En una empresa, como en toda comunidad humana donde hay individuos de forma estable, se dan muchas oportunidades de contemplar la manera de hacer de otros. Existe mucho roce y aunque el refranero popular español diga que el roce hace el cariño, también es cierto que la consecuencia más habitual del roce es una irritación o una ampolla.
Nos pasa a todos: vemos cómo actúan otros, lo pasamos por nuestro tamiz y después opinamos y emitimos juicios. Si son juicios negativos, empezamos a irritarnos. De emitir juicios, a juzgar intenciones, hay un paso. Y, ¡ojo!: no es lo mismo. En ocasiones, los directivos deberán emitir juicios para evaluar a su personal; sin embargo, nunca tendrán que juzgar intenciones. Cuando los juicios emitidos sean negativos, la información deberá restringirse sólo a las personas adecuadas, lo contrario sería difamar a nuestra gente o incluso calumniar que, dicho sea de paso, tampoco es lo mismo. Se podría decir que la difamación consiste en decir algo de alguien a quien no le compete saberlo y que, siendo verdad, no le deja en buen lugar a ese alguien. La calumnia es lo mismo, solo que para agravar la situación, lo que estamos diciendo del otro es mentira.
Con frecuencia podemos sorprender a gente describiendo detalladamente la intención con la que fulanita o menganito han hecho esto o lo otro. Poco a poco va tomando carta de normalidad que los jefes emitan juicios en estos campos. De este modo, se juzgan y critican las intenciones no sólo en el terreno profesional, sino también en el campo de las relaciones humanas y en el estrictamente personal. El ambiente se enrarece, se entremezclan los sentimientos de los empleados y la autoridad del directivo se erosiona, se debilita y puede acabar perdiéndose. ¿Y la motivación de los empleados? Empieza a bajar en picado.
Sin embargo, como todos sabemos, no es difícil tropezarse con personas (directivos o no) que parecen estar especializadas en poner verde a los demás. En la empresa a nadie se le paga para que vaya desmotivando gente. Más bien al contrario: toda la formación que se les proporciona está encaminada a que cada uno de los empleados aporte valor al equipo y a la empresa en su conjunto. Y no a que lo destruya.
Ser difamado o calumniado no es fácil de llevar y sólo personas de mucha calidad personal lo superan sin que les deje una huella negativa en su rendimiento profesional. Lo que no se entiende es que, en muchas ocasiones, sea el mismo jefe el que aliente esos “dimes y diretes”. Lógicamente, las personas que los sufren, bajan su rendimiento y, en el caso de que sea el jefe quien los provoca, pierden la confianza en él e incluso el posible respeto interior que le tenían.
Por eso hay una lección clarísima: La persona que lleva un equipo tiene que dejar claro, con el lenguaje de los hechos, que no va a permitir que se hable mal de otro miembro del equipo en su presencia. Con esa actitud, se genera confianza y se transmite un mensaje poderosísimo al equipo: “Cuando alguien esté hablando conmigo, podéis estar seguros de que nunca hablará mal de ninguno de vosotros. En caso de que ocurriese, os llamaría en ese momento para que lo que se diga podáis oírlo y dar vuestra opinión. Y esto os lo voy a exigir a todos los que formáis parte del equipo. Por tanto, en este equipo nadie critica a nadie”.
Generar confianza por la vía de los hechos es propio de jefes que aportan valor a las empresas.