Preocupada por el problema de la pobreza, la izquierda estadounidense empieza a plantearse la importancia del matrimonio en la lucha contra la desigualdad. En un artículo publicado en Avvenire, Elena Molinari –corresponsal del diario italiano en EE.UU.– señala algunos cambios de actitud que muestran esta tendencia.
“Si en los años ochenta la división principal entre parejas casadas y no casadas era cultural e ideológica, hoy es la élite liberal, bien instruida, a menudo laica, la que mantiene la tradicional familia con dos padres y un empeño común de unir fuerzas para tener hijos e invertir en su futuro”.
El matrimonio parece haberse convertido en un indicador del privilegio de clase en EE.UU. Según explica Molinari con datos del Pew Research Center, “hoy la probabilidad de un primer matrimonio que dure al menos 20 años es del 78% en el caso de una mujer con título universitario, de un 49% para la que hizo algún año de universidad y del 40% para quien tiene estudios de secundaria. En los años 80, no había diferencia en las tasas de divorcio según el nivel de instrucción. Y mientras que la tasa de matrimonios [proporción de adultos casados] en el conjunto de EE.UU. ha bajado en cincuenta años del 72% al 51%, entre la América más rica e instruida el vínculo conyugal sigue siendo fuerte, en torno al 76%”.
“Si los progresistas quieren afrontar la crisis de la desigualdad, la caída de los matrimonios es un problema que no pueden ignorar”, sostiene Will Marshall, del Progressive Policy Institute. “Hoy la desigualdad se deriva de una compleja interacción de cambios económicos y culturales, y no será anulada simplemente redistribuyendo la riqueza desde las familias acomodadas a las de baja renta. La alta tasa de matrimonios en la América de clase media-alta muestra claramente el vínculo entre estructura familiar y bienestar”.
Los liberales han comenzado a ver el matrimonio como un recurso contra la desigualdad, según escribe el columnista Tom Edsall en el New York Times: “Junto a acciones como aumentar el salario mínimo, fortalecer los sindicatos o elevar los impuestos a los ricos para financiar prestaciones sociales para familias desaventajadas, los progresistas hablan cada vez más a menudo del matrimonio, que ya no es visto como un pretexto para no abordar las cuestiones de poder económico. (…) Los estudiosos de izquierda reconocen ahora que la revolución sexual y la defensa de la autonomía personal han tenido costes significativos, y no solo ventajas”.
Estas consecuencias negativas incluyen la explosión del divorcio, la ausencia del padre y la legión creciente de niños criados en familias monoparentales. Estos niños tienen mayor probabilidad de abandonar la escuela, y menor probabilidad de ir a la universidad y de graduarse que los niños crecidos en familias con los dos padres biológicos.
“La caída de la tasa de matrimonios es preocupante –afirman Isabel Sawhill y Joanna Venator del think tank liberal Brooking Institution. Es verdad que un alto número de niños son criados en parejas no casadas, pero en los EE.UU. este tipo de parejas tienden a ser más inestables y menos duraderas”.