codo a codo con otros y, sin embargo, no ser sus amigos. Según esto podríamos preguntarnos ¿cómo se conquista la amistad?
1. En primer lugar, para amar a alguien hay que conocerlo:
a) interesarnos por saber cómo son: sus aficiones, su temperamento, ilusiones profesionales, sus cualidades y sus defectos.
b) conocer también el ambiente en el que se mueve, ambiente familiar, profesional, social, otras amistades, etc., todo lo cual requiere saber escucharlos.
2. Para quererlos se necesita comprenderlos, saber por ello hacer nuestros sus problemas, sabiéndolos escuchar, sabiéndolos disculpar cuando se equivoquen, pues también nosotros nos equivocamos muchas veces. Hay que saber estar con ellos «a las duras y a las maduras», es decir, cuando lo pasamos bien y cuando lo pueden estar pasando mal. Hemos de saber ceder en nuestros gustos muchas veces para estar pendientes del de los demás. Ello no siempre; para evitar carecer de la propia personalidad o para no hacer el primo…
Se opone a esta amistad tanto el compadreo como la chabacanería en el trato. Así, hay muchas personas que salen juntos para divertirse, es el tÌpico «plan de los domingos», pero luego no son capaces de interesarse a fondo por los otros o simplemente los utilizan como peldaños para divertirse uno.
También se da ese trato cuando se emplean conversaciones soeces, donde a la mujer se la trata de una manera poco limpia, o se critica constantemente a los demás…
Por el contrario, la amistad supone la mejora de los otros, dar a estos lo mejor que uno tiene. Así, cuando se tiene un trato intenso con Dios, que llena el alma de una persona, es lógico que ésta trate de comunicar a los demás este bien, que es el mayor que puede comunicar. El llevar a los amigos a Dios es la manera más profunda de quererlos, ya que es desear el máximo bien para el amigo. Otro aspecto importante de la amistad es el compartir las cosas juntos, esto estriba en tener confianza mutua en todo lo que tenemos y usamos, pero no caer en el compadreo de abusar de esta amistad, pues cada uno tiene derecho a la propia intimidad.
Hay que compartir las horas y los momentos felices y amargos. Cuando uno está enfermo, hay que interesarse por él, hacerle compañía, llevarle algún pequeño obsequio que le distraiga (prensa, libro ameno, etc.) ayudándole a su tarea de una manera discreta.
Hemos de saber dar la cara por ellos, delante de nosotros no se habla nunca mal de un amigo.
Hemos de saber dialogar con ellos, evitando las discusiones llenas de cabezonería, sabiendo transigir especialmente en lo que tiene poca importancia y siendo intransigentes, aunque nos cueste admitirlo, en aquellos temas en los que no se puede transigir, especialmente en los de vida moral o religión. La firmeza en este último aspecto es la mejor manera de ayudar a los amigos.
Nuestra ayuda decíamos que debía ser discreta, sin aparatosidad. Pero también sin pedir cuenta a ellos de los favores que anteriormente les hemos hecho. Servimos a nuestros amigos de una forma desinteresada. No podemos ser egoístas, ni tampoco echar en la cara de otros las muchas veces que les ayudamos. De ahí que no podemos esperar siempre una correspondencia total a nuestro comportamiento. Hemos de ser agradecidos si nos ayudan, pero no echando en cara si no lo pueden hacer en alguna ocasión. Por supuesto, hemos de rehuir de aquél que siempre intenta aprovecharse de nosotros…, haciéndole ver su conducta egoísta, por si puede mejorar en este aspecto. Si esto nos pasa con alguno, no podemos formar opiniones generales creyendo que todos los demás actuarán así, o no dar oportunidad a que mejoren.
Es importante para cultivar la amistad no ser quisquillosos: si nos molestamos por cualquier cosa, será difícil aceptar y disculpar a los demás. Además, muchas veces son meras impresiones y suposiciones nuestras que no se corresponden con los deseos del propio amigo, ni a sus intenciones.
En definitiva, en todo ello va implícito el respeto a nuestros amigos, dialogando con serenidad con ellos, siendo flexibles para aprender siempre de ellos, evitando tirarnos los trastos rotos a la menor de cambio, lo que requiere comprensión y disculpa, y en definitiva aceptarlos como son, ya que es el único camino para que podamos mejorar cada uno en la amistad que nos profesamos.
La amistad es un valor fundamental en la primera adolescencia, al igual que ocurre con la sociabilidad. En el capítulo dedicado a la educación de las virtudes propias de estas edades veíamos que la sociabilidad se refería a la calidad de la relación con todos los que rodean a la persona. La amistad restringía el campo, refiriéndose a la posibilidad de una relación hacia la mejora de los que se llaman amigos.
La amistad verdadera implica poner en contacto dos intimidades, abrirse la persona al otro, buscando su propia mejora o la del otro.
