Fuente: Mónica Ríos de Juan – onmes
Hoy en día supone un reto mayor la educación de la virtud de la fortaleza en los colegios pues, para el correcto crecimiento y desarrollo del niño es necesario que escuela y familia vayan de la mano.
Las personas somos vulnerables desde el mismo momento de la concepción. Esta condición trae consigo que somos susceptibles de recibir heridas, lo cual no implica que no seamos capaces de resistir a las mismas y anteponernos a ellas. Es precisamente esta vulnerabilidad la que nos permite desarrollar la virtud de la fortaleza.
La virtud dela fortaleza se trabaja en medio de la dificultad. Una persona fuerte es aquella que además de aceptar y hacer frente al dolor, se esfuerza por conseguir un bien difícil sobreponiéndose a las dificultades que surgen en el proceso y perseverando a pesar de las mismas.
Así, en la medida en que vamos renunciando a pequeñas cosas que nos apetecen pero no suponen esfuerzo y apostando por aquellas otras que tienen un valor mayor, vamos creciendo en autodominio, en autocontrol, en perseverancia y en alegría, virtudes directamente relacionadas con la fortaleza.
Problemática actual
Trigo (2002) considera fundamental la educación en esta virtud si se busca un crecimiento ordenado y sano en todas las dimensiones, pues expone que en la madurez de una persona juegan un papel fundamental las cuatro virtudes cardinales entre las que se encuentra la fortaleza y afirma que nada hace madurar tanto como el dolor o la dificultad.
En una sociedad consumista donde se actúa en base al “me apetece” en lugar de al “quiero, aunque me cueste” o “debo, aunque me cueste”, se pone en juego dicho autodominio en tanto en cuanto las personas se dejan dominar por lo externo. De esta manera, al no actuar la voluntad, se produce un debilitamiento de la misma, incrementado por la necesidad de inmediatez a la hora de querer alcanzar cualquier objetivo.
Esta situación, unida al hecho de que en las familias de hoy en día predomina un estilo educativo sobreprotector, caracterizado por querer evitar cualquier tipo de esfuerzo y sufrimiento en los hijos, supone una repercusión negativa en el desarrollo de la virtud de la fortaleza en los niños.
Teniendo en cuenta las características de la sociedad del S.XXI, hoy en día supone un reto mayor la educación de la virtud de la fortaleza en los colegios, pues el primer ámbito educativo es la familia, célula básica de la sociedad, y para el correcto crecimiento y desarrollo del niño es necesario que escuela y familia vayan de la mano.
¿Se puede empezar a trabajar desde el nacimiento?
Sabemos que el periodo sensible para desarrollar esta virtud es de 6-12 años. Sin embargo, se considera fundamental empezar a ponerla en práctica desde los primeros años de la vida por varios motivos.
En primer lugar, porque cuanto más pequeño es el niño y menos recursos tiene, más vulnerable es y por tanto más necesita el ejercicio de esta virtud para sobreponerse a la dificultad. Y finalmente, porque la virtud de la fortaleza constituye la base del resto de virtudes, pues sin esfuerzo no es posible adquirir ninguna otra virtud.
¿Cómo podemos trabajarla desde Educación Infantil?
En Educación Infantil se pueden establecer los pilares trabajando cualquiera de las virtudes expuestas con anterioridad:
Desde el orden. Una persona fuerte ha de ser capaz de tener un horario y cumplirlo, planificar todo aquello que debe hacer y priorizar lo importante y no lo urgente. Cuando uno establece un orden en sus prioridades no se deja llevar por el “me apetece” sino por el “debo” y así va construyendo una personalidad sólida y fuerte. El periodo sensitivo para trabajar el orden es de 3-6 años, por tanto, enseñando a los niños a dejar cada cosa en su sitio pondremos las bases para que el día de mañana tengan orden en sus prioridades y luchen por lo verdaderamente importante.
Desde el autodominio: esta virtud nos permite aprender a decir que no a todo aquello que pueda suponer un obstáculo en la consecución de nuestro objetivo, así como a aprovechar el tiempo siendo dueños de nosotros mismos y a no tomar la decisión de abandonar en momentos de cansancio. Se puede ayudar al niño resistir y gestionar impulsos que se dan en el momento presente, siendo capaz, así, de retrasar la recompensa. Por ejemplo, si quiere un helado antes de cenar, podemos ayudarle a saber esperar y a entender que primero debe cenar y luego tomarse el helado.
Desde la paciencia y la tolerancia a la frustración. Santo Tomás relacionó la virtud de la fortaleza con la paciencia explicando que esta virtud permite aceptar la realidad de una situación difícil, lo que ayuda a la persona a continuar esforzándose y esperando sin dejarse llevar por el desánimo o la tristeza. Por ejemplo, no comprar sin motivo un juguete que el niño quiera en ese momento y esperar a su cumpleaños o a los Reyes Magos.
Desde la perseverancia. Esta virtud implica ser constantes en nuestro esfuerzo para conseguir un objetivo. Por ejemplo, animando al niño a que intente atarse los cordones tantas veces como sea necesario.
Desde la generosidad. El niño de esta edad se caracteriza por ser egocéntrico y el hacer frente a una situación difícil en la que tenga que buscar el bien del otro puede ayudarle a crecer en fortaleza. Por ejemplo, ceder y darle la última galleta a su hermano.
Inevitablemente trabajando esta virtud fomentaremos el crecimiento en otras virtudes como la alegría, pues la persona que lucha por algo bueno siempre está contenta. Dicha satisfacción se deriva de saber que está esforzándose por conseguir algo que realmente merece la pena.
En definitiva, ayudando a los niños desde que son pequeños a establecer las bases para desarrollar esta virtud conseguiremos que su voluntad se vea fortalecida en los años posteriores, repercutiendo de manera positiva en su crecimiento y desarrollo como persona y, por tanto, en su felicidad. En palabras de Séneca “per aspera ad astra”.