La crisis de identidad en la que está sumido el Partido Republicano comenzó antes del “fenómeno Trump”. Pero una vez confirmada su nominación como candidato a la Casa Blanca en la convención en Cleveland (Ohio), ya no vale decir que no es un republicano auténtico: ahora ha recibido un cheque en blanco para ser la cara visible del partido.
En vísperas de las elecciones presidenciales de 2012, el auge de distintas corrientes ideológicas dentro del partido del elefante llevó al New York Times a distinguir hasta seis tipos de votantes republicanos: desde los más afines al aparato del partido, que suelen definirse como republicanos antes que como conservadores, hasta los tradicionales “votantes de valores” o “conservadores cristianos”, pasando por las ideologías emergentes a favor del libre mercado y el gobierno limitado, como el Tea Party y el libertarismo.
FUENTE: JUAN MESEGUER-aceprensa
En vez de centrarse en una facción de votantes republicanos, Trump se ha dejado perdonar por la mayor parte de ellas
Ante el choque de sensibilidades, varios intelectuales han intentado abrir un debate sobre las ideas y valores que definen a los conservadores (ver artículos relacionados). Pero la cúpula republicana ha ido posponiéndolo, tranquilizada en parte por el éxito cosechado en las elecciones legislativas de 2014.
Estos son mis principios; si no le gustan…
Entretanto, los 16 aspirantes a la nominación presidencial del Partido Republicano fueron probando suerte. Si Ted Cruz, Mike Huckabee y Rick Santorum apelaron sobre todo a los “votantes de valores”, Jeb Bush y Marco Rubio se dejaron querer por el establishment; Rand Paul, por los libertarios… Pero Trump tenía claro que para alzarse con la nominación debía dejarse perdonar por el mayor número de facciones republicanas. Para lograrlo, no tuvo reparos en recurrir a una campaña tan oportunista como llena de contradicciones.
A Trump no le ha importado presentarse como un amigo de los evangélicos en los estados del sur, aunque su “evangelio de la prosperidad” tuviera más de materialismo que de religión. Pero en los estados más secularizados del norte, explica E.J. Dionne en The Washington Post, optó por reducir las referencias religiosas e incluso elogió a la organización abortista Planned Parenthood.
Pero Trump también se ha pronunciado a favor de “algún tipo de castigo” para las mujeres que abortan de forma ilegal, aunque luego se retractó y dijo que a quien había que sancionar era a los médicos. Alguien debió de explicarle que la postura provida insiste en defender tanto a los no nacidos como a sus madres. “Mr. Trump –escribió entonces el jurista de Harvard Robert George– ha conseguido demostrarnos a los provida norteamericanos que no es uno de los nuestros”.
¿La democracia ha hablado?
La confusión ideológica del Partido Republicano es lo que, a juicio de Brendan O’Neill, editor de Spiked, ha abonado el terreno para el ascenso de Trump. “La incapacidad de los republicanos para aclarar a favor de qué toman postura, o incluso para verse como un colectivo coherente que requiere de una figura que hable a ese grupo, ha creado el espacio para el auge de Trump”, escribió en mayo.
Para O’Neill, no es el exceso de democracia lo que ha hecho prosperar a este outsider de la política, sino el escaso debate público. En su opinión, Trump “es un demagogo clásico”, que prefiere agitar la sensación de hartazgo con la política en vez de bajar al ruedo de los argumentos. “La democracia no consiste solo en votar; tiene que ver con el contenido, con el debate, con la elección del rumbo político del país por parte del pueblo”.
No es el exceso de democracia lo que ha hecho prosperar a este outsider de la política, sino el escaso debate público, sostiene Brendan O’Neil
Y todo indica que con la victoria de la nominación, la cosa tiene visos de empeorar. El proteccionismo económico de Trump (“vamos a conseguir que Apple empiece a fabricar sus malditos ordenadores en este país en vez de en otros”, asegura) disgustará a los simpatizantes del Tea Party y a los libertarios; su postura antiinmigración chocará con los repetidos llamamientos de los obispos norteamericanos a integrar a los extranjeros y a reformar el sistema migratorio; sus proclamas contra las élites seguirán incomodando a la dirección del partido…
No con mi voto
Algunos de los republicanos que han respaldado a Trump a última hora alegan que no tenían elección: el empresario neoyorquino no solo ha sido el más votado por las bases, sino que además lo ven como “un mal menor” frente a Hillary Clinton y un requisito para la unidad del partido.
Pero siempre cabía la opción de desmarcarse, como han hecho el gobernador de Ohio, John Kasich, o el excandidato republicano en las presidenciales de 2012, Mitt Romney. “Quería que mis nietos vieran que no podía ignorar lo que Trump estaba diciendo y haciendo, pues revela un carácter y un temperamento inadecuados para convertirse en el líder del mundo libre”, dijo Romney.
Respaldar a Trump es una solución a corto plazo para hacer frente a Clinton. Pero, a la larga, sostiene Eugene Robinson en The Washington Post, podría dejar una huella en la identidad del partido. “Los líderes del GOP [Grand Old Party] que anteponen la ‘unidad del partido’ a sus principios deberían saber que no hay vuelta atrás; cuando apoyas a Trump, estás tomando una decisión que te marcará para siempre”.
De alguna manera, la victoria de Trump sitúa al Partido Republicano frente a sus propios demonios. Tras la resaca del “trumpismo”, los republicanos de línea dura tendrán que preguntarse si no habrán favorecido la polarización del partido con su actitud en la crisis del cierre de la Administración, en 2013; con su férrea oposición a cualquier proyecto de reforma migratoria, fuera en tiempos de Obama o del propio Bush; o a las medidas restrictivas al derecho a poseer y llevar armas.