Durante la pubertad es cuando comienza a tener sentido hablar de amigos, porque es el momento en el que el niño se descubre a sí mismo como un ser individual, único. Lo que no es tan fácil es ayudarle a entender que, por consiguiente, tiene mucho que dar, y que además, si no lo da él nadie más lo podrá hacer, porque no hay otro como él.
Es fundamental que los padres hayan seguido de cerca el tipo de relación que durante los años anteriores el chico ha tenido con sus compañeros de juegos. De una correcta socialización anterior depende, en gran parte, el que ahora sea capaz de llegar a establecer una relación de amistad fructífera.
Con la pubertad la labor de los padres se diversifica y se complica (al menos durante un periodo más o menos largo) con respecto a la recién abandonada niñez. El niño, hasta los doce años aproximadamente, desenvuelve su vida entre su casa y el colegio; a los amigos los ve cuando los adultos, sus padres, lo permiten. A partir de este momento las salidas a la calle él solo van a tener cada vez más atractivo. El hogar sigue siendo importante, pero la calle da una independencia que reclaman con insistencia.
Esta independencia que da la calle será motivo frecuente de preocupaciones de los padres, de dudas y de discrepancias de criterio con ellos, que pueden acabar en verdaderas discusiones:
«Es muy difícil. Al principio no le dejábamos llegar más tarde de las nueve y media, pero siempre había excusas: que si una fiesta, que si van todos, que si soy el único que se va pronto… Por otro lado, nuestros amigos, algunos con hijos en la pandilla de mi hijo, nos decían que nos estábamos ‘pasando’, que con casi catorce años es normal un poco más de libertad, y al fin y al cabo salen con buenos chicos… Total, que ahora que ya ha cumplido los catorce no conseguimos que llegue antes de las doce de la noche. A mí no me parece bien, pero ya no sé qué hacer.»
No va a ser éste el punto conflictivo de más relevancia, pero sí es común a la práctica totalidad de las familias en algún momento: la hora de llegada por la noche.
No hay una solución mágica, ni una hora estándar a la que un chico de esta edad deba estar en su casa. Variará según las costumbres, el medio social, el entorno…, pero lo que es seguro es que debe cenar en casa, a la vez que el resto de la familia, y a la hora acostumbrada (aunque puede ser un buen sistema retrasar los días de salida algo la cena para permitirle un poco más de margen).
Hay que estar preparado a contestar a todos los «pero es que…», serán muchos y muy variados:
– Pero es que a mis amigos les dejan hasta las once…
– Pero es que a las nueve no se puede hacer nada en la calle…
– Pero si no voy a hacer nada malo…
– Pero es que soy el único que tiene que volver tan pronto…
Lo curioso es que casi todos son los «únicos», y en una gran mayoría de hogares se repiten escenas y excusas como las precedentes.
¿Debemos ser entonces inflexibles? En principio, y como norma, sí. En algún momento se puede hacer una excepción, pero después de haber dejado claro que eso no significa ceder de forma habitual. Y siempre que se tenga bien claro el dónde, con quién, y la hora de regreso, que habremos de controlar personalmente levantados.
Los padres no debemos pecar de ingenuos, en el peor sentido de la palabra. Hay que saber, conocer, siempre respetando la libertad y la intimidad de nuestro hijo, no poniéndole en situaciones ridículas delante de sus amigos, confiando en él, pero… enterados del cómo, del dónde, y del con quién.
El ejemplo delos padres se nos vuelve a mostrar como uno de los medios educativos más provechosos. ¡Y la paciencia de las madres! Sí, la paciencia de permitir que nuestra casa esté abierta a los amigos, que pueda llegar a ser un lugar donde se sientan cómodos y con cierta independencia. Y esto no es sólo un problema de espacio, aunque indudablemente sea un factor que influye.
A partir de los doce años la tendencia de los chicos es la de buscar la amistad a través de las pandillas, que surgen en torno al mundo escolar, o por la cercanía de las viviendas. Es más, lo normal es que la mera pertenencia a esos ambientes sea, en principio, condición suficiente para ser aceptado en el grupo.
De las pandillas, de forma progresiva, irán naciendo relaciones más profundas: amigos. Del nacimiento de esta relación y de su más positiva orientación trataremos en el siguiente epígrafe.
Los juegos son, por lo general, multitudinarios, en número de personas y/o de cosas. Además, como se sienten plenos de energía y de curiosidad, el bullicio será la señal que marque su presencia.
La pandilla juega un importante papel en el proceso de socialización del adolescente. Tiene una doble función:
– Permite la culminación del proceso de socialización del adolescente, es decir, que Èste se llegue a considerar miembro pleno de su comunidad.
– Le permite reconocerse como distinto a los demás, afianzar su personalidad, y reconocer el valor de la amistad.
