La publicación en los medios del descubrimiento de las ondas gravitacionales confirmó de nuevo el interés por la ciencia, cada vez más presente en nuestra sociedad. La tecnología, el universo o las energías alternativas son algunos de los temas que atraen a un público que, en general, desconoce estos avances. ¿Por qué se ha puesto de moda lo científico?
Cada día nos encontramos noticias redactadas con palabras propias de la investigación científica más avanzada, como ondas gravitacionales, gravedad cuántica o materia oscura. Podríamos seguir la lista con otras que también aparecen con frecuencia, como Relatividad general, supernovas, Teoría de cuerdas, quarks, gluones, caos, redes complejas, etcétera. Todas ellas tienen un significado científico preciso y, a la vez, poca gente podría explicarlas. Sin embargo, son noticia en los medios y ya forman parte del vocabulario común. La comunicación de la ciencia ha mejorado mucho, y resultados novedosos de, por ejemplo, la Física encuentran un lugar en la información que consume un público con ciertos conocimientos de base, pero sin formación especializada.
Parece así inevitable preguntarse por qué interesan estos temas. ¿Le interesan a la gente común? O, más sorprendente aún, por qué se aceptan afirmaciones que contienen conclusiones generales repetidas y absolutas como «Esto va a cambiar completamente nuestra manera de ver el universo».
Para que una persona de cultura media pueda comprender las investigaciones contemporáneas, alguien ha tenido que «traducir» el lenguaje científico a conceptos comprensibles. Solo de este modo el tema en cuestión podrá ser divulgado con posibilidades de éxito. Aunque ese objetivo se haya logrado, no explica por qué algunos temas se ponen de moda y otros no, a pesar de ser todos tan lejanos a la vida cotidiana.
Los temas «de moda» en la física
Si revisamos la prensa encontramos que las noticias científicas que se mantienen en primer plano durante más tiempo suelen estar relacionadas con algunos asuntos particulares de la investigación. Dentro de la Física ocupan un nivel destacado las que explican el desarrollo de nuevas tecnologías y nuevos materiales. Sobre todo cuando tienen perspectivas de aplicación novedosa, aunque sea remota. Así ocurrió con las nanotecnologías, con los nuevos materiales como el grafeno o con la generación de energías alternativas, más económicas y renovables.
También concitan interés las investigaciones relacionadas con nuevos conocimientos sobre el universo. Saber que habitamos un espacio finito y en expansión supuso en su día un gran descubrimiento Desde entonces, conocer nuevos detalles sobre su evolución desafía permanentemente nuestros conocimientos.
La Teoría de los temas cosmológicos proviene de dos capítulos de la Física desarrollados en la primera mitad del siglo xx: la Relatividad general y la Mecánica cuántica. En los años setenta aún se hablaba de la preocupación de Einstein por construir una Teoría del campo unificado; una hipotética teoría que unificaría las cuatro interacciones fundamentales de la naturaleza.
El unificar las fuerzas en el comienzo del universo ha sido siempre una aspiración de los físicos, pero la Relatividad y la Mecánica cuántica parecen irreconciliables. Periódicamente, se proponen nuevas teorías para fundamentar una Gravedad cuántica (como las Teoría de cuerdas), pero aún siguen sin evidencia experimental alguna.
La Teoría del campo unificado —como se solía llamar a esa aspiración entre 1950 y 1970—, alcanzó relevancia social después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se comenzaron a discutir los alcances éticos de la ciencia y el papel del científico en la sociedad.
En este marco tendríamos que recordar la famosa carta que le enviaron Einstein y su amigo Leo Szilard al presidente Roosevelt apoyando el «Proyecto Manhattan» que, como se sabe, desarrollaba una bomba atómica en los Estados Unidos con el objetivo de tenerla antes que la Alemania nazi. Los científicos, y en general toda la sociedad occidental, temían el poderío militar del Tercer Reich, que hasta 1942 parecía imbatible.
Construida la bomba en julio de 1945, y después de los ataques de Hiroshima y Nagasaki, los científicos se convencieron de las consecuencias de liberar un poder destructivo desconocido hasta entonces, la energía atómica, para dejarlo en manos de quienes podían usarlo tanto para hacer el bien como para destruir el planeta.
Muchos científicos entonces se manifestaron públicamente contra el uso militar de la tecnología nuclear y el crecimiento imparable de la carrera armamentística, que duró toda la Guerra Fría. La militancia pacifista de científicos como Einstein, Oppenheimer y tantos otros, no disminuía la responsabilidad ética que habían contraído previamente al participar en investigaciones de consecuencias impredecibles.
