En la actualidad el lenguaje inclusivo está considerado de gran importancia, sobre todo para ciertos políticos, que cedieron ante este movimiento por miedo a ser tachados de machistas, como si ser machista consistiera en no caer en la absurdidad de estar desdoblando el género continuamente.
Y es que obligarse a hablar repitiendo los géneros masculino y femenino produce la sensación de que el que está utilizando esta forma de hablar redundante y encorsetada no tiene muchas luces. Demuestra, al menos, ignorancia gramatical. Los filólogos se han pronunciado en muchísimas ocasiones al respecto. En secundaria es donde creo que ya te enseñan que en el español, como en otras lenguas que distinguen los dos géneros, el masculino es el genérico.
De esta forma, resulta cansino oírlos decir constantemente: compañeros y compañeras, todos y todas, amigos y amigas, alumnos y alumnas, trabajadores y trabajadoras… ¿De verdad consideran que haya alguien que se crea que cuando en una ley se menciona solo a los trabajadores se está excluyendo a las trabajadoras?
Es de agradecer, sin embargo, que en sus numerosas apariciones durante la pandemia a ninguno se le ocurriese hablar de contagiados y contagiadas, muertos y muertas, fallecidos y fallecidas. Simplemente, decían contagiados y fallecidos. Al parecer, en este caso, a la progresía no la hacía falta discriminar el género masculino del femenino.
La mención explícita del femenino sólo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto. Por dar un ejemplo: si en una universidad alguien pasa por el tablón de anuncios que informa que se van a formar equipos de fútbol universitario, y dice que los que estén interesados deberán inscribirse determinado día, el resultado es que probablemente van a inscribirse casi únicamente hombres, al ser un deporte practicado tradicionalmente más por hombre que por las mujeres, por lo que sería más apropiado utilizar un lenguaje que indique explícitamente que el mensaje está dirigido a todas las personas de cualquier sexo. En este caso el lenguaje inclusivo transmite una información más adecuada.
El abuso del lenguaje inclusivo va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Es incorrecto, además de cansino. Se trata de un intento inútil de buscar la igualdad a partir de la idea de que el lenguaje cambia la realidad material. Recuerdo que hace unos años hubo una polémica cuando se propuso el cambio de la palabra “negro” por “afrodescendiente”. Quienes estaban a favor del cambio argumentaban que la palabra “negro” tenía connotaciones negativas que dificultaban el cese de la discriminación. Con el tiempo se vio que lo que sucedió es que muchos terminaron dándole a la palabra “afrodescendiente” la misma carga negativa, porque no era la palabra “negro” lo que producía racismo sino otras cosas no vinculadas al lenguaje.
La igualdad tiene que ver con que a las mujeres se les pague igual que a los hombres o que tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades sociales. Y esta batalla no se da en la gramática, se da en la sociedad. En lugar de afrontar de raíz las injusticias que las sociedades actuales padecen, los defensores del lenguaje inclusivo se centran en un aspecto superficial del idioma y utilizan un lenguaje cansino y grotesco que hace perder credibilidad a su mensaje. La repetición de forma sistemática de los dos géneros es redundante, pero, sobre todo, es ridículo. Y lo ridículo repetido hasta la saciedad en discursos que deberían ser serios provoca el rechazo y contribuye precisamente a todo lo contrario de lo que pretenden perseguir.
La realidad forja el lenguaje y no al revés. Hace ya mucho tiempo que los lingüistas desacreditaron la idea orwelliana de manipulación de la realidad a través de la manipulación del lenguaje. En este caso es simplemente una imposición de lo políticamente correcto y un atentado contra la lengua.
Si la realidad social contiene elementos de discriminación hacia las mujeres, cualquier manipulación del lenguaje que se haga para corregir esa situación acabará representando esa misma discriminación. Quizá sea descabellado, pero no me sorprendería que dentro de unos años, si esta moda del lenguaje inclusivo continúa, la costumbre de decir “ciudadanos y ciudadanas” se convirtiera en la marca de los que en el fondo defienden la discriminación.