La pandilla proporciona, de esta manera, el entorno adecuado para que el chico «ensaye» las actitudes y los comportamientos que más tarde le van a permitir la inserción en el mundo adulto. Le proporciona, además, la seguridad del grupo para afianzar esas actitudes, a la vez que le permite irse reconociendo a sí mismo como distinto.
La pandilla le enseñará a aceptar a los demás y a aceptarse a sí mismo. En ella aprenderá a conocer la amistad y todas las otras virtudes que van unidas a ésta.
Pero la pandilla también puede tener riesgos, sobre todo si no sabemos bien quiénes son los otros chicos que la integran, y si no tenemos en cuenta las características propias de nuestro hijo.
Los riesgos derivan, entre otros factores, de la necesidad que a esta edad se tiene de buscar modelos, líderes, héroes. Por contraste con esa imagen van a tratar de configurar su propia imagen, débil todavía, pero en la que ven, o quieren ver, todas las posibilidades. Si en su hogar carecen de la autoridad necesaria, llena de cariño y comprensión, pero también de exigencia hacia la propia mejora personal, los modelos los buscarán fuera. Ya se ha afirmado en reiteradas ocasiones que los adolescentes necesitan, y buscan una autoridad que oriente y dé sentido a sus acciones.
La influencia de los amigos, en la pandilla o fuera de ella, puede llegar a ser muy poderosa. De hecho, es un factor comprobado que las pandillas constituyen uno de los terrenos mejor abonados para la propagación de cualquier clase de adiciones, por ejemplo.
La razón es muy simple, los mecanismos de presión de la pandilla, cuando el chico carece de las defensas adecuadas, son muy poderosos. La pandilla juega con su capacidad para crear sentimientos de seguridad o de inseguridad, para asilar o rechazar al que no siga las reglas del juego, a la vez que proporciona la «valentía» de la fuerza del grupo para experimentar lo prohibido o lo que individualmente no se sentirían capaces de realizar. El grupo «envalentona», impide reflexión individual, justifica lo injustificable y hace que se diluya la responsabilidad personal.
Ninguno quiere parecer como cobarde, ser «menos» que los demás. Las risas, las burlas de los otros pueden llegar a ser una poderosa arma para doblegar la voluntad de los reacios.
No podemos pretender que nuestro hijo se mantenga siempre al margen de este tipo de influencias. Ni aun en el caso de que conozcamos a todos los amigos de nuestro hijo podemos permitir que éste no esté bien preparado para hacer frente a situaciones de peligro. Hay que enseñarle a decir que «no», cuando sea necesario. Hay que haberles explicado que no pueden dejarse arrastrar por lo que el grupo diga, aunque ello pueda suponer, momentáneamente o de forma definitiva, el romper con esos «amigos». Y este paso debe ser él el que esté preparado para darlo, los padres no pueden darlo por él.
Más preocupante es el caso de un amigo concreto con problemas graves. El sentimiento de que es necesario ayudar al amigo con problemas puede llevar a nuestro hijo a ser él mismo introducido en ese mundo. No es fácil para los padres conseguir convencer al hijo de que el tipo de ayuda material que él le puede prestar no será, en la mayoría de las ocasiones, suficiente; y, lo que es peor, sí puede llegar a ser peligrosa para él mismo.
En cualquier caso, a partir de los trece años es fundamental que enseñemos a nuestros hijos a decir que «no» siempre que sea necesario. Hay que ayudarles a comprender lo que la amistad significa, lo que la pandilla tiene de bueno, y lo que conlleva de riesgos. No se trata de sermonear, ni de preparar auténticas conferencias, sino de dar ejemplo vivo, real, y de procurar conocer a los amigos, para poder ayudarle a conocerlos mejor y a conocerse a sí mismo mejor.
¿Y si los amigos que tiene mi hijo no me gustan? Es más ¿y si estoy seguro de que su grupo de amigos no es en absoluto beneficioso para él? ¿Le prohibo salir con esos chicos? ¿Qué otra cosa puedo hacer?
No es fácil la respuesta, pero desde luego es fundamental que el grupo con el que se relacione sea de gente sana.
Normalmente prohibir, así sin más, o atacar a los amigos, aunque sea verdad todo lo que se diga y no haya la más mínima exageración, no sólo no suele dar ningún resultado; al contrario, lo único que se consigue es que la defensa de sus amigos pase a ser un ataque contra los padres. Harán falta mucho tacto y paciencia. Los defectos de los otros se irán poniendo de manifiesto, no como un ataque, sino como una realidad que nuestro hijo puede y debe procurar conocer para ayudarles a superarlas.
A la vez se realzará lo positivo, se procurará irle dando el suficiente criterio como para que comprenda que no va a ser mejor amigo por dejarse arrastrar él hacia conductas inadecuadas y/o poco éticas. Dicho de otra forma, tenemos que enseñarle a decir que «no» siempre que sea necesario.