El dramaturgo Bertolt Brecht publicó entonces una obra, Terror y miserias del Tercer Reich, que incluía una interesante discusión sobre el papel de los físicos en la sociedad, luego tratado con amplitud en su posterior La vida de Galileo, escrita en pleno debate sobre la bomba atómica. Brecht no presenta a Galileo como una víctima, sino como un hombre que atraviesa un cambio de época, y eso le acerca mucho a la sociedad actual. El argumento de fondo es, precisamente, la responsabilidad de la ciencia en un mundo cambiante.
El éxito de la obra nos demuestra que las noticias científicas logran más impacto si investigadores célebres —de Albert Einstein a Stephen Hawking— aparecen, con sus anhelos y contradicciones, en la divulgación de las novedades científicas. Por eso los periodistas destacan siempre su participación, ya sea para alabarles o para finalizar sus artículos con una frase como «y este fue el mayor error de Einstein».
Demostrar que uno de los grandes se equivocó en algo ha resultado ser un motor notable para nutrir el interés de algunos periodistas especializados y, por extensión, del público en general.
La magia de la ciencia
Más allá del interés histórico dentro de la Física, sorprende que una teoría —aunque posea un enorme valor y belleza matemática y se encuentra formulada hace un siglo— se convierta en una noticia de interés general. Se atribuye al escritor Jorge Luis Borges la afirmación «En el mundo no hay nada más viejo que el diario de ayer», algo que podemos verificar todas las mañanas. Entonces, ¿por qué una noticia tan vieja cono la Teoría de la relatividad aún interesa tanto?
Por un lado, los científicos que no cejan en el empeño de diseñar un dispositivo para refutar a Einstein, al que el imaginario público considera un genio incomparable. Sin embargo, un somero repaso histórico mostraría que la ciencia, y en particular la Física moderna habitual, ha sido y es principalmente el fruto del esfuerzo colectivo de una comunidad de investigadores mucho menos famosos.
En palabras de Thomas Kuhn, físico y filósofo de la ciencia, las grandes aportaciones individuales (como las que se atribuyen a Newton o a Einstein), ocurren en momentos «de un cambio de paradigma».
La mayoría de los científicos que ha conocido la Humanidad ha trabajado en extraer todas las consecuencias posibles de ese conjunto de ideas novedosas. Lo podemos comprobar revisando los archivos periodísticos. Por ejemplo, ocurrió con la presentación pública del proyecto LIGO [Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory] para la detección de ondas gravitacionales. En un primer momento crearon una fuerte expectativa gracias al anuncio de la detección directa de ondas gravitacionales. Se confirmaba así una de las predicciones implícitas en las ecuaciones de campo de la Relatividad general de Einstein.
La historia del proyecto LIGO se nutrió de los elementos que hemos citado como necesarios para tener una noticia científica: un gran proyecto, el nombre de Einstein involucrado y un resultado positivo largamente buscado. En este caso, además, relacionado con el origen del universo. ¿Qué más se puede pedir?
En la Física, incluyendo la Astrofísica y las observaciones astronómicas, destacan algunas investigaciones que, por su envergadura, sobrepasan las posibilidades de financiación de un solo país. Existen muchos ejemplos, que van desde las exploraciones para obtener energía nuclear de fisión de dos núcleos ligeros, hasta los grandes aceleradores de partículas o los observatorios para la detección de neutrinos, situados bajo tierra, en las antiguas minas.
Los grandes proyectos de la Física nuclear se asocian a los aceleradores (lineales o en anillo), que a su vez reúnen varios proyectos derivados para la detección de las partículas producidas. Entre ellos el famoso ALICE [A Large Ion Collider Experiment] o el LHC [The Large Hadron Collider], que ha logrado detectar por primera vez el célebre bosón de Higgs, que sería el responsable de dotar a la materia de la propiedad llamada «masa».
Los grandes observatorios astronómicos terrestres, como los de Canarias, Chile, Mauna Kea o Hawái, también se han convertido en una fuente de novedades que completan nuestro conocimiento sobre el universo. Las últimas décadas del siglo xx vieron nacer, como consecuencia de la llamada «carrera espacial», una línea de proyectos de observación científica que nos ha proporcionado buena parte de la información más valiosa que hoy tenemos sobre el universo. Entre ellos, los satélites, las sondas enviadas a explorar el sistema solar (por ejemplo, Pioneer) o los equipos de medición y experimentación que se destinan a la Estación Espacial. Y, principalmente, telescopios espaciales como el Hubble, y otros menos conocidos, como el Spitzer, lanzado en 2003.
Conseguir que uno de estos proyectos se ubique en un país supone un logro político notable.
Héctor L. Mancini, profesor emérito de Física de la Universidad de Navarra