España es el retrato perfecto de un país envejecido. Según el estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el paisaje es desolador: la población española, que empezó a disminuir en 2012, va a seguir haciéndolo al menos hasta 2023, de manera que en una década se habrán perdido 2,6 millones de habitantes.
En la actualidad nuestra tasa de natalidad es incluso peor que la que hubo durante la guerra civil y la posguerra, y junto con Portugal somos los países de la UE con menor índice de fecundidad.
Los expertos advierten que para mantener nuestro remplazo generacional hacen falta 280.000 niños más de los que nacen anualmente. Es decir, si para remplazar dos personas necesito dos personas, en este momento estamos en una tasa de 1,3. Pero esa cifra es válida para este año, porque tenemos un déficit de 30 años.
Las causas son económicas, jurídicas y hasta culturales. La falta de ayudas a la familia por parte de las administraciones, es una de ellas. España es el país de la UE que menos apoya a la familia, una cuestión que ocurre desde hace tres décadas.
Otro factor que incide en la baja natalidad es la salida de la población inmigrante por la crisis. Por el contrario, las defunciones han aumentado como consecuencia del envejecimiento poblacional. Además, el problema se agrava si se confirma la tendencia de los últimos veinte años de un aumento constante de abortos (dos millones desde 1985 a 2014).
Otras causas importantes para empeorar todavía más el descenso de la natalidad, es el desplome del número de matrimonios, el crecimiento del número de las llamadas «parejas de hecho» y el aumento vertiginoso de las rupturas matrimoniales. Fuera del matrimonio, el número de madres que se proponen tener hijos es muy inferior que dentro de las familias bien constituidas.
En una sociedad en la que no nacen niños nos encontraríamos con problemas de cada vez más difícil solución. Al margen de que en el futuro tendríamos una fuerza laboral más envejecida, menos gente implica menos consumo y menos inversión, depreciación de propiedades por el aumento de casas vacías, y un aumento inevitable de los impuestos, porque en una sociedad con mayoría de ancianos a los políticos no les quedará más remedio que desviar mucha renta a las pensiones y el cuidado de las personas mayores.
A todos nos corresponde enfrentar este tremendo desafío o dejar morir nuestro futuro y el de España. Lo malo es que el debate sobre la población en la sociedad española es casi inexistente. Ello es así, principalmente, porque, aunque pueda resultar paradójico en un país todavía embebido de los valores familiares, hablar de la población requiere hacer referencia, ineludiblemente, a la cuestión de la familia y del papel de la mujer dentro de ella, y la corrección política ha hecho de éste un tema rechazado por la izquierda y soslayado por la derecha.
La primera medida que habría que tomar, hoy mismo, es concienciar a la gente de la importancia de los hijos para la sociedad. Es necesario potenciar en los medios el mensaje de que formar una familia es bueno para España y para quienes deciden tener hijos.
Otra de las medidas que habría que tomar es la de compensar a través de los impuestos a quienes tienen hijos, y reducir las cotizaciones de las madres trabajadoras.
Por otra parte, es prioritaria una política social centrada en las mujeres y, más específicamente, en la facilitación de su papel reproductivo en la sociedad. Para ello, es necesario favorecer su continuidad en las carreras profesionales, haciendo que la maternidad no suponga un obstáculo para ellas. Los subsidios para el cuidado de los hijos, la protección jurídica de la continuidad en el empleo, una vez transcurrida la etapa de maternidad, y las facilidades para la formación y el reciclaje con objeto de obtener las habilidades que se requieren para esa continuidad, podrían ser algunas de las medidas a tomar..
Es, pues, la hora de que en España se abandonen los prejuicios ideológicos acerca del papel de la familia en la sociedad, para afrontar los severos problemas que en los años venideros nos va a plantear nuestra demografía.
Predicadores, misioneros y moralistas; sociólogos, economistas y políticos; medios de comunicación, asociaciones y las propias familias, somos los responsables de revertir este triste y dramático proceso.
Emilio Montero