Poco a poco irán comprendiendo que eso sí que supone una verdadera amistad, porque su ejemplo podrá ayudar a otros. Pero esto requiere que el chico tenga una cierta, o una gran seguridad en sí mismo. Seguridad que tenemos que potenciar desde el hogar, para evitar precisamente que sea la pandilla la única que le proporcione ese sentimiento. El adolescente a esta edad necesita la seguridad de la pandilla, pero no podemos permitir que sea ésta la única seguridad.
También es importante que los padres no olviden que ridiculizando a los amigos, o al propio hijo, por sus gustos, por sus juegos, o por sus primeras relaciones con chicas, lo único que lograrán es que el chico no vuelva a contar nada en casa. Perderemos de esta manera la oportunidad de aconsejarle, de ayudarle, de ir formando su criterio. Lo mismo ocurriría si ante situaciones peligrosas, o actitudes faltas de ética o que rocen la propia delincuencia – y se da el caso con más frecuencia de la que sería deseable–, lo único que son capaces de hacer los padre es escandalizarse y lamentarse.
Los padres no pueden quedarse callados, pasivos, esperando y confiando que a ellos «eso» no les va a ocurrir. Su hijo no va a ser capaz de darles un disgusto semejante, eso no lo han visto jamás en casa, y un largo etcétera. Hay que hablar claro con los hijos sobre lo que la amistad significa, las responsabilidades que comporta y los deberes que trae consigo, y también sobre los riesgos que conlleva. Sobre todo lo que les debe quedar claro es que no será más hombre, ni más amigo por hacer lo que hacen todos, y porque lo hacen todos.
Y no olvidemos que a un adolescente le motivan especialmente la valentía, el sentimiento de libertad, la responsabilidad. Estos valores son los que los padres, y los educadores, deben saber aprovechar para que el chico aprenda a ser un buen amigo de sus amigos, y no se deje simplemente arrastrar por el grupo amparado en su fuerza.
La amistad, la verdadera amistad, aparecerá así ante ellos como un verdadero reto. Reto en el que ellos, y sus amigos, saldrán favorecidos.
¿Y si la situación es ya realmente límite? «Los amigos con los que va «le están cambiando, ya no es el de antes, se deja arrastrar y no escucha a nadie… Las actividades del grupo rayan en lo delictivo, varios consumen drogas, y los otros, entre ellos mi hijo…»
En este caso habrá que tomar medidas drásticas, incluso se podría llegar a plantear la conveniencia de cambiar de vivienda, de ciudad, etc. Lo último, rendirnos ante lo inevitable, porque no hay nada inevitable si ponemos los medios necesarios.
Desde luego prohibir esa relación desde el momento en que seamos conscientes de lo que ocurre, e impedirla de una forma real y eficaz. Pero prohibir sólo no conduce a nada, habrá que facilitarle la integración en nuevos ambientes, ambientes en los que algunas actividades, deportivas, culturales, etc. propicien nuevas amistades, y se llene así el vacío y la necesidad de relaciones interpersonales.
Vidal Sánchez / Miguel Ángel Esparza
Tu hijo de trece a catorce años. Colección Hacer Familia, Ed. Palabra
1. Al entrar en tu casa, en la de un amigo… ¿das siempre los buenos días o
las buenas tardes? SÍ – NO
2. ¿Visitas a tus parientes y amigos enfermos? SÍ – NO
3. Cuando te cruzas por la calle con personas conocidas, o te encuentras con
ellas en otros lugares, ¿saludas siempre? SÍ – NO
4. ¿Cedes el asiento en el autobús a las personas mayores? SÍ – NO
5. ¿Bajas el volumen de tu aparato musical cuando te lo piden SÍ – NO
6. ¿Te levantas cuando entra en tu clase el profesor o alguna otra persona? SÍ – NO
7. ¿Guardas tu turno cuando te encuentras en filas de espera? SÍ – NO
8. ¿Evitas carreras y empujones al entrar o salir de clase, del autobús, etc.? SÍ – NO
9. En el Centro o por la calle, ¿sueles tirar los papeles al suelo? SÍ – NO
10. ¿Respetas y cuidas las instalaciones del Instituto? SÍ – NO
11. Al sentarte o levantarte, ¿arrastras las sillas? SÍ – NO
12. Cuando juegas o hacer deporte, ¿cumples las reglas? SÍ – NO
13. Si has hecho una entrada brusca en el deporte ¿ pides perdón? SÍ – NO
14. Cuando pierdes en el juego o en el deporte, ¿sabes reconocer las cualidades
del ganador, sin enfadarte o ponerte triste? SÍ – NO
15. En tu conversación, ¿salen a menudo palabrotas, expresiones chabacanas u
ofensivas? SÍ – NO
16. Cuando conversas con otras personas, ¿les miras atentamente mientras te
hablan? SÍ – NO
17. ¿Escuchas en silencio, sin interrumpir a menos que sea absolutamente
