Para evitar el envejecimiento de la población es necesario incentivar la natalidad, de acuerdo con el estudio del Instituto de Política Familiar (IPF). Sólo con 750.000 nacimientos al año se lograría alcanzar un índice de fecundidad de 2,1 hijos por mujer, el necesario para asegurar el reemplazo generacional. Uno de cada cinco niños que nacen, es hijo de madres inmigrantes.
Urge que, para que se cumpla el objetivo marcado por el IPF, cerrar todos los chiringuitos abortistas y encarcelar a los médicos dedicados a este fraudulento negocio de la muerte. Así ha sucedido con el cirujano abortista Carlos Morín que se enfrenta a una condena de 309 años de cárcel por 101 abortos ilegales, tras la apertura del juicio oral y en el que el fiscal pide la condena citada.
El fiscal también señala que, en las clínicas de Morín, se realizaban los abortos “sin observancia de los requisitos exigibles para la legalidad del aborto, sin límite temporal alguno en todos los casos, siendo ésta una actividad continuada, abusiva y con un único afán desmedido de lucro”.
También el aborto tiene otras dramáticas secuelas, según se afirma en el último Congreso Nacional de Bioética, la catedrática de Bioquímica de la Universidad de Navarra, Natalia López Moratalla, explicó que “existe una comunicación natural entre madre e hijo en el embarazo y romperla no es natural, por lo que el aborto supone una violencia sobre la mujer”.
El síndrome post aborto consiste en el estrés postraumático provocando en la mujer que ha abortado la adicción a las bebidas etílicas y a las drogas. En cuanto al riesgo del suicidio, López Moratalla, aseguró que de acuerdo con varios estudios internacionales publicados por el Instituto Elliot de Estados Unidos, de las mujeres que se suicidan, entre el 70 y el 80%, habían interrumpido su embarazo.
Los casos de mujeres que sufren este síndrome se han multiplicado exponencialmente un 380%, según los datos que ha presentado Red Madre a la que, en el año 2010, acudieron casi 4.000 mujeres a pedir ayuda para poder sacar adelante su embarazo o por problemas psicológicos post-aborto.
Sandra una joven ecuatoriana de 22 años, ha encontrado refugio entre las paredes de esta asociación. Desde que abortó ya no sonríe. Prefiere no mostrar su rostro. “Sólo se lo he contado a mi madre” comenta, llena de tristeza, amargura y dolor.