El milagro del universo

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En el inicio de nuestra indagación sobre la vida nos tropezamos con dos preguntas obligadas: ¿por qué el universo es como es? ¿Por qué, habiendo tenido innumerables posibilidades de ser diferente, ha adoptado la única forma que permite la existencia de seres vivos? Estas cuestiones constituyen un interrogante siempre abierto en el corazón de la Cosmología y de la Filosofía, para el que solo caben dos respuestas. Una estima que “la Tierra no tiene nada de especial, tan solo es uno de los innumerables planetas originados como resultado de un proceso irracional de evolución estelar” (Carl Sagan). Otra reconocerá que “estamos en la misma situación que un niño en una biblioteca enorme, llena de obras escritas en diversos idiomas. El niño no entiende las lenguas, pero sabe que alguien debe haber escrito esos libros” (Einstein).

La ciencia nos dice que todo empezó hace 14.000 millones de años (Ma). Suponemos que explotó una condensación de energía de una pequeñez inimaginable: miles y miles y miles de millones de veces más pequeña que el núcleo de un átomo. Por tanto, creemos que toda la inmensidad del cosmos estuvo comprimida en un punto que, bajo la apariencia de la nada, de una chispa en el vacío, contenía una energía descomunal. Tres minutos más tarde, en el tiempo que tardamos en hacer un bocadillo, ya teníamos un universo con el 98% de toda la materia actual, con una anchura de 100.000 millones de años luz. Por eso hablamos de Big Bang. Mucho después apareció la Tierra, en el suburbio de una galaxia entre otras 140.000 millones de galaxias. Todo esto es milagroso en el sentido literal del término: sumamente admirable. Y mucho más: si no supiéramos que el universo está ahí, diríamos que su existencia es imposible.

Hay quien piensa que lo podemos explicar por un conjunto de leyes, pero no es así. Es cierto que todo en él ha sido causado por leyes…, salvo esas mismas leyes y su misma existencia. Stephen Hawking lo resume con precisión cuando afirma que la ciencia nunca responderá a la más radical de nuestras preguntas: ¿Por qué el universo se ha tomado la molestia de existir.

La aparición de los seres vivos, seguida de la diversificación de las especies hasta el inverosímil Homo sapiens, es un fenómeno complejísimo, un milagro dentro de otro, imposible si nuestro universo no fuera sumamente especial. De hecho, bastaría con que una sola de las constantes cosmológicas –la velocidad de la luz o la masa del un electrón, por ejemplo- hubiera sido ligerísimamente diferente, para que no se hubiera podido formar ningún planeta capaz de albergar vida.

Dos respuestas suelen darse para explicar este finísimo ajuste: el diseño previo y el multiuniverso. En verdad, si hubiera un número incontable de universos diferentes, aumentaría la probabilidad de que uno fuera favorable a la vida. Por otra parte, si la existencia de un solo universo ya es literalmente milagrosa, la multiplicación de universos multiplicaría los milagros y agigantaría la dificultad de explicación, pues habría que dar razón de cada uno de ellos. Sin embargo, el principal problema del multiuniverso es que solo se encuentra en la imaginación de algunos científicos, pues no tenemos la menor evidencia empírica de su existencia.

José Ramón Ayllón

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