necesario? SÍ – NO
18. Antes de preguntar, ¿reflexionas? SÍ – NO
19. Antes de preguntar en clase, ¿levantas la mano? SÍ – NO
20. ¿Evitas pasar entre dos o más personas que están conversando? SÍ – NO
21. ¿Pides las cosas por favor y das las gracias? SÍ – NO
22. ¿Llamas por su nombre a las personas (evitando los motes, por ejemplo)? SÍ – NO
23. Normalmente cuando hablas, ¿gritas demasiado? SÍ – NO
24. ¿Son frecuentes las muletillas en tu conversación? SÍ – NO
25. ¿Hablas sin tratar de imponer tus opiniones? SÍ – NO
26. ¿Te esfuerzas por respetar y tomar en serio las opiniones de los otros? SÍ – NO
27. Cuando llamas por teléfono, ¿hablas durante mucho tiempo? SÍ – NO
28. Si atiendes una llamada en la que preguntan por una persona que no está,
¿tomas nota del recado? SÍ – NO
29. ¿Escribes con cierta frecuencia a tus parientes y amigos que viven lejos? SÍ – NO
30. ¿Te esmeras en la presentación de ejercicios, exámenes y trabajos escritos? SÍ – NO
31. Cuando te cambias, ¿dejas la ropa desordenada y de cualquier manera? SÍ – NO
32. ¿Procuras vestir con corrección? SÍ – NO
33. ¿Llevas el calzado limpio? SÍ – NO
34. ¿Llevas bien atados los cordones de los zapatos y de las zapatillas de deporte? SÍ – NO
35. ¿Habitualmente tu postura en clase es correcta o sueles columpiarte en la silla? SÍ – NO
36. ¿Sueles llevar las manos en los bolsillos del pantalón? SÍ – NO
37. ¿Ayudas en casa a poner la mesa? SÍ – NO
38. ¿Acercas tu plato a la fuente para que te sirvan enseguida? SÍ – NO
39. ¿Comes y bebes haciendo ruido? SÍ – NO
40. ¿Comes pipas, caramelos, chicle… durante la clase? SÍ – NO
41. ¿Utilizas correctamente los cubiertos? SÍ – NO
42. Mientras comes, ¿ves la televisión o escuchas la radio? SÍ – NO
43. ¿Llegas tarde a tus citas con frecuencia? SÍ – NO
44. ¿Justificas siempre tus faltas de asistencia? SÍ – NO
45. ¿Pides permiso para entrar y salir clase? SÍ – NO
46. Al entrar o salir de una habitación, ¿cierras siempre la puerta? SÍ – NO
47. ¿Cierras las puertas y ventanas con cuidado? SÍ – NO
48. ¿Escribes en las puertas, paredes, pupitres u otros sitios? SÍ – NO
49. ¿Felicitas en Navidad a tus familiares y amigos? SÍ – NO
50. ¿Ves muchas horas la televisión? SI-NO
51. ¿Dices siempre la verdad?
52. ¿Obedeces con buena cara y a la primera? SÍ – NO
53. ¿Cumples tu horario de estudio? SÍ – NO
54. ¿Sueles pensar en tus amigos y compañeros, intentando ver en qué puedes
ayudar a cada uno? SÍ – NO
55. ¿Pides perdón cuando cometes algún error? SÍ – NO
56. ¿Dejas en ridículo a los demás? SÍ – NO
57. ¿Compartes tu material con los compañeros de clase?, ¿se lo prestas cuando
lo necesitan? SÍ – NO
58. ¿Respetas las cosas de los demás, no usándolas sin pedirles permiso? SÍ – NO
59. Al terminar un trabajo, ¿dejas limpia la zona que has usado, y cada cosa en su
sitio? SÍ – NO
60. ¿Te duchas todos los días? SÍ – NO
61. ¿Te cambias diariamente la ropa interior? SÍ – NO
62. ¿Tiras de la cadena después de usar el servicio? SÍ – NO
63. ¿Dejas limpio y ordenado el lavabo después de usarlo? (La toalla colgada
en su sitio, los grifos bien cerrados, la bañera limpia, etc.) SÍ – NO
64. ¿Te metes el dedo en la nariz? SÍ – NO
65. ¿Te muerdes las uñas? SÍ – NO
66 ¿Llevas las uñas limpias? SÍ – NO
67. ¿Te tapas la boca al bostezar? SÍ – NO
68. Al toser, ¿procuras llevarte la mano o el pañuelo a la boca? SÍ – NO
69. ¿Muerdes o chupas los lápices? SÍ – NO
70. ¿Te lavas las manos antes de comer? SÍ – NO
71. ¿Masticas los alimentos rápidamente? SÍ – NO
72. ¿Te cepillas los dientes después de cada comida? SÍ – NO
73. ¿Te duchas siempre después de hacer deporte? SÍ – NO
74. ¿Consideras que haces deporte con frecuencia? SÍ – NO
75. ¿Te acuestas muy tarde? SÍ – NO
76. ¿Guardas menos de 30 cm. de distancia entre tus ojos y el libro que lees? SÍ – NO
77. ¿Escuchas la música a todo volumen? SÍ – NO
78. ¿Te arrancas las costras de tus heridas? SÍ – NO
79. ¿Piensas que fumar y beber es bueno? SÍ – NO
80. ¿Conoces tu grupo sanguíneo? SÍ – NO
81. Cuando caminas por carretera, ¿circulas por tu derecha? SÍ – NO
82. Si vas en bicicleta o en motocicleta, ¿respetas siempre las señales de tráfico? SÍ – NO
83. ¿Sueles cruzar las calles sin mirar? SÍ – NO
84. ¿Arrastras los pies al andar? SÍ – NO
85. Al limpiarte los oídos, ¿te introduces objetos punzantes? SÍ – NO
Nota: Como consecuencia de esta charla-coloquio resultará muy positivo tratar este tema en el consejo de curso para elevar el tono humano de la clase.
