«El aborto es sagrado”

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La semana pasada, comprobamos, con sorpresa, la vergonzosa escena de tres activistas de Fermen despojándose de sus camisetas en el Congreso de los Diputados, proclamando a voz en grito que el “aborto es sagrado”. La verdad, es que ante escenas tan ridículas como esta uno ya no sabe si reír o llorar, sino fuera por la trascendencia del fondo del asunto. Y es que yo me pregunto, independientemente de aspectos políticos o religiosos, sólo utilizando el sentido común: ¿aprenderemos alguna vez a valorar la grandeza, la magnitud y la trascendencia de la dignidad humana? Ahí tenemos esta ley que tratan de defender estas lozanas e impúdicas jovencitas, que legitima el acabar con la vida de un niño en el vientre de su madre, el más nefando que se puede cometer, pues el claustro materno debe ser garantía de vida para toda criatura, y no convertirse en siniestra cámara de muerte.

Se discute cual es el instante inicial de nuestra vida, pero nadie discute que vivimos antes de nacer. Y quien tiene la certeza absoluta de que vivimos es la mujer que nos lleva en su seno. Toda madre, incluso la que no pertenece a la especie humana, sabe cuándo es portadora de vida.

Los defensores del aborto arguyen que el cigoto no es un ser humano vivo, pero si no estuviera vivo no sería necesario provocarle la muerte, y si no fuera un ser humano no lo identificaríamos como tal cuando naciera.

Cualquier médico sabe que en un óvulo fecundado que anida en el vientre materno está toda la carga genética de un nuevo ser humano, sujeto de derechos más aún que cualquier otro, porque está indefenso. Resulta, por tanto, como mínimo espeluznante que quienes más deberían velar por su vida sean sus peores amenazas: la madre y el médico.

Pero ni siquiera en el caso de duda puede ser lícito el aborto, de igual modo que un cazador no puede disparar sobre un objeto que se mueve entre unas matas con la duda de si es un hombre o un animal. Si dispara sin salir de la duda y resulta que es un hombre, será responsable de un homicidio.

Para que el aborto fuera lícito, los abortistas tendrían que estar seguros de que no hay vida humana desde el primer momento. Y esto es imposible, pues los científicos afirman, que la vida humana comienza en el momento de la concepción. Querer, por tanto, justificar el aborto basándose en que el embrión o el feto no es un ser humano vivo es muestra de incultura, de hipocresía o de cinismo, cuando no de las tres cosas.

Sobre el aborto es preciso también no usar artimañas ni eufemismos. Y es que decir que la mujer puede hacer de su cuerpo lo que quiera, es otra falacia. El nuevo ser que una mujer lleva en sus entrañas no es como una verruga que ella puede extirpar sin problema moral. ¿O es que acaso en un momento de la vida de la mujer, ésta se transforma en un ser con dos corazones, dos pulmones, cuatro manos…, que necesitan ser estirpados? Es decir, como si sufriera una especie de metamorfosis que habría que estudiar en medicina a partir de ahora. Ridículo, ¿verdad? Y es que cualquiera entiende que son dos cuerpos diferentes, por lo que la madre no tiene derecho a decidir sobre el que no es el suyo.

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