Todos tenemos en la mente conceptos como urbanidad, cortesía, protocolo, etiqueta y buena educación. Estos conceptos se refieren a la necesidad de usos sociales, de pautas de comportamiento asumidas pro la mayoría que facilitan y hacen mucho más cómoda la relación con nuestros semejantes.
A mí, personalmente, me satisface más la expresión «buena educación» o simplemente «educación», que es una expresión más amplia y al mismo tiempo de límites más subjetivos que las mencionadas como urbanidad, cortesía, protocolo o etiqueta, que considero demasiado complicados y hasta afectados.
Para vivir en sociedad es necesario, a mi juicio, tener la mayor reserva posible de esas virtudes humanas a que acabamos de referirnos en semanas anteriores y que hacen posible que la educación sea, primordialmente, una verdadera transformación interna. La «buena educación» será, entonces, educación moral, educación en valores humanos. A la «buena educación» es conveniente añadir los que suele llamarse «ética de las formas», o más coloquialmente, «buenos modales».
El sociólogo Amando de Miguel, en su último libro sobre urbanidad defiende con gran acierto que «la base de la urbanidad es moral: no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti.»
A continuación ofrezco una síntesis de formas educadas de comportamiento que bien pudieran servir de comentario en las aulas de E.S.O. y BUP. Un centenar de alumnos me han ayudado a confeccionar una lista de las que ellos consideran básicas:
En definitiva, la interrelación existente entre «dar y recibir» es básica en la vida de las buenas relaciones entre los hombre como lo es para las plantas absorber anhídrido carbónico y dejar libre el oxígeno como aspectos imprescindibles de un mismo ciclo.
Bernabé Tierno
Los cubiertos han de ser manejados con soltura y naturalidad, pero teniendo en cuenta las reglas de la buena educación: la cuchara se sujeta entre el pulgar y el índice y no se usa en las comidas carentes de caldo; es absurdo emplearla para recoger hasta el último grano de arroz o los fideos más díscolos. Se introduce en la boca de punta o de lado. No debemos llenarla, para que el caldo no gotee; ni meterla del todo en la boca, como los niños cuando empiezan a comer, ni hacer ruido al sorber el líquido.
El tenedor también se coge entre el pulgar y el índice, pero cuando se emplea con la mano izquierda (porque la derecha sujeta el cuchillo) se ha de mantener con los dientes hacia abajo, y también con los dientes hacia abajo llevarse el bocado hasta la boca. El cuchillo no se deja para pasar el tenedor de la izquierda a la derecha; la carne se va cortando pedacito a pedacito, conforme se lleva a la boca el tenedor. No se cargará excesivamente, pues si los bocados son demasiado grandes, necesitan mucho tiempo para ser masticados y no hay posibilidad de atender a la comida y a la conversación.
El cuchillo sirve exclusivamente para cortar, y bajo ningún concepto ha de ser llevado a la boca. Está fuera de tono llevarse a la boca el cuchillo para comer un pedacito de queso o de fruta. Tampoco debe emplearse con los alimentos blandos (tortillas, verdura, etc.).
El pescado tiene sus cubiertos especiales, con el cuchillo de hoja plana no cortante; a falta de éste, se come con el tenedor, acompañándose de con un pedacito de pan.
Se ha de beber de la manera más natural, sin hacer ruido, sin fruncir los labios, o dejando caer el líquido, ni relamerse los labios al acabar. El vaso, la copa o la taza han de aproximarse a los labios; por el contrario, quien acerca la cabeza al vaso parece una oveja en el abrevadero.
La asa de la taza se toma entre el pulgar y el índice; los otros tres dedos han de permanecer doblados, incluido el meñique, que algunas veces vemos torpemente levantado.
Para servir una bebida no han de alzarse los vasos ni llenarlos hasta el borde. El cuello de la botella no debe apoyarse en el borde de la copa, y para evitar que el líquido gotee basta con girar ligeramente el cuello de la botella al acabar.
Los sorbidos y chasquidos, por supuesto, están rigurosamente prohibidos.
Hay que masticar despacio y con la boca cerrada. Sin embargo, no hay más que mirar alrededor para darse cuenta de que esta vieja regla de educación se olvida frecuentemente. Hay quien habla con la boca llena, mastica ruidosamente, se seca la boca cuando aún no ha acabado de tragar el bocado, se traga la comida sin masticarla, mastica moviendo los labios y la boca, etc. Los ejemplos de falta de educación son innumerables.
El bocado ha de ser pequeño para masticarse bien y ser tragado sin esfuerzo, y si nos preguntan algo cuando aún no hemos tragado el bocado, debe deglutirse antes de responder. Tampoco debe beberse con la boca llena.
Se mastica lateralmente, como es lógico. Sin embargo, hay quien emplea los incisivos para esta sencilla operación, produciendo el desagradable efecto de un conejo.
Si algo queda entre los dientes, nunca debe utilizarse el palillo; acabada la comida, se limpian los dientes con el cepillo.
Muchas personas no tienen idea de cómo deben comportarse en una mesa y cometen graves errores, de los que podemos destacar los siguientes:
– colocar la servilleta en el cuello en vez de abrirla sobre las rodillas;
– colocar los codos en la mesa y asumir una posición incorrecta (espalda encorvada, cabeza baja, brazos caídos);
– hablar con la boca llena;
– soplar la comida que quema;
– masticar haciendo ruido o moviendo los labios;
– gesticular con los cubiertos en la mano o golpear el plato con ellos;
– llevarse el cuchillo a la boca o usarlo en los alimentos blandos o en el pescado;
– beber sin limpiarse antes los labios con la servilleta;
– sorber ruidosamente el caldo de la cuchara;
– fumar entre uno y otro plato;
– levantar el plato para recoger hasta la última gota de sopa.
La educación y las buenas maneras siguen siendo necesarias en nuestra sociedad. La mayor parte de ellas no sólo no pasan de moda, sino que contribuyen a hacer la convivencia más agradable. Muchas de estas normas, pueden parecer algo complicadas o difíciles de recordar en el momento adecuado.
Una de las primeras cuestiones básicas de educación es la de las presentaciones, ya que éstas suelen ser muy frecuentes, rápidas y variadas, por lo que conviene saber bien qué es lo más adecuado en cada circunstancia.
Son los hombres los que deben ser presentados en primer lugar a las mujeres. Si se trata de dos personas del mismo sexo, se presenta la más joven a la mayor.
Normalmente, para presentar a un amigo o conocido basta con que citemos el nombre y el primer apellido; en algunas ocasiones convendrá también dar algunas otras explicaciones. Es importante una buena pronunciación: no se habla entre dientes, sino que se vocaliza alto y claro. Por ejemplo, una fórmula de presentación puede ser: Le/Te presento a… o No sé si conoce/s a…
Las palabras de contestación deben ser sencillas y cordiales; pueden acompañarse de una sonrisa o de un apretón de manos. Cuando no se ha entendido bien el nombre, no es incorrecto decir al presentado: Perdone/a, pero no he entendido bien su/tu nombre.
El apretón de manos debe ser firme y breve. No es necesario estrujar la mano del amigo hasta rompérsela, y menos si se trata de una mujer. Por el contrario, tampoco es cortés dejar la mano blanda, como con desgana, ni ofrecer la punta de los dedos o retener demasiado tiempo la mano del otro, ni hacerle un sandwich con las dos nuestras.
Como es lógico, si se tienen las manos sucias conviene retrasar el saludo unos instantes para lavárselas. Nunca se ofrece la mano con guantes (sólo a las damas se les permite hacerlo).
El hombre no debe tender la mano a una mujer, a un superior o a una persona de más edad, sino que esperará a que ellos hagan la primera indicación.
Camilo López, en su Libro del Saber Estar, recuerda que «en otros tiempos, para saludar a las señoras no se les estrechaba la mano sino que se besaba su dorso». Esta norma tradicional, que en paridad sólo se aplicaba a mujeres casadas y en lugares bajo techo, ha comenzado a caer en desuso. De todos modos es conveniente conocer su mecánica pues en algunas ocasiones se sigue utilizando. Las reglas clásicas son las siguientes:
1. Solamente se besa la mano en lugares cerrados, nunca en la calle.
2. El caballero deberá inclinarse sobre la mano de la dama, quien la levantará un poco para facilitarle el gesto.
3. El beso no debe ser sonoro ni, desde luego, húmedo.
4. Si la dama lleva guantes, no procede este tipo de saludo.
5. Nunca se besa una mano a través de una mesa.
Hoy en día, muchas mujeres tampoco desean ser besadas y prefieren formas de saludo más asépticas. En el caso de que observen «intención de beso» en el caballero que acude a saludarlas, tiene una forma sencilla de evitarlo: adelantar su mano en posición vertical, provocando así el saludo masculino clásico.
Quienes no consideren suficiente estrechar con suavidad la mano de la dama, pero consideren excesivo y obsoleto el besamanos tradicional, disponen de otro cumplido intermedio: simular el beso girando levemente la mano femenina a la vez que se inclina ligeramente la cabeza, en un gesto rápido.
La única forma para intentar conocer cuál es el tipo de saludo que prefiere la dama es prestar atención a la forma en que aquella nos tiende la mano.
Otra norma básica de educación, que además hace muy grata la convivencia, es desear siempre los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches al entrar o salir de cualquier lugar.
Por la calle, al cruzarnos con una persona conocida, no debemos evitar el saludo, pero tampoco es correcto deternerla si observamos que tiene prisa.
Al saludar debe procurarse mirar a las personas a la cara. Han de ser siempre las señoras –o, dentro de un mismo sexo, las personas de más edad– las primeras en hacer la demostración de saludo.
Podemos saludar besando las mejillas cuando se trata de familiares o personas muy allegadas; pero no es correcto, por muy de moda que esté, ir besuqueando a todas las personas que nos presentan o con las que tenemos cierta amistad. Por otro lado, para saludar a quien vemos a menudo durante el día, bastará con una mirada o una sonrisa.
Las despedidas no deben ser interminables, sino rápidas y breves, aunque eso no está reñido con la educación y la cortesía. No está bien retener a una persona cuando ya ha manifestado su deseo de marcharse.
Al despedirse de un grupo no hace falta ir de uno en uno: es suficiente unir a todos, por ejemplo, en un cordial adiÛs, buenas tardes.
Los enfermos deben ser siempre objeto de la mayor consideración, porque sus dolencias pueden hacerles más sensibles ante los ruidos, la presencia de extraños o la falta de cariño.
Las visitas a enfermos o ancianos que estén hospitalizados o sin poder salir de sus casas, deben hacerse en las horas más convenientes, sin interrumpir las comidas ni los tratamientos, a no ser que entonces se les pueda prestar algún servicio.
Es correcto llevarles algún detalle, como flores, bombones (si no le perjudican), algo ligero para leer (cómics, revistas, etc.). Debemos estar especialmente atentos para ayudarles en cualquier cosa que necesiten o que ellos mismos nos pidan.
La conversación versará sobre temas agradables, de forma que el paciente se entretenga durante un rato y olvide sus dolencias. Si se trata de ancianos, puede ser necesario hablar más alto y más claro de lo normal.
Si vemos que se fatiga al hablar, debemos rogarle que no lo haga; y si comprendemos que nuestras palabras le cansan, permaneceremos callados a su lado. El buen criterio regirá la duración de estas visitas, pero ordinariamente han de ser breves.
Por supuesto, no se debe fumar en la habitación de un enfermo, a menos que él también lo haga.
Si el enfermo está en casa, los que conviven con él procurarán evitar los ruidos (portazos, música o televisión alta…). Cuando los vecinos molestan, se les rogará amablemente que guarden el mayor silencio posible, explicándoles el motivo.
Sabremos ofrecernos al enfermo o a los familiares para cuanto podamos ser útiles y, si es necesario, para velar al enfermo durante la noche.
Por su parte, los enfermos deben comprender que su estado normalmente no les exime del deber de tener consideración hacia los que les cuidan o les visitan. Procurarán evitar las lamentaciones excesivas, y agradecerán lo mejor que puedan el desvelo de los demás.
Cuando una familia invita a alguien a pasar unos días en su casa, hay algunas normas de educación que deben cumplirse, tanto por parte de los anfitriones como por la del huésped.
– Salir a recibirle a la estación, al aeropuerto, etc.
– Prepararle una buena habitación con sábanas y toallas limpias.
– Estar siempre a su disposición con amabilidad, pero dejándole libertad para no estorbarle en sus costumbres.
– Avisar con tiempo de la hora y lugar de llegada.
– Llevar algún presente a los anfitriones.
– Ofrecerse para ayudar en las tareas domésticas.
– Adaptarse a las costumbres de la casa, para no ser nunca un motivo de desorden.
– Una vez de vuelta en casa, escribir una carta o llamar por teléfono para agradecer las atenciones